Sucedió en el bosque

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Sucedió en el Bosque


— Eres una torpe comadreja entrometida

— Y tú un hurón calenturiento.

— Envidioso Marginal

— Alevoso elitista


Draco y Ron llevaban casi cinco minutos así, sentados uno frente al otro. Ron en su cama, Draco en la de Harry. Y tanto los ojos grises como los azules permanecían entornados mirándose fijamente, las manos de ambos aferradas a la orilla del colchón y sus cuerpos inclinados ligeramente hacia delante, como si en cualquier momento fueran a lanzarse el uno contra el otro pero se resistieran a hacerlo.


— ¿Vamos a seguir así hasta medianoche o cuándo te piensas salir de MI habitación? —protestó Ron frunciendo el ceño.

— Hasta que se me pegue la gana... Garrocha maltrecha

— ¡Quisieras!... Enclenque puros huesos

— ¡Como si fueras un adonis! No eres más que una horripilante zanahoria despeinada

— Y tú un peliteñido deslavado ¿no pudiste haber encontrado un tinte más discreto?

— ¡Ah vaya! ¿Y desde cuando el rojo "destrózame la retina" es un modelo de delicadeza?


Los demás habitantes de aquella habitación llegaron en ese momento y al verlos solamente entornaron los ojos y se dedicaron a sus asuntos personales, ya era costumbre que aquellos dos dedicaran varios minutos a insultarse aprovechando la ausencia de Harry, y según lo que habían oído en el comedor, seguramente el ojiverde estaba pasándola muy mal en las mazmorras.

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Harry al fin llegaba a la puerta del despacho, luego de su loca carrera bajando tantos escalones que ya le dolían las piernas... ¿es que nadie pensó en instalar un elevador en Hogwarts?


Luego de tocar escuchó la inconfundible voz de Snape permitiéndole la entrada, el corazón le latía muy rápido, pensó que quizá había sido por la apresurada carrera. Abrió la puerta esperando encontrar un energúmeno dispuesto a devorarlo entero. Y tal vez sí, pero de otra manera. Severus había preparado un buen discurso para reprenderlo por su impuntualidad, pero al verlo respirar agitado, con su camisa blanca pegada al cuerpo por el sudor y esas gotas cristalinas resbalando tentadoras por su cuello... le dejaron sin habla.


— Siento llegar tarde, Profesor, es que...

— ¿Otra vez andaba dando espectáculos por los corredores? —preguntó luego de obligarse a salir del trance.


Harry no respondió, aunque no andaba exhibiéndose en los pasillos como el hombre preguntaba, no creía que tuviera porqué darle explicaciones sobre su vida íntima. Su nariz se frunció graciosamente retirándole la mirada. Snape no supo cómo pudo controlarse y no abalanzarse sobre él para quitarle ese gesto tan infantil.


— ¿Qué tengo que hacer ahora? —preguntó Harry dejando a un lado su mochila.

— Siéntese ahí.


Severus señaló una mesa colocada a mitad del despacho con una sencilla silla a un lado. Harry obedeció sin protestar aunque seguía sin entender ¿o sería que lo pensaba poner a hacer alguna redacción?... Pensando en eso, sacó un pergamino de su mochila.


— ¿Qué hace?... No va a necesitar eso.


Al escucharlo, Harry volvió a guardar todo y siguió con la mirada al Profesor. Éste se dirigió a un almacén contiguo en el que permaneció por un par de minutos. Cuando salió, llevaba en sus manos algunas pequeñas cajitas de cristal que colocó sobre la mesa frente a él. El ojiverde no le despegaba la vista ni un segundo, intrigado por lo que significaba todo aquello. El Profesor regresó al almacén y luego salió llevando consigo un ramillete de hojas moradas y flores de diversos colores. Suavemente las puso junto a los frascos para enseguida ocupar un pupitre algo alejado. Sentado a horcajadas y apoyando sus brazos en el respaldo, Severus contuvo una sonrisa al ver a Harry confundido ante su tarea.

Corazones clandestinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora