Epílogo... cada cosa en su lugar

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Epílogo... cada cosa en su lugar



Esa calurosa tarde de julio, Harry despertó y sonrió incluso antes de abrir los ojos. Se removió bajo las sábanas estirándose cuan largo era a lo ancho de la vacía cama. No le intrigaba no sentir ninguna compañía a su lado, desde la noche anterior Severus le había advertido que madrugaría para poder disponer de todo el tiempo posible para que, a partir de esa noche, cualquier obligación que tuviera en el colegio quedara en el pasado.


Volvió a sonreír al ver una charola con su desayuno junto a la mesita de noche. Amaba a su esposo, siempre preocupado y consintiéndole a pesar de sus múltiples ocupaciones. Tomó un poco del pan tostado con mantequilla y del jugo de toronja endulzado como a él le gustaba. Suspiró sintiéndose más enamorado que el primer día, y cariñosamente acarició el lado vacío de la cama.


Se marcharían de vacaciones por todo un mes, antes de que la vida rutinaria recomenzara y ambos volvieran a sus actividades. Severus como Profesor, y Harry como jefe de Aurores.


Luego de bañarse se colocó unos desgastados jeans y un suéter blanco holgado, tal vez no era un atuendo sensual y provocativo pero por lo menos le mantendría cómodo. Se disponía a bajar las escaleras cuando se detuvo de improviso. Una dulce sonrisa iluminó su rostro al ver a un joven de dieciseis años recostado boca abajo sobre la alfombra de la sala, realizando meticulosamente sus deberes.


Recargándose sobre el barandal permaneció unos minutos admirándole. Era hermoso aunque él no lo admitiera, siempre tan serio como su padre, tan estudioso y preocupado, tenso siempre por aprender cada día más, por ser un gran mago. Iba a empezar su último año en Hogwarts y Harry sonrió recordando lo que él había vivido en esa época... su corazón encontró otro que le ató con su amor por siempre.


Ahora tenía ahí a su bebé, aunque ya no lo era tanto, cumpliría los diecisiete en tres semanas más... pero para Harry, siempre sería su bebé agrio y hostil, y que aún así, lo sabía poseedor de uno de los corazones más bondadosos que conocía.


Iba a llamarlo cuando un ruido lo sacó de su concentración, apartando la mirada de su primogénito descubrió asustado a una pequeñita de rizos negros y suaves gritar entusiasmada desde lo alto de un librero.


— ¡Valentine! —le llamó corriendo a bajar de ahí a la más pequeña de sus hijas—. Usando la magia la pudo tener de nuevo en sus brazos, sana y salva, para enseguida girarse a mirar a su hijo con los ojos entornados—. ¡Andrew, como es posible que no cuides de tu hermanita! ¿porqué no la bajabas?

— ¿Yo porqué? Yo no la subí. —fue la respuesta monótona del pelinegro que jamás abandonó su tarea.


Sin embargo, Harry no podía molestarse. Notó como Andrew apartaba su mano de su varita. A pesar de aparentar indiferencia, comprendió que sí había estado al tanto de protegerla por cualquier contingencia. Dejó a la niña en su corralito luego de darle un beso en la mejilla y fue a sentarse en el suelo junto a su hijo.


— Ah, tarea de Pociones. —comentó Harry al ver lo que hacía.

— Sí, nada de qué preocuparse. —aseguró apartando discretamente el pergamino de la vista de su padre.

— ¿No quieres que te ayude?

— No, gracias... quiero hacerla bien.


Harry frunció el ceño pero sin molestarse, al contrario, era a él a quien le encantaba provocar a su hijo, hacerlo gruñir y ver en su rostro su entrecejo fruncido y la dulzura escondida en el fondo de sus brillantes ojos negros.


— Hay mucho silencio por acá. —continuó Harry mirando de un lado a otro—. ¿Dónde están todas?

— Gracias a Merlín, salieron. Así creí que podía hacer mi tarea a gusto, pero parece que hoy andas muy platicador.

— No critiques y mejor dime a dónde fueron.

— Bueno, ya sabes...

— No digas más, lo imagino. —afirmó Harry sonriendo.


Andrew respiró aliviado al ver que su padre le olvidaba un rato para acercarse a la chimenea, y luego de encenderla, echó un poco de polvos flu pronunciando el destino al que quería comunicarse. Al cabo de unos segundos, el rostro de su siempre mejor amigo apareció sonriéndole, a pesar de tener una hermosa niña colgada de su camisa reclamando atención.


— Te imaginaba durmiendo aún, compañero. Las niñas dijeron que Snape les advirtió que no te hicieran ruido al salir. Me imagino que querrás saber de tus retoños.

— Sí, se desaparecieron y es obvio que están contigo... Espero no te cansen demasiado.

— Para nada. Las dos que no ves por aquí andan fascinadas preguntándole a Draco todo sobre su embarazo, me parece que les hace ilusión la llegada de otro bebé... Tal vez debas prepararte para un futuro engendro. —bromeó divertido.

— ¡No le des ideas! —se escuchó protestar a Andrew.

— Hola, Andy —saludó Ron a su ahijado asomándose tras de Harry—. ¿Cómo has estado?

— Bien, pero ya te dije que soy "Andrew", no "Andy" —protestó apretando los dientes.

— Cierto, lo lamento, es la costumbre. Y aprovechando que te veo, Draco quiere que sepas que ya consiguió las entradas para la feria científica, irán cuando regresen de vacaciones.

— ¡Fantástico! Dile que se lo agradezco mucho ¡papá se morirá de envidia!

— Tu padre estará muy entretenido conmigo, ¡para nada se acordará de esa aburrida feria! —protestó Harry sin conseguir ganarse la aceptación de ninguno de sus dos oyentes, ambos sabían que Severus Snape acudiría gustoso, aunque fuera sólo a criticar lo que hacían ahora con las Pociones más tradicionales del mundo mágico.


De pronto, una cabeza rubia se asomó junto a Ron, sus brillantes ojos grises lucían como nunca, reflejando la felicidad que vivía al lado de quien amaba.


— ¡Hola Joli! —saludó efusivamente al ver a Harry del otro lado de las llamas.

— Él piensa que me voy a poner celoso porque te llame así. —gruñó Ron fingiendo indiferencia a pesar de que su rostro enrojecido y el entrecejo tenso mostraban que Draco sí conseguía su cometido.

— Pues no serías el único. —dijo Harry, sonriendo feliz— Severus ha pensado en practicar algunas maldiciones que conseguirían que Draco vuelva a perder la voz.

— ¡Mi padrino y Ron son tan fáciles de hacer enfadar! —exclamó el rubio riendo y abrazando a su adorado pelirrojo que aún se mantenía tenso— ¡Oh, Ron, basta, si ya sabes que todo es una broma y que fuiste el ganador!

— No vayan a dar espectáculos gratis a mis niñas. —interrumpió Harry cuando vio que Ron se dejaba convencer y estrechaba al rubio cariñosamente—. Mejor regrésenmelas para que ustedes hagan sus cosas en la intimidad.

— No seas melindroso, Harry. Además, acabo de dejar a Alessia, y Mandy con Uriel, y ya sabes que nadie mejor que mi niño para cuidarlas.

— Y para hacerlas babear. Espero que eso no termine en trío amoroso porque a Severus le daría un infarto al tener que controlarlos a todos en Hogwarts.

— Lo bueno es que aún les quedan Valentine y esta hermosísima Eloise para olvidarse de líos amorosos. —aseguró Draco intentando sostener en sus brazos a la pequeñita que no dejaba de jalarse para irse con su padrino favorito, Ron.

— ¡Con nuestros enredos amorosos ya tuvimos suficiente! —y los tres rieron recordando su último año escolar.


Luego de cortar la comunicación con sus amigos, Harry suspiró feliz de ver cuánto había cambiado su vida, siempre agradecería haberse dado cuenta de lo que sentía por su profesor de pociones. Miró hacia atrás para volver a sonreír al ver a su hijo concentrado aún en sus estudios, estaba seguro de tener la más hermosa familia del mundo.


Regresó al lado de Andrew. Suavemente le acomodó el cabello tras de la oreja para que pudiera ver mejor lo que escribía, pero el chico, rebeldemente lo regresó a su lugar. El ojiverde sonrió antes de atacarlo con un fuerte abrazo.


— ¡Te amo! ¿te lo he dicho ya?

— Montón de veces, más de las necesarias... ¿a qué hora llega papá?

— No sé, supongo que no tarda ¿porqué?

— Para que te entretenga tantito. Sólo cuando está él puedo conseguir que te olvides un poco de mí.


Harry besó ruidosamente a su hijo, sin importarle que éste se retorciera intentando evitarlo. De pronto, un ruido los hizo separarse y la voz de alguien anunciando su llegada hizo que los ojos de Harry se iluminaran.


— ¿Puedo pasar? —preguntó el recién llegado cuando ya se encontraba atravesando el umbral.

— ¡Jamás vuelvas a preguntarlo, ésta es tu casa, Arthur!


El joven pelirrojo de casi diecinueve años sonrió cuando su padrino llegó hasta él para recibirlo con un cariñoso abrazo. Por encima del hombro de Harry notó una tarea abandonada en el suelo, y el lugar vacío que ya suponía quien debía haber estado ahí.


— ¿Y Andrew?

— Imagina. —respondió Harry encogiéndose de hombros divertido.


Arthur no se acongojó al comprender que el frío ojinegro había corrido a esconderse, eso era de todos los días. Miró sus pies sobresaliendo tras del sillón y guiñándole un ojo a su padrino, le pidió silencio para ir por él.


Andrew rogaba fervientemente para que el empalagoso pelirrojo se marchara sin insistir. Odiaba que cada vez que iba no dejaba de abrazarlo y decirle que lo amaba, él sabía que eso no era cierto, en el colegio aún había muchos rumores de su vida plagada de romances con quien se le pusiera enfrente. Él mismo había sido testigo que le abundaron siempre los pretendientes, tanto hombres como mujeres. Y seguía saliendo con ellos aunque desde su último año escolar, cuando él iba para quinto, le dijera por primera vez que estaba enamorado.


— ¡Hola pequeño! —exclamó Arthur abordándole y consiguiendo apresarlo con su cuerpo contra el suelo antes de que el ojinegro pudiera huir como siempre—. ¡Te he extrañado tanto! Ayer no pude venir por cuestión del trabajo en el Ministerio, pero todo el día pensé en ti.

— ¡Suéltame, eso no me interesa! —gruñó exasperado.

— ¿Pensaste ya en mi invitación?... a eso he venido especialmente.

— ¡Ya te dije que no quiero ir!

— Pero yo sé que sí quieres... vamos, será una fiesta divertidísima.


Arthur se incorporó y sujetando al otro chico de la mano lo ayudó también a ponerse de pie. Harry había ocupado una butaca para disfrutar de aquella función. Esos dos siempre estaban peleando y le recordaba tanto cómo había iniciado su relación con Severus... también en esos jóvenes se vislumbraba un amor que sería eterno como el suyo.


— ¡Papá! ¿Es que acaso no vas a decir nada? —le recriminó Andrew cuando Arthur lo llevaba casi a rastras.

— Sólo que te relajes y así lo disfrutarás más, hijo.

— ¡Pá! —exclamó asombrado—. ¡Ni se te ocurra tocar mi tarea! —agregó resignado a que no podría evitar ser llevado a aquella fiesta, tan sólo le quedaba esperar que su trabajo siguiera perfecto.


Harry se rió mientras los veía desaparecer tras la puerta. El silencio regresó, miró a su pequeña hija que se había quedado dormida en su corralito y suspiró cuando fijó sus ojos hacia la tarea abandonada, tal vez pudiera ayudar un poco.


— ¿Descurainia sophia? —leyó Harry confundido— Recuerdo que vi eso alguna vez en Pociones, supongo que servirá para algo... creo que si ponemos que en lugar de cocer le trituramos y...


Y mientras Harry intentaba "ayudar" a su primogénito. Severus por fin terminaba sus pendientes en Hogwarts con Remus, el ahora Director del colegio.


— Bien, me voy entonces. —dijo Severus aliviado de haber terminado esa reunión.

— Así que se van mañana de vacaciones.

— Sí, ya se los debía luego de todo un año de mucho trabajo.

— Yo quisiera también salir, pero aún tengo reuniones con los profesores de estudios Muggles, y además con Trelawney. —comentó desanimado—. Ahora entiendo porqué no aceptaste el puesto de Director.


Severus sonrió satisfecho consigo mismo de haber tomado la mejor decisión, por nada del mundo cambiaría esas horas libres que podía tener y disfrutarlas al lado de su niño ojiverde y los hijos que éste le había dado.


— Antes de que te vayas... —dijo Remus yendo a su escritorio para sacar un paquete—... Es para Andrew, es el libro que quería sobre las Pociones egipcias.

— Ya me imagino quien se lo regala. —respondió sujetando el paquete—. No era necesario, yo pensaba conseguírselo en estas mismas vacaciones.

— No seas celoso, Severus. El hecho de que Sirius adore a tu hijo no resta ni un poquito el cariño que Andrew te tiene a ti... Y la verdad es que hasta es divertido ver como Sirius tiene tanta debilidad por quien es tu vivo retrato cuando tenías su edad.

— ¿Y cómo está ese can pulgoso? —preguntó algo forzado.

— Muy bien, está muy contento con su empleo, llegó anoche de su segundo viaje a Egipto y...


Remus no dijo más, la puerta se abrió y sus ojos se iluminaron al ver aparecer al hombre de su vida, Severus arqueó una ceja notándolo de inmediato. Por segundos el licántropo hasta pareció olvidarse de que continuaba ahí, pues besaba a su esposo como si no hubiera un mañana.


— Será mejor que ahora sí me vaya... estos espectáculos no son lo mío.

— No, espera, necesito hablar contigo. Tengo un regalo para Andrew.

— ¿Otro?... ese niño está demasiado consentido. —dijo bromeando, en realidad adoraba que todo el mundo quisiera tanto a su hijo. Miró la exuberante porta varitas en forma de serpiente y sonrió.

— Andrew lo merece, es un gran chico. —dijo el hombre sentándose a su lado y aceptando un café que Remus le sirvió antes de ocupar un lugar junto a él, abrazándole enamorado.

— Creo que más bien Lucius ahora compite por mejorar el regalo de Sirius. —bromeó Remus—. Ya le dije que eso no era necesario.

— Yo compré la porta varitas antes que el Pulgoso se fuera a Egipcio, sólo que no había llegado hasta ahora. —se defendió el rubio—. ¿Y ya le contaste, Rem?

— ¿Sobre qué? —preguntó Severus curioso.

— No, estaba a punto de hacerlo cuando entraste. —respondió Remus sonriente.

— ¿De qué hablan? —insistió Severus.

— Bill le presentó a Sirius un primo de Fleur, y están saliendo ahora.

— ¿Un Veela? —preguntó Severus, sin saber porqué un escalofrío le recorrió la espalda.

— Sólo mitad veela. —aclaró Remus—. Parece que Sirius está animado, pero ya sabes como es, quien sabe si esta vez sí sea duradero.


Severus asintió, en realidad poco le importaba lo que era del animago, pero por lo menos estaba satisfecho de saber que había podido mantenerse alejado sentimentalmente de Remus. Volvió a despedirse de sus amigos, aunque antes de irse, sonrió al mirar como el licántropo vivía realmente por y para Lucius, la felicidad que había en sus ojos de miel al acariciar el rostro del rubio era una expresión que sólo le conoció el día en que les comunicaron que habían vuelto y sería para siempre.



Corazones clandestinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora