Capítulo 1: El inicio

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Meses después

ROSE RIVERS

El coche avanza a velocidad moderada por la solitaria carretera envuelta en una neblina. El frío de la madrugada me lleva a abrochar el último botón de mi abrigo con los dedos entumecidos y a meter las manos en los bolsillos para calentarlos. Las montañas, señales de tránsito y árboles quedan tras de mí.

Unos días antes de emprender este viaje de una hora y media, investigué sobre Izmir y descubrí que se caracteriza por su ambiente urbano. A diferencia de Ankara, cuenta con pocos espacios naturales.

—Creo que tomamos la decisión correcta —dice mi madre, mientras me mira a través del espejo retrovisor—. Me tomó meses entender que esta  es la mejor decisión para ambas. Tu padre no estaría tranquilo sabiendo que seguimos en Ankara.

Y aquí viene la frase de siempre:

«Tal vez este cambio de aires nos haga bien».

Si bien sus argumentos son racionales, mi corazón se niega a esta nueva vida. Hemos abandonado a papá. Es inevitable que piense lo contrario.

—Seamos pacientes, solo falta un año para que cumpla su condena —prosigue con una sonrisa que revela la esperanza en sus ojos—. Pronto nos reuniremos de nuevo.

—Se escucha fácil —Pongo los ojos en blanco—, pero son trescientos sesenta y cinco largos días, mamá.

Me arrepiento de haberle respondido eso. Sus brazos caen y su semblante se ensombrece.

Desvío la vista hacia el paisaje por la ventanilla. Abro el cierre de mi lonchera térmica y saco una termo de chocolate caliente. La bebida me reconforta tanto como sentarse frente a una fogata en una noche fría.

—¿Cuánto falta para llegar a la ciudad Izmir? —bostezo. El viaje ha sido demasiado cansino.

—Tres kilómetros más o menos —responde sin apartar la vista de la carretera.

—Eso es, ya casi llegamos —Bebo un largo trago del chocolate.

De pronto, el sonido de la brisa y el canto de las aves se interrumpen por el rugido de dos super motos que rebasan a mi madre en el carril derecho. El humo del escape de la motocicleta negra se dispersa en el aire y los conductores se pierden de vista tras una curva. La escena parece sacada de una película de Rápidos y furiosos.

—¡Malditos imprudentes! —exclamo con furiosa—. ¿Acaso creen que están en una autopista, o que esto es una competencia de Fórmula 1?

—Nena, relájate. Cuida tu lenguaje.

Giro la cabeza hacia atrás, y lo que veo corta mi respiración de golpe. Un auto oscuro se acerca a toda velocidad, pegado al parachoques. No tengo tiempo ni de parpadear. Un viento helado se desliza por mi espalda y eriza cada poro de mi piel. La vida se vuelve irreal, como una película en cámara lenta, donde el más mínimo ruido se vuelve distante y confuso. Lo siguiente es un estruendoso impacto. Nuestros cuerpos se lanzan hacia adelante. Mi bebida se derrama sobre mis piernas y mi vestido de girasoles.

«¿Son ellos los que quieren hacerle daño mi padre?»

El corazón me late tan fuerte que temo que mis oídos exploten. Lucho con el cinturón de seguridad, mis manos aún torpes por el temblor hasta que al fin logro liberarme.

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora