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KHAI OLIVETTI

Arribamos a la casona del pueblo pesquero a las cinco en punto. Le rodean altas palmeras y está situada frente al mar que se extiende hasta donde alcanza la vista. Las aguas, agitadas por la brisa marina, están salpicadas de barcos y yates en el horizonte. La sal se siente cada vez que lamo mis labios.

El tío de mamá nos recibe con una sonrisa afable y nos guía a través de la entrada principal. Cruzamos la sala y la cocina, y por fin llegamos a un pasillo donde una serie de habitaciones amplias se conectan entre sí.

En cuanto entro a la que ocuparé, la ojeo. Es bastante sencilla. Tan solo hay dos camas individuales, una al lado de otra, una lámpara de pie, una mesa de noche y un armario empotrado en la pared. 

No espero un segundo más, hurgo los bolsillos de la gabardina que me regaló Rose —que llevo puesta— y saco el teléfono para llamarla. Suena dos timbrazos antes de que ella responda.

—Hola —Su voz suena bastante relajada—. Esperé tu llamada con muchas ansias.

—Llegué hace como cinco minutos más o menos —respondo, recostándome en la cama—. Parece que ha pasado una eternidad desde la última vez que nos vimos, aunque en realidad solo fue en la noche de nuestra graduación. ¡Te echo de menos!

—¡Y yo a ti, no sabes cuánto!

Aunque estamos a cientos de kilómetros de distancia, sé que sonríe. Hay una vibración de felicidad en su voz, una cualidad que solo una sonrisa sincera puede transmitir, incluso a través de la línea telefónica..

—Yo... —decimos al mismo tiempo, y nos reímos. Le digo que adelante, que hable primero.

—Esta mañana visité varias instituciones. Mañana depositaré mis documentos para procesar mi inscripción. Revisé su página web y noté que de allí han salido los mejores abogados. Aunque, en realidad, no es tanto la universidad, sino lo que tú haces con ella.

Sonrío orgulloso.

—Te felicito. Sé que serás una gran abogada y me sacarás de todos los problemas en los que me meta. —bromeo.

—¡Khai! ¡No digas eso! ¡Te halaré las orejas! —exclama en un tono humorístico.

Carcajeamos al unísono. Ella continúa contándome sus planes, sin darse cuenta de que habla a mil por hora. Yo sonrío y asiento feliz de escucharla.

—¿Entonces mañana iniciarás con tus clases de manejo?

—Sí, estoy emocionada, ansiosa, nerviosa y todo lo que le sigue.  

—Grabas un vídeo y me lo envías, ¿vale?

—Por supuesto —hace una pausa—. Tengo que irme. Hoy iré con papá a hacerle sus chequeos de rutina.

—Buena suerte con todo. —contesto. Acto seguido, me desesperezo mientras suelto un bostezo.

El silencio que sigue es una barrera de suspiros, interferencia y respiraciones entrecortadas.

—Te quiero.

—Te quiero, más Khai.

Ella cuelga.

Tiro el móvil sobre la cama y arrastro la maleta a un costado del armario, dejándola allí para desempacar más tarde. Solo saco mis reconocimientos, los regalos de Rose y el boceto de su rostro. Con mis dedos, acaricio cada línea trazada.

—El amor te hace estúpido. —comenta mi hermana mientras entra con su maleta a rastras. Había olvidado que tendríamos que compartir habitación; adiós a la privacidad que tanto aprecio.

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora