Capítulo 7: ¿Un paso hacia la paz?

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KHAI OLIVETTI

Mi abuelo regresó de Italia y, como es habitual, nos trajo a este restaurante italiano-francés del cual es inversionista. El dueño es el señor Donato Fournier, abuelo de Román. La temática del local es rústica, con paredes de ladrillo y cabezas de toros disecados decorando la parte superior. Los bancos tipo cabinas sirven como mesas, y las velas en vasos de vidrio añaden una luz tenue al ambiente. De fondo, suena música francesa.

—Khai, ¿recuerdas lo que te he dicho sobre usar el teléfono durante la cena? —me recrimina papá.

Dejo el móvil a un lado, con la pantalla hacia abajo.

—Déjalo tranquilo —responde mi abuelo con tono jovial, que mantiene a pesar de sus años—. Seguro está hablando con su novia.

—No lo defiendas —replica papá, con evidente tensión en su voz.

Esto no nos sorprende. Somos conscientes de la tensa relación entre ellos. Sus constantes roces pueden arruinar incluso la noche más agradable.

A medida que pasamos el tiempo juntos, me convenzo de que la razón por la que vemos a mi abuelo tan pocas veces al año no es solo por su trabajo en Italia. A mis padres claramente les incomoda cada reunión. No los comprendo, porque él siempre ha sido una persona agradable y atenta con nosotros.

Mi abuelo, tras dejar el tema anterior, se vuelve hacia mí:

—Quiero saber un poco sobre tu vida sentimental, siempre hablamos de tus estudios... ¿Hay alguna chica? Ya eres un hombre hecho y derecho.

—He salido con varias. La única relación formal que tuve duró seis meses, pero no funcionó.

No, creo que nunca podría funcionar.

No éramos compatibles. Lana fue una paradoja viviente; compartíamos gustos musicales, preferencias culinarias, sueños y metas similares. Nos divertimos mucho al principio, pero después todo se volvió monótono. Creo que "los polos opuestos se atraen" es más cierto de lo que pensaba.

—Eso suena bien —mi abuelo gira su copa de vino—. Eres joven y tienes mucho por explorar antes de comprometerte.

—Sí, pero Lana era una chica muy dulce y gentil, me caía bien. Hay muy pocas como ella en estos tiempos —opina mamá mientras baja la carta del menú y la aparta a un lado.

—A mí me caía mal —comenta mi hermana a mi lado—. Y eso, es raro que alguien me caiga mal.

—¿No será que estabas celosa?

Papá sonríe por primera vez en toda la noche.

—¿Yo, celosa? —Pone los ojos en blanco.

—Vamos, admítelo —le pellizco la nariz.

—Se creía dueña del universo, es todo.

—Buenas noches, bienvenidos. ¿Les gustaría degustar un postre mientras preparan su orden? —pregunta Román con tono profesional, una servilleta sobre su brazo y una mano detrás de la espalda.

Como todos respondemos con un afable "no", él se da la vuelta y camina hacia la barra. Lo sigo y me quedo detrás del mostrador mientras organiza una fila de botellas de licor en la estantería.

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora