Capítulo 21

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KHAI OLIVETTI

Airoso, tiro la mochila sobre el mueble de la sala en cuanto entro. Me parece una falta de respeto que el señor Donato Fournier se atreva a acusar a mi abuelo de ladrón, cuando él mismo es un maldito que somete a su nieto a abusos. ¿Quién se cree para señalarlo? Debería lavarse bien las manos antes de pronunciar siquiera el nombre "Alessandro Olivetti".

—Lo mejor será que me vaya.

—Román, no tienes que irte. Lo que hizo tu abuelo no tiene nada que ver contigo.

Él se queda de pie, su mirada oscura y la mandíbula apretada. Da un paso hacia mí, casi invadiendo mi espacio personal.

—Khai, puede ser lo que sea, pero no es un ladrón. El restaurante es suyo; ha trabajado duro por él y no voy a permitir que lo llamen ratero. Siempre sacó presupuesto para el mantenimiento, las nuevas decoraciones, alimentos, bebidas y el pago del personal. Tu abuelo ni siquiera sabe lo que es eso. Y lo siento.

—¿Por qué tienes que mezclar eso? —le pregunto en un tono monótono y sarcástico—. Basta. Son dos asuntos diferentes.

Mi hermana se cruza de brazos y, por primera vez en la vida, veo cómo sus facciones se endurecen tanto que desaparece la imagen de chica tierna. Aprieta los labios, su mirada es tan fría que casi siento una punzada en el pecho.

—Es obvio que mi nonno no puede estar pendiente, porque tiene otras ocupaciones —defiende ella.

Román resopla, los ojos se le entornan como si luchara por contener algo más que palabras.

—Además —Alzo la voz un poco más de lo necesario—, hay un contrato de por medio y ellos saben a qué clase de acuerdo llegaron. Si tu abuelo aceptó cargar con el peso de todo lo que conlleva el negocio, pues ni modo.

El silencio que sigue es pesado, incómodo.

—Es obvio que no llegaremos a ningún lado, nunca estaremos de acuerdo —espeta, su voz tensa, casi quebrada.

—Tienes toda la razón —Alzo la barbilla mirándolo con firmeza—. Cada quien defenderá lo que le duele —zanjo. 

Román cierra los ojos por un segundo y suelta un suspiro áspero, como si se rindiera. No dice nada más y camina hacia el pasillo que conduce a la habitación del fondo de huéspedes. Escucho el chasquido de la puerta cerrarse y el eco resuena en mi pecho como un tambor lejano.

—Acaba de golpearlo frente a toda la escuela y se atreve a defenderlo... —Mi hermana levanta una ceja en señal de incredulidad—. Es un traidor.

Es desconcertante ver cómo puede ignorar las fallas de su abuelo mientras defiende lo indefendible. ¿Cómo puede estar tan ciego ante la realidad?

—¿Quién es un traidor? —mi primo Jacob aparece en la sala. Las marcas en su rostro indican que acaba de despertarse y su cabello aún está mojado de la ducha. Lleva unos jeans y una camiseta de cuello en V. —¿Qué le hicieron a mi hermosa primita? —dice mientras le tira de la oreja a mi hermana. Ella cruza los brazos alrededor de su robusto cuerpo.

—¿Por dónde empiezo?

Jacob me observa, visiblemente enojado y aún más curioso.

—Donato Fournier se atrevió a decir que nuestro abuelo le robaba.

—¿Eso dijo? —Su voz y sus expresiones no comunican nada en absoluto. No hay ni una pizca de sorpresa o enojo.

—Sí, eso dijo —mi hermana se aparta y lo mira, esperando una reacción. Aunque no sé por qué esperamos algo de él si el abuelo y él son como el agua y el aceite.

—Es una acusación muy seria —dice con aparente preocupación, pero solo percibo frialdad en sus palabras—. No se preocupen, chicos, eso se resolverá.
Les aconsejo que mejor no se metan en temas de adultos —añade Jacob, con una calma que roza lo condescendiente—. Cualquier diferencia existente entre ellos, llegarán a un acuerdo.





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Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora