Capítulo 13: Esperanza borrada de sus ojos

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ROSE RIVERS

—¡Sabes que no me gusta ese tipo para ti! —escucho una voz masculina en un tono bastante molesto—. Si hubieses estado allí anoche, comprenderías por qué quiero que cortes tu relación con él.

—Adnan, tuve una conversación bastante profunda con Jacob sobre eso. También estoy molesta por lo que ocurrió. Sin embargo, debemos mantener la calma y manejarlo de la mejor manera posible —responde la psicóloga Leila, pacífica—. Él no está bien y necesita ayuda. Es humano; no tenía la intención de hacerle daño...

La interrumpe.

—Ese es el punto, Leila. No quiero que estés con él precisamente porque se desconoce a sí mismo y a quienes lo rodean cuando toma.

—Por favor, no hagas berrinches aquí. Estoy trabajando y me gustaría que respetaras mi espacio.

«He llegado en un momento inoportuno».

Retiro mi mano de la fría manija y me aparto para apoyarme contra la pared junto a una pecera burbujeante, esperando a que el chico salga. Cuando lo hace, deja la puerta abierta con enfado. Le hago una seña con los dedos a Leila desde mi dirección. Ella asiente, entro y me siento en el diván negro. Su oficina siempre huele a plantas, vainilla y tierra húmeda; hoy no es la excepción.

—Buen día.

—Buen día, Rose —su sonrisa es puro nervios.

—Si quieres, puedo venir después —Sugiero cuando percibo las lágrimas contenidas en sus ojos y cómo sus manos erráticas organizan las carpetas, bolígrafos y otros objetos.

Me asombra verla tan vulnerable, pero supongo que nadie está exento de eso; ni siquiera los propios psicólogos.

—No, por supuesto que no.

Coge una agenda de lomo marrón y blando; y se sienta en una silla giratoria a mi lado. Me hundo más en el suave diván y recargo mis manos a los costados.

—¿Cómo te has sentido en estos días? —Toma aire.

—Como siempre, una montaña rusa de emociones. Hanna me invitó a ir a una sesión de yoga, pero no sé.

—¿Por qué?

—Es que no me siento bien disfrutando mientras mi padre está en prisión. Siento como si lo estuviera traicionando.

—Es natural sentirse así, pero recuerda que no tienes control sobre las decisiones de tu padre o las circunstancias que lo llevaron allí. Esa actividad puede ayudarte a relajarte. No deberías sentirte culpable por disfrutar de ello. Tienes derecho a salir y divertirte. No te culpes. Es comprensible que te sientas así, pero cuidar de ti misma y encontrar momentos de alegría es importante para tu bienestar emocional. Eso no significa que no te importe tu padre.

Me retraigo en el diván, con la mirada fija en el techo. Por un lado, sé que tiene razón, que debería permitirme disfrutar de la vida y olvidarme de las dificultades. Sin embargo, es difícil deshacerme de esta cadena anudada en el estómago.

—Es importante que pongas límites y encuentres un equilibrio entre apoyarlo y cuidar de tu propia salud mental y tu felicidad.

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora