KHAI OLIVETTI
Sostengo su rostro entre mis manos y lo escudriño. Paso los dedos por sus ojeras, oscuras como las de un mapache. Luce apagada y vulnerable; su cabello está revuelto, y lleva una camiseta oversize roja.
—Dime cómo te sientes —Entrecierro mis ojos y tenso la mandíbula, preocupado—. Vine tan pronto como recibí tu mensaje.
—Terriblemente mal —admite.
—¿Qué pasa?
—Es complicado. —responde con la voz entrecortada a la par que se aparta.
—Quiero escucharte, Ros.
—Es una historia larga, Khai.
—Tengo todo el tiempo del mundo para ti.
Agarra el tarro de helado de chocolate que traje porque me dijo en un mensaje que estaba bajoneada. Abre la tapa y saborea una cucharada. Parece calmarla un poco, ya que su respiración se vuelve más lenta.
—Hoy se cumple un año más.
—¿Un año más de qué?
Le froto el brazo de arriba abajo y le doy tiempo para que llore. Una parte de mí está impaciente por saber qué le ocurre, especialmente porque el paradero de su progenitor ha sido un misterio hasta ahora. Sin embargo, debo ser paciente, ya que su actitud indica que la magnitud de los hechos no es pequeña.
—Desde el arresto de mi padre. —Toma aire antes de continuar—. Lo arrestaron cuando yo tenía once años. Ese día me desperté emocionada porque íbamos a la feria, pero al anochecer, papá recibió una llamada. Luego llegó una patrulla. Todo pasó en un parpadeo —se da golpecitos en los muslos, pero le sostengo las muñecas, suave, para que no se haga daño—. Se lo llevaron para “unas preguntas,” y nunca regresó a casa.
Mientras la escucho, siento un nudo en la garganta. Nunca me imaginé que detrás de su sonrisa se escondía un dolor tan profundo. Veo a Rose como la niña ilusionada con su vestido de princesa y, al mismo tiempo, a la joven rota que tengo frente a mí. Me duele imaginar lo sola y perdida que debió sentirse sin su padre, y de repente entiendo tantas cosas: su reserva, sus miedos, sus silencios. No sé si abrazarla o decir algo, pero temo que cualquier palabra se quede corta. Lo único que quiero es protegerla de todo lo que le ha arrebatado esa infancia rota, aunque sé que es una herida que ni el tiempo ha sanado.
—Lo siento... No pretendo decirte que sé cómo te sientes ni que puedo aliviar tu dolor. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti y que puedes contar conmigo.
—Eso me cons-consta.
Ahueco una mano en su mejilla.
—Gracias por compartirlo conmigo.
—Pensé que nunca sería capaz de hablarlo con alguien fuera de las dos psicólogas que he tenido hasta ahora.
Es sorprendente para mí que haya llegado a este punto de confianza conmigo. La idea de que solo ha hablado de esto con sus psicólogas me hace darme cuenta de cuánto debe significar para ella este momento. Me siento conmovido y un poco abrumado, pero también comprometido a apoyarla más que nunca. Este es un paso grande para ella, y quiero estar a su lado mientras navega por todo esto.
—Supongo que debería sentirme orgullosa, ¿no?
—Por supuesto que sí.
Se levanta despacio, casi como si quisiera huir de los recuerdos y baja los tres escalones de la cocina a la sala. Se sienta en el suelo y apoya la espalda contra la parte baja del mueble. Su vista está enfocada en la bombilla del techo. La sigo y veo un montón de fotografías esparcidas por la alfombra mullida. Supongo que estaba revisándolas antes de que yo llegara.
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Azares del destino [Editando]
Teen FictionSon destinos que quizá no debieron estar destinados, caminos que al final del pavimento nunca debieron compartir la misma ruta, pero también son piezas que encajan más que un puzzle. PRIMER BORRADOR OBRA REGISTRADA EN SAFE CREATIVE.