Capítulo 9: Acercamientos

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ROSE RIVERS

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ROSE RIVERS

Es la segunda semana de clases y el auto de mamá se averió por cuarta vez, creo que esa chatarra ya no tiene remedio. Por suerte, no fue nada grave, y un mecánico lo reparó a tiempo para que pudiera llegar puntual a la secundaria.

Bajo por el tercer, segundo y primer tramo de escaleras y avanzo con lentitud por el pasillo abarrotado de estudiantes que escuchan música o charlan entre ellos en los alrededores. Una vez llego a la zona de los casilleros, veo a Khai junto a una chica de piel trigueña clara que forcejea con la cerradura de mi casillero.

Silbo furiosa, y ellos se giran hacia mí a la par que enarcan sus cejas confundidos.

—¡¿Qué les pasa?! ¿Qué rayos buscan en mi casillero?! ¿No respetan la privacidad?

Aprieto los labios para no decir más.  Detesto que toquen mis pertenencias.

—¿Tuyo? —replica Khai.

La chica retrocede alarmada y sus ojos desmesurados se dirigen hacia el número marcado en la parte superior del casillero.

—¡Santo cielo! ¡Me equivoqué de número! Lo siento, no quería invadir tu privacidad. Creí que era el 98.

Bajo la guardia.

—No, ese es el 99. —Le señalo con el dedo—. El tuyo está justo al lado.

—De verdad, lo lamento... —expresa con una visible naturalidad—. ¿Cuál es tu nombre?

—Rose.

Estira su mano y la estrecho sin apartar mis ojos de las numerosas pulseras en su muñeca.

—Discúlpame Rose —responde con una sonrisa ensachanda, espontánea y hermosa—. Me llamo Hanna. Por cierto, tu nombre suena como el de una princesita. 

—Gracias.

Todo rastro de enojo se esfuma de mi rostro y esbozo una sonrisa lo más amable posible. La chica tiene un aura bastante pacífica, como un halo de luz sobre ella.

—Sí, es un nombre precioso —comenta Khai y deslizo la vista hacia él—. Lo sé bien, ya que yo también tuve la misma impresión cuando lo oí por primera vez.

Ruedo los ojos e ignoro su comentario. Luego, cruzo un corredor al azar y respiro el aire fresco que emana de la mañana.

Me siento en una banca lo más apartada del campus. Abro mi lonchera e intento desayunar como le prometí a mamá que lo haría en cuanto llegara, pero la verdad es que no tengo apetito, así que vuelvo a meterlo en la mochila.

La campana que marca la hora de la siguiente clase me toma por sorpresa, así que corro al vestidor para ponerme el uniforme de gimnasia. Regreso al campus y el maestro de educación física aún no está presente, por lo que me acuesto en la grama y aprovecho para leer el libro que me regaló la psicóloga escolar hace días.

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora