Capítulo 3: La inocencia que perdí

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ROSE RIVERS


Me detengo frente ante el imponente retrato que domina la pared cercana al acceso del pasillo. La fotografía, congelada en el tiempo, muestra a mi padre sentado ante un majestuoso piano de cola. Yo estoy a su lado en el banco acolchado.

El mundo a mi alrededor se desvanece en sombríos matices grises, mientras preguntas abrumadoras me inundan: ¿Cómo estará él en este momento? ¿Se sentirá más aliviado al saber que respetamos su decisión? ¿Hemos actuado de forma correcta?

Presiono mi palma sobre el pecho, en un intento desesperado por calmar el dolor punzante que arde en esa área.

—¡Ros! ¡Te espero!

La voz de mamá a lo lejos me hace sobresaltar, y luego continúo mi camino hacia la acogedora sala-cocina. El espacio está equipado con despensas negras, una alacena gris y un desayunador con tres taburetes blancos. El delicioso aroma a vainilla, canela y azúcar caramelizado, junto con la gracia con la que mamá se mueve de un lado a otro, calma mis pulsaciones.

—Horneé postres.

—El aroma habla por sí solo. —le contesto en un tono animado.

Da la espalda y rebusca en los cajones de la despensa hasta encontrar un nivelador de tartas. Con él, corta dos porciones del postre y las dispone en un plato llano frente a mí en el desayunador.

—Como apenas comiste anoche, pensé que esto te ayudaría a recuperar el apetito. Sé que no puedes resistirte a ellos. —Su sonrisa es tan contagiosa que no puedo evitar responder a ella con una sonrisa propia.

—¡No, no puedo resistirme!

Sostengo el cubierto y doy el primer bocado. La esponjosa textura del pastel de chocolate se deshace en mi boca, llenándome de una plenitud reconfortante y una sensación de paz.

-Te quedó delicioso. -le digo mientras saboreo hasta la última migaja.

El estridente timbre de la puerta principal nos sorprende a ambas, siendo la primera vez que escuchamos ese sonido desde que nos mudamos.

-¿Quién podría ser? -pregunto.

-Tal vez sea Stevens -supone.

Ambas nos acercamos a la puerta y mi madre mira por el agujero.

—Sí, es él.

Abre la puerta. Lo primero que veo es mi cadena entre sus dedos, y la arrebato como si fuera un niño que recibe un caramelo.

—Gracias —Recojo mi cabello hacia atrás. Mamá coloca el collar alrededor de mi cuello.

—No tienes que agradecerme, preciosa —responde él con sus ojos en mi cuello y el dije que descansa sobre mi clavícula.

Levanto la mirada y me encuentro con su sonrisa, unos hoyuelos tan profundos que parecen pequeñas fosas nasales en sus mejillas.

—Sí debo —asiento varias veces—. Esto significa mucho para mí.

—Más de lo que puedas imaginar... —añade mamá con una mirada cargada de emociones mientras posa sus ojos en mi cuello—. Estaba muy triste..., y no es para menos.

Froto su brazo para consolarla y me dirijo al chico frente a nosotros:

—Te lo agradecemos mucho

—No hace falta, de verdad. —replica en un tono serio.

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora