Capítulo 8: Acercamientos

463 64 125
                                    


ROSE RIVERS

Mi madre da sentimientos leves mientras le cuento los pormenores de mi profunda conversación con la psicóloga escolar y el libro de derecho que me regaló. También le menciono a Sun, la chica extrovertida, simpática y amable que conocí en los pasillos.

—Lo único que me fastidia es que el tarado de Khai Olivetti está en el mismo salón que yo.

—Cariño, ¿qué te he dicho sobre las groserías? —Palmea mi mano.

—Tarado no es una grosería. —replico en un tono monótono.

—Quisiera que entendieras que el chico cometió un error, como cualquier otra persona. Todos nos equivocamos a veces.

—¿No tengo derecho a seguir enojada? —le pregunto, cruzándome de brazos.

Respira profundo y me mira a los ojos con una suavidad cálida.

—Por supuesto que sí, amor mío. Eso es parte del proceso. El enojo es una forma legítima de expresar tus emociones.

No digo nada más. Sé que no tiene sentido discutir con ella porque no disfruto de eso, y además, su bondad siempre ve lo positivo en todo, así que no vale la pena.

—¿Sabes por qué lo entiendo? Pasé por una experiencia similar. Cuando tenía tu edad, fui a una discoteca con mi novio de entonces. De camino a casa, tomé el volante a pesar de apenas saber encender un coche y, aunque no choqué ningún vehículo, estuve a punto de hacerlo.

Parpadeo, asombrada.

—El hecho de ser tu madre no me convierte en menos humana; también tuve mi fase de rebeldía, no soy un robot.

—Claro, entiendo, pero no te imaginaba así. Te ves tan pacífica que, bueno...

—¡Ya ves! Error número uno de ustedes, los adolescentes: creer que nosotros no pasamos por esa etapa.

Le respondo con una sonrisa comprensiva. Sopeso su consejo y considero si es hora de dejar atrás el pasado y centrarme en el presente. Nada justifica lo que hizo, pero, como dice mamá, todos cometemos errores. No le daré más importancia y seguiré con mi vida.

—¿Y qué pasó? ¿Te castigaron?

—Tus abuelos me prohibieron salir con él, porque lo consideraron una mala influencia para mí —cuenta mientras se pone su delantal—. No les agradaba desde el principio, y esa fue la gota que colmó el vaso. Ambos nos cansamos de tantas restricciones y rompimos.

—¿Lo amabas?

Hace un movimiento con la mano, restándole importancia.

—No, para nada.

Me siento en el taburete del desayunador y balanceo los pies adelante y atrás. Ella está del otro lado, echándole carne molida a una tortilla de maíz.

Abro la mochila y riego mis cuadernos sobre la superficie de mármol. De repente, mi atención se desvía hacia los del insípido de Khai, los cuales están forrados con imágenes relacionadas con la medicina.

«¿Querrá ser doctor?».

«¿Qué te importa?», sacudo la cabeza.

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora