Capítulo 45: La pelea

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KHAI OLIVETTI


—¡Eres un maldito cerdo! ¡Nunca vuelvas a acercarte a mi hermana ni a Hanna en tu miserable vida!

—¿Qué mierda te pasa?

Le atesto un brutal puñetazo en la nariz. Por el impacto, cae de espaldas con todo y la silla flor de loto. Me lanzo sobre él y le sujeto el cuello de la franela, inmovilizándolo contra el suelo de grama artificial. Hanna me agarra por la cintura y trata de separarnos mientras grita, suplicante. Se sofoca, suelta un gemido de desesperación y se deja caer en el piso.

—Por favor, detente.

Mi hermana me mira con los ojos muy abiertos y la boca entreabierta, paralizada por mi actitud.

—¡Khai! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Estás loco?!

—¡Dándole su merecido a este degenerado! —respondo.

Adnan y un chico moreno toman cada uno un brazo mío para liberarlo de mi agarre. Fabián se levanta con una mano en la nariz sangrante, incrédulo y sorprendido. Mis ojos parecen disparar una advertencia a las cuatro chicas presentes, que, al igual que el tipo que me sostenía, se retiran de inmediato. Se escuchan sus pasos bajando las escaleras, pero apenas superan el sonido de mi respiración.

—¿Qué pasa contigo maldito loco? —espeta Fabián, limpiándose la sangre del rostro con el dorso de la mano.

Doy un paso hacia adelante, listo para seguir si es necesario. Pero Hanna me detiene, aferrándose a mi brazo.

—No vale la pena, Khai. No quiero que hagas esto por mí...

—¿Qué pasó para que reaccionaras así? No te entiendo —mi hermana nos mira como si fuéramos un rompecabezas difícil de armar—. Hanna, tú explícame. ¿Qué es lo que no quieres que haga por ti?

Ella se abraza a sí misma, pero no dice nada. Entonces, Adnan se acerca y le pide que repita lo que me dijo. Creo que el pobre todavía está en estado de negación.

—¿Él trató de abusar de ti? ¿Eso dijiste?

—Dile la verdad, Hanna. No me metas en problemas. ¿Por qué inventaste esa historia absurda? —espeta, haciendo que ella dé un salto—. ¿Qué ganas con hacerme daño? Deja de mentir. Te voy a demandar por difamación.

—No intentes manipularla, imbécil —grito—. Si quieres demandarla, adelante. Ella no está sola. Tienes todas las de perder, te lo aseguro.

—No me importa si me crees o no. El único que me interesa es mi hermano.

—No vuelvas a llamarme así —ahora, él grita  igual de enojado que yo—. ¡No somos hermanos! ¡Ya no!

—Crecimos juntos. Me conoces más que a nadie. ¿Crees que sería capaz?

Adnan empuja, haciéndolo.chocar contra la baranda de la terraza. Hanna tiembla como un animal asustado en los brazos de mi hermana, que la acaricia, desconcertada.

Fabián no se doblega. Sonríe cínicamente, como si todo esto le divirtiera.

—¿Qué hay de los mensajes que viste con tus propios ojos? ¿Aún así le crees a esa pu...

—¿¿A esa qué?? —replica, interrumpiendolo.

Adnan lo empuja contra la pared y le tuerce el brazo hacia arriba, inmovilizándolo. Fabián, tan pálido que su rostro se enrojece en segundos, gruñe y, con un violento tirón, se libera. Luego le asesta un codazo en el abdomen que lo hace retroceder.

Vuelvo a agarrar al desgraciado, lo arrojo al suelo y le asesto un golpe detrás de otro. Vuelvo en sí por las voces de mis padres y los gritos de Hanna y Sun. Entonces, miro mis nudillos ensangrentados y las macetas en el suelo con todo y tierra.

No entiendo en qué momento sucedió esto.

....

—¿El señor Olivetti se ha expuesto a situaciones de estrés últimamente?

Agacho la cabeza, consciente de que, en cierta medida, también he contribuido a ello.

—Claro, es normal —mamá se pasa la mano por el cuello, intentando disimular el nerviosismo en su voz—. Pasa largas horas de trabajo en el bufete.

—Es cierto, el trabajo puede ser una fuente de estrés. Sin embargo, en el caso del señor Olivetti, con sus problemas cardíacos, esto podría agravar su condición. Debe guardar estricto reposo —advierte el doctor, moviendo rápidamente su dedo índice—. Le recomendé que se retire por un tiempo. Su salud es lo más importante.

—¿Pero está bien? ¿Está fuera de peligro? —pregunta mi hermana.

—Sí, no hay nada de qué preocuparse —el doctor sonríe con amabilidad, intentando tranquilizarla—. Es necesario que mañana vaya a mi consultorio para realizarse un electrocardiograma y así determinar el tratamiento adecuado para él.

—Cuente con eso —responde mamá.

—Bien, me retiro. Que tengan una buena noche.

—Gracias, doctor. Lo acompaño.

—Después de usted —dice él, haciéndole un ademán.

Ambos se alejan por el pasillo y desaparecen de nuestra vista. Respiro hondo y me dejo caer sobre el mueble. El sol de la tarde se filtra por las ventanas, proyectando sombras cálidas en las paredes.

—Es mi culpa. Creo que el enojo por haber llegado tarde a casa, sumado a mi pelea reciente con Fabián, le afectó.

—No te culpes —mi hermana rodea el sillón y masajea mis hombros tensos—. Lo que pasó aquella noche...

—Es la verdad, Sun —la interrumpo—. No te sientas mal por mí. A veces, la autocrítica es necesaria. Papá, a mi edad, ya trabajaba, tenía su casa y su propio vehículo.

—No te compares. En ese tiempo era más fácil, por más que sea.

—Eso es cierto, pero nunca he movido ni un pie para ello. Creo que es hora de buscar un empleo, de invertir mi tiempo en algo que me genere conocimientos.

—Tampoco hables como si fueras un fracasado —dice mi hermana, girándose para dejar unos objetos decorativos sobre el tapete. Se sienta en la mesa ratona, inclinándose hacia adelante y manteniendo contacto visual conmigo. Una suave sonrisa se dibuja en su rostro mientras continúa—. Eres bastante inteligente. El mejor. Tus calificaciones son dignas de un cerebrito.

Agarro su nariz con dos dedos, sonriente.

—La inteligencia no lo es todo, pero agradezco que me animes.

—Iré a ver papa.

Me tiro en el sofá con los ojos puestos en el techo. Mi teléfono vibra. Es un mensaje de mi abuelo.

<¿Podemos vernos?>

Pasado unos minutos, un lujoso auto deportivo negro se detiene a mi lado. La puerta trasera se abre y mi abuelo hace una seña para que suba.

...

Tengo que mantenerme fuerte y demostrar ahora más que nunca de que estoy hecho.

No dejaré que las circunstancias hagan de mí un títere, tengo que trabajar en mis objetivos, demostrarle a papá que no soy el inmaduro que piensa.

Voy a trabajar.

🌀🌀🌀

FINAL DE CAPÍTULO.

¡Gracias por acompañarme en este segundo y último capítulo del día! Espero que hayan disfrutado mucho de la historia y que les haya encantado. ¡Feliz martes! ¡Nos leemos en el próximo! 📚✨

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora