|| Una noche especial ||

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ROSE RIVERS


Papá estaciona el auto frente a la escuela, donde ya hay varios buses listos para partir. La oscuridad aún envuelve las calles y los primeros rayos de luz asoman en el horizonte. Chicos, bien abrigados, se despiden de sus tutores entre risas y abrazos, rompiendo la quietud de la calle.

Desabrocho mi cinturón y bajo del coche. Salgo seguida de mi madre, quien bosteza adormilada. Abro el baúl, saco un bolso y lo dejo en el suelo. Tomo la mochila de senderismo, la ajusto en mi hombro y luego agarro la bandeja —protegida por papel aluminio— con el tiramisú que mamá y yo hicimos anoche para Khai.

—¿Y el regalo?

—Fue lo primero que guardé en mi mochila. No podría olvidarlo...

—¿Necesitan ayuda?

Esta pregunta me distrae y dejo caer el maletero, que golpea el borde del techo del carro con un ruido sordo.

—¡Buen día!  —exclamo y giro para ver a Khai. Lleva puesto un anorak, unos vaqueros y un gorro de lana verde monte, con algunos rulitos asomándose.

—Buenas madrugada a ambas. —responde mientras avanza con pasos firmes hacia mí.

—¡Feliz cumpleaños por adelantado!   —interviene mamá, en un tono amistoso al tiempo que lo abraza.

—Muchas gracias, sra Juls.

Mis mejillas se encienden en un rojo
intenso al verlos abrazarse y sentir el calor de sus palabras. 

—Que cumplas muchos años más. —añade alejándose.

En ese instante, mi padre sale del coche y un leño de tensión se abre camino por la suspicacia en que él mira a Khai. Este cambio tan brusco hace estragos en mi estómago.

Cuando creo que no dirá nada, rompe el silencio como una roca golpeando un tempano de hielo.

—Cuida de mi hija, por favor —le dice severo.

Una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro. Sé que le ha gustado su pedido.

—Lo haré, señor, no me apartaré —responde, su voz adquiere una determinación creciente—. Aunque ella es valiente y decidida, y puede hacerlo por sí misma, estaré ahí.

Así, la atmósfera se relaja con un gesto de asentimiento por parte de mi padre. Luego, él acaricia mi mejilla y se inclina hacia adelante para besarme con cariño en la frente. Su mirada dice tanto, sin necesidad de palabras.

«¿Podría decirle que estoy bien, que estoy dispuesta a volar por mis propios medios y descubrir nuevos horizontes?» «¿Podría decirle que es una aventura que tengo que emprender, en cierto modo, por mi propia cuenta?»

El corazón me palpita ansioso por la idea de marcharme y dejarlos solos, pero sé que esto es necesario. Tiene que suceder algún día, pero creo que ninguno estará lo suficiente preparado nunca.

—¡La hora de partir ha llegado! —grita uno de los profesores a través del megáfono, y los chicos alrededor se desplazan de un lugar a otro y empiezan a ocupar los autobuses.

—Los amo.

—Nosotros más.

Me despido de ellos, quienes se quedan junto al coche. Khai carga mi bolso y lo guarda en el maletero del bus cuando nos subimos. Acto seguido, nos sentamos en los asientos detrás de Hanna y Sun, quienes están dormidas.

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora