Capitulo 46: Una última charla

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ROSE RIVERS


Salgo de la oficina del director con un pequeño nudo en la garganta. “No puede seguir faltando tanto a clases, señorita Rivers. Esto no es un juego”. Me sermoneó durante casi media hora y luego, como castigo por mis ausencias, me encargó una lista interminable de trabajos prácticos que debo entregar antes de fin de mes.

También me escogió como voluntaria para ayudar a Hanna —ahora presidenta del comité de graduación— con las actividades de pre-requisito y todo lo relacionado con la ceremonia final. Eso último me agrada. De hecho, me parece una buena oportunidad para estar más involucrada y distraerme un poco.

No dejo de pensar en este gran reto ni por un segundo, pero esos pensamientos se desvanecen cuando abro la puerta del baño. Sun está frente al espejo de pared completa, colocándose rímel en sus pestañas.

Mi subconsciente me grita que dé la vuelta y me vaya, pero no huiré como una cobarde. Tarde o temprano tendré que enfrentarla.

—¿Cómo estás? —Tal vez esa pregunta no es la indicada para comenzar.

—¿Acaso te importa? —Su tono es distante, igual de frío que el Atlántico.

Dios mío, ¿cuándo nos volvimos tan distantes?

—Por supuesto que sí —le respondo.

Su mirada salta del espejo hacia mí. Se voltea, recarga su cuerpo contra el lavabo y cruza sus brazos.

—No seas hipócrita, Rose. —Entrecierra sus ojos—, ¿Por qué eres tan falsa?

Su comportamiento me impacta, pero mantengo la serenidad. Eso es lo que veo reflejado en mi rostro en el espejo.

—No sé que película te creaste en la cabeza, pero te aseguro que es falsa.

—¿Te atreves a decir eso después de que entraste en nuestra familia, buscando que te tuviéramos lástima?

—Jamás busqué la compasión de nadie. Y si la hubiera querido, tus padres estarían en mi última lista. No me trates como si fuera una criminal, porque yo no sabía nada.

—¿No es lo mismo que hiciste con mi hermano? —contraataca.

—Reconozco que desquité mi rabia con él, y estuvo mal. Me disculpé con él, ambos asumimos nuestra parte.

Finge un bostezo y rueda los ojos.

—Rose, en serio, no me interesa. Guardate tu discurso.

—Está bien. No puedo obligarte a que me creas. Pero a pesar de las diferencias entre nuestras familias, mi cariño por ti sigue intacto. Eres mi amiga, y eso no va a cambiar a menos que tú lo decidas.

Mete sus brochas y otros artículos de maquillaje en un estuche, que luego guarda en su mochila. Da unos pasos hacia mí y advierte:

—Aléjate de mi hermano, no vuelvas a acercarte a él —Se toca la cien con el dedo indice—. Grábatelo en la cabeza.

Es más alta que yo, y por eso tiene tanta seguridad. No me intimida.  Mantengo la frente y el pecho en alto.

—No eres quien para darme órdenes ni hablarme de ese modo —suelto—. Khai y yo somos adultos.

Pasa a mi lado y avanza hacia la puerta, cerrándola a mis espaldas. Entro en uno de los cubículos. Bajo la tapa del retrete, me siento y respiro profundo. El baño huele a un ambientador de fresa, lavanda, jazmín o a los tres aromas.

Cinco minutos después, me enjuago la cara en el lavabo y me dirijo a la cafetería. El dulce olor a pan y rosquillas me resulta familiar y reconfortante. Ocupo una mesa en el fondo y disfruto del vaso de chocolate que pedí. Luego, abro mi agenda y planifico cómo estructuraré mis trabajos y qué días dedicaré a cada uno.

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora