Prólogo

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Se podía decir que era un hombre afortunado.

No especialmente porque lo había tenido todo que era verdad. Había nacido en el seno de una familia pudiente, influyente y cariñosa, teniendo el respeto y el favor de la reina Victoria; había sido criado bajo el cariño y el amor de unos padres y de unas hermanas. Era el consentido de la familia. Y en cuanto a las mujeres, no tenía queja alguna. Además, de ser uno de los los caballeros más envidiados de todo Londres, no lo decía él, sino la prensa que se explayaba con sus aventuras y amoríos. No, era afortunado porque seguía viviendo y, pronto, debía cumplir con su responsabilidad como marqués Werrington. Después de dos intentos fallidos; la primera con la meretriz Savage y la segunda... bueno, fue una ilusión que creyó que podía ser la verdadera, la hermana de su mejor amigo. Claro era que no estaban destinados, aunque, por un momento confuso de su vida, sí lo había creído.

Ahora estaba tatareando una canciocilla, muy conocida entre muchos marineros, mientras subía a ver sus sobrinos, no de sangre, porque sus hermanas aún no se habían casado, siendo más la presión que tenía por casarse. Pero, debía escoger la mejor candidata porque no se merecía menos.

Tocó la puerta sabiendo que había alguien más en la habitación de los niños y no se hizo el sorprendido cuando abrió y la vio con Ian, de dos años, y la más pequeña, Josephine, de ocho meses, que estaba en el regazo de la dama que no hizo el afán de levantarse del suelo cuando lo vio entrar.

Por unos segundos, se quedó sin habla que no tardó en recuperar.

- Veo que tenéis mucho trabajo por aquí.

Su apenas perceptible mueca le indicó que no fue bienvenido. En cambio, Ian, al verlo se dirigió al él con toda la alegría del mundo y que no tenía la señorita...

- ¡Tío Adam!

- ¡Hola, granduñón! Has crecido más de la última que te vi. Unos años más y superarás a tu padre.

El niño se rio al imaginárselo. Su tío era muy gracioso.

- ¿No tiene una palabra agradable para mí, lady Shelford?

Sentada en el suelo, parecía tener la misma postura de una reina y, desde su posición, su mirada helada lo aplacó.

- No sé quién le ha dicho que necesitábamos su compañía; los niños estaban perfectamente conmigo, gracias.

La simpatía personificada, se dijo con una sonrisa burlona.

- Shhhh, los niños la escuchan.

Poco le importó su respuesta cuando resopló y se levantó sin la ayuda de nadie para colocar a la pequeña en la cuna que habían instalado para ella.

Su hermana Hester necesitaba descansar ya que su tercer embarazo estaba siendo más complicado. Menos mal que tanto Ian y Josephine no eran unos niños revoltosos. Miró con adoración a la bebé que se durmió ignorando a los adultos. Ojalá ella pudiera hacer lo mismo.

- Si no he sido más clara, debería irse. No entiendo qué hace aquí.

- Lo mismo que usted. Estos niños necesitan un tío que los mime.

La risa de Ian lo corroboró, pero no lo hizo la señorita, que por más que lo intentaba no cambiaba su actitud con él.

- Si eso es lo entiende por mimar, me preocuparía.

La piel de Adam se le erizó como un gato.

- ¿Alguna queja de mi comportamiento hacia los niños?

- No lo diré en presencia de ellos. Pero, ¿para qué decirlo si lo sabe perfectamente?

Adam dejó a Ian en el suelo para que siguiera jugando con los soldados que estaban desparramados en la alfombra y caminó hacia el centro donde la dama que no se inmutaba ante su presencia. Ese detalle lo enfurecía y lo alteraba a partes iguales.

¿Quién se había creído la doña Perfecta?

- ¿Sabe lo que pienso? Me tiene miedo.

Se sintió casi triunfador al dejarla sin habla y sorprendida por su ocurrencia.

- ¿Miedo? ¡Pamplinas, no le tengo ningún miedo!

- Ah, si no lo tiene, intentaría ser más... agradable.

La mirada helada se convirtió en fuego helado y se alejó.

- Ya veo, ¿tengo que ser más amable hacia usted? ¿Por qué? Un poco de acritud no le viene mal para una persona que tiene el mayor ego que todos los príncipes del mundo juntos.

- Entonces, ¿por qué huye si no me tiene miedo?

Sus pasos se detuvieron, lo que aprovechó el otro para acercarse de nuevo a su persona sin dejarla de mirar.

- Me da la razón.

Lady Shelford apretó los labios y lo miró con enfado.

- Se equivoca por completo, milord - añadió con burla -. Puede decir lo que quiera para alardear que causa algún tipo de sentimiento en mí. Pero, por más que lo intente, no lo conseguirá. Ni le tengo respeto cuando sé que usa las mujeres a su antojo.

Fingió estar aterrorizada por haberlo dicho, llevándose una mano a los labios.

- Espero no haber sido cruel.

Para su desconcierto, él se rio en vez de ofenderse. Observó al niño antes de dirigirle una mirada más decidida. Un escalofrío se deslizó por su espalda al chocar con esa mirada. Intentó ser lo más impasible ante su escrutinio.

- Ni con mil puñales serían tan crueles como su indiferencia. Mas soy un hombre paciente y torres más altas han caído.

¿Qué quería decir?, se preguntó recelosa.

Él le leyó el pensamiento y, cogiéndola desprevenida, le recogió un mechón rebelde de su moño colocándolo detrás de su oreja, cortándole la respiración.

Era peligroso.

Un embaucador.

- He decidido que sea mi marquesa, lady Shelford.

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Os dejo con un extracto de lo que vendrá en esta historia. Si hay algo raro, lo corregiré. Sabéis que me hago un lío con los apellidos porque no los acabo apuntando. Nos leemos en julio!! Sino antes cuando la inspiración llegue y me vea más libre de las opos 🤗🤗🤗🤗

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