Capítulo 5

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Pese a los años transcurridos, la nitidez o la sencilla franqueza del tono de la conversación que pilló a hurtadillas detrás de una puerta se le había quedado grabada en la memoria. Según había escuchado, la memoria podía ser muy selectiva, y juguetona para la conveniencia de los intereses del individuo. Este podía darse el caso perfectamente.

Rachel podía recordar perfectamente como aquella mañana decidió presentarse al banco y hacerle frente al candidato perfecto que consideró su padre como su futuro esposo. Por una parte, quería reírse ante la fanfarronería de su progenitor. Por otra parte, no podía subestimarlo. Él podía obligarla a casarse con dicho caballero sin que pudiera rechistar. Y quería prevenir a su futuro prometido que no aceptara tal propuesta. Para ello, decidió hacer una visita impestiva, un tanto inadecuada porque no llevó a su doncella como acompañante. En ese entonces no estaba en peligro de convertirse en una solterona, aunque si cometiera una estupidez su reputación iba al fango.

En ningún momento avisó a su familia de dicha visita al banquero. Ni siquiera se lo comentó a su hermana que se había disfrazado de caballero para comentarle qué le había parecido, siendo el destino irónico cuando tiempo más tarde sus destinos se unirían. Pero esa no era la cuestión de sus pensamientos, más inquietos aún.

Su aparición ante al caballero se pospuso, no porque quiso. Iba a acercarse al secretario para que la anunciara, claro con un nombre falso cuando vio perfectamente que el pasillo donde se dirigía hacia el despacho de lord Darian estaba vacío, pero en su interior no lo estaba. Dio la casualidad que las voces de aquel hombre y otro que lo acompañaba, que no tardó en reconocerlo ya que lo había escuchado en muchos eventos que habían coincidido. Él no la reconocería por asomo, si la escuchaba.

Podía haberse ido, eso lo hubiera hecho una señorita de bien. Pero ante la posibilidad de que pudiera conocer algún trapo sucio que difuminara la idea maravillosa idea de su padre fue más atrayente que el irse e ignorar la conversación. Además, para qué mentirse, ir al banco sin compañía no era la mejor y sabia decisión de una señorita... de bien.

E hizo lo correcto, pensó después cuando descubrió que su opinión hacia el marqués era igual a la que había tenido: pésima. Aunque, nunca lo iba a reconocer, sintió algo de simpatía y, quizás, de compasión. Él no quería ser obligado a casarse. Sin embargo, dicha simpatía desapareció cuando lo oyó que quería disfrutar de su libertinaje sin importarle a cuántos corazones ilusionaba y destrozaba a su paso.

Le importó bien poco en conocer la opinión de lord Darian. Ni siquiera podía decir si lo que dijo fue un acierto o no. No estuvo pendiente de su respuesta. Tal como vino se fue. Enfoscada por una conversación privada entre dos caballeros que no venía al cuento.

Ahora, al parecía ser quería hacerla su esposa.
Por la sencilla razón que lo desafiaba.
Luego decían que las mujeres eran volubles. ¡Ja! Eso era porque no había conocido al marqués Werrington.

¿Qué podía hacer?, se preguntó mordiéndose la uña del pulgar. Un gesto que no era bien visto.

- Mamá si te ve, te regañaría.

Rachel dejó las manos quietas, no quería destrozarse los dedos.

- ¿Qué te inquieta? Desde que has venido, no has musitado palabra alguna. Aunque agradezco tu presencia en la casa, así no estoy aburrida.

- No sabía que fuera un entretenimiento – se sentó a los pies de la cama.

- Sabes que no quería decir eso – Rachel se disculpó; había que tener en cuenta que su hermana tenía que estar en reposo y debía no alterarla; su cuñado la ahorcaría -. Dime qué te mantiene así, tan abstraída.

- No es nada; estoy bien. Puede que me preocupa que estés todavía en cama.

- ¿O qué papá y mamá quieran agasajar al marqués para que sea tu esposo?

Rachel gimoteó para sus adentros.

- ¡No! ¿Te lo han contado? ¿Te han convencido para que estés de su parte?

- Tranquila, no han buscado aliados. Pero deberías explicarme qué está pasando entre Adam y tú.

Ante la mención de su nombre, gruñó audiblemente.

- Rachel.

- Es un capricho del marqués. Olvida lo que te ha contado mamá; él no está interesado en mí. Solo ve en mi persona a un desafío que doblegar.

De repente, Hester emitió un sonido estrangulado que pareció a la risa.

- No es gracioso, hermanita.

- Ah, por Dios, deberías mirarte la cara; parecieras que estás pasando por un castigo.

- ¡Lo es! Perdón, no quería gritar – intentó tranquilizarse y respirar hondo; estaba exaltada -. ¿Qué he de hacer para que desista?

- ¿No te tienta lo más mínimo que te corteje?

Sintió un escalofrío que no pudo reprimir. No contestó de inmediato, sino que cambió de tema.

- Sería divertido ver cómo fracasa.

- No eres así, Rachel. No actúas con maldad.

Se encogió de hombros y, ahora, la que le tocó gimotear es a ella.

- Solo le demostraré que soy su peor elección.

- No me asustes, ¿qué harás?

Con una sonrisa enigmática le respondió:

- Espera y verás.

Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora