Un trocito más

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Notó su sonrisa en sus labios antes de apretarla a su pecho y besarla sin que pudiera escapársele de sus brazos. No lo iba a hacer, Rachel se sujetó a él y se entregó a su beso abrasador que la quemó hasta las entrañas, agarrando de sus cabellos y tirando de ellos.

Se convirtieron en dos animales presas de sus instintos primarios, no había motivo por el cual detenerse, sino el de saciarse. Adam no se detuvo, fue besando su piel: su mandíbula, su cuello, inhalando su aroma, siendo este su droga, la costura del vestido se lo impidió.

- ¿Me quieres volver loco?

- No más que a mí - le respondió con la voz estrangulada.

No lo evitó, abordó su boca con la suya, siendo esta el vino que lo embriagaba cada vez que lo probaba. Mareado y perseguido por ella. No podía quedarse quieto, sus manos acariciaron las curvas pronunciadas de la mujer, haciéndoles cosquillas y el hormigueo fuera mayor.

- Debería parar - el control pendía de un hilo muy fino.

- No lo hagas - lo besó, queriendo que lo olvidara hasta que la realidad presente los volviera a reclamar -. No te detengas, no por ahora.

No hubo peor tortura que la de quemarse y no ser quemado. Aun así, no dejó de estar con ella, siendo su marioneta, encantado de que moviera los hilos y lo avasallara con su pasión.

- Dime no es un sueño que te tenga en mis brazos y besarte las veces que quiera.

Su apasionada mujer le sonrió, siendo esta la más dicha feliz que pudiera sentir. Acarició su rostro, sus labios hinchados por su ataque desmedido y no arrepentido.

- No es un sueño, puedes besarme cuántas veces quieras.

Gruñó como el animal que llevaba dentro y no se avergonzó por ello. Ninguna otra mujer lo azuzaba como ella lo hacía con él. Inexperta, pero intensa.

- ¿Te atreverías huir de mí?

Rachel soltó una risa cantarina. Era una bruja, una sirena.

- Aunque pudiera, no lo haría. Me tienes atada de pies y manos.

No era lo que quería decir. Debía ir despacio, ella fue herida en el pasado y no quería lastimarla por culpa de su egoísmo. No quería que se fuera y lo dejara. Porque podía dejarle si quisiera. Se habían embarcado en esa aventura que no tenía final. Él quería su final.

Con ella.

Te quiero, le dijo en silencio, en sus labios abiertos.

No me abandones.

Le pidió, le suplicó, sabiendo que era ese su mayor miedo.

Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora