Un trocito

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Aunque se alejara del ambiente festivo, su mente recreó la obra que se estaría desarrollando a pocos metros de donde estaba, con las perfectas actuaciones de sus protagonistas y, no por ello, se hizo sentir mejor.

¿Por qué preocuparse?

El único problema que hallaría después era la posible regañina de su madre, disgustada por haberla desobedecido una vez más cuando había normas por cumplir.

Respiró hondo y le llegó el olor a tierra mojada. Seguía lloviendo y no se había movido del lugar que había descubierto. Era una entrada a la casa, pero que no había servidumbre a la vista. Le extrañó a lo primero, mas luego pensó que podría haber más entradas disponibles y aquella era la que no accedían habitualmente, siendo para ella su día de suerte por haberla encontrado.

Estaba sentada en el primer escalón de una pequeña escalinata de piedra que daba lugar a un estrecho camino de grava. No decidió irse por esa ruta, quedándose absorta mirando las gotas caer. El sonido de la lluvia la tranquilizaba. Apoyó la cabeza en el muro de piedra.

- Si fuera por mí, estaría aquí todo el día.  A fin de cuentas, habría una boca menos que alimentar - aunque su estómago no estaría de acuerdo -, un rostro menos que soportar.

Por esa razón, no habría servido ser marquesa.

Se tensó al tener ese pensamiento, como si aún estuviera tanteando de serlo o no, cuando había retirado su decisión de no serlo jamás.

- No sé lo que estoy pensando. He venido aquí para estar tranquila y... Me encuentro que estoy pensando en él y en su proposición. ¡Fuera de mi cabeza!

Con eso, no ayudó mucho. Se contuvo en resoplar y se puso más cómoda, dejando que la espalda se apoyara también. Cerró los ojos con la música de la lluvia de fondo. Un pequeño temblor la dominó cuando una brizna helada se coló por su cuerpo. Estaba empezando a hacer frío.

Debía regresar. Pero no volvió.

Notó como una sensación cálida la rodeaba. Ya no olía solo a tierra, sino algo más. Un aroma masculino.

¿Estaba soñando?

Abrió los ojos un tanto turbada por las inexplicables sensaciones y por la familiaridad del aroma, de la presencia de una chaqueta que no era suya. Era de...

- Temía que se hubiera quedado dormida.

Levantó el rostro hacia dónde procedía esa voz que tanto conocía y lo vio.

Al marqués Werrington.

Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora