Capítulo 7

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Hasta él mismo podía sentirse consternado por su acción.

Más un segundo después, cualquier pensamiento lógico que tuviera había desaparecido de su mente. Tampoco es que hubiera alguna razón plausible que le explicara el impulso que le había llevado a silenciarla con su boca. Porque la estaba besando. Hechizado por la suavidad y dulzura de sus labios, muy diferentes a sus dagas dialécticas de las cuales ella no tenía reparo en darle. Podía decir que había besado a muchas féminas (era de mucha arrogancia el decirlo, sí), pero no era el efecto que había esperado al sentir el roce de sus labios con los suyos. Ni que ella lo hubiera mandado al diablo en un principio sorprendentemente. Así que durante unos segundos bebió de sus labios, agarrado por el repentino deseo de querer saborear más, de sentirla estremecerse, de envolverse con su calidez y llegar a emborracharse. Quería... la apretó más su cuerpo sin tener vergüenza que la señorita Shelford se percatara de la reacción primitiva y natural de su cuerpo. Era un hombre de carne y hueso, por Dios.

La deseaba.

No obstante, dicha señorita no era como las demás y debió suponer que la magia del beso no duraría para siempre. Duró únicamente unos segundos que pudo él atisbar la pasión contenida que tenía dentro, lo suficiente para lamentarse que no había durado más de lo que quiso porque la joven al notar su dureza en su estómago, lo apartó como si fuera la serpiente del Edén que la había mordido. No pudo evitar esbozar una sonrisa sardónica antes de que ella se la hiciera desparecer con una bofetada.

Le dolió, aun así, no estaba sorprendido de su respuesta pero sí de la agitación que invadía al cuerpo femenino.

- ¿Rachel?

- Seguro que esto es "otro" de sus juegos para burlarse de mí, ¿verdad?

- ¿Cómo? - cabeceó porque era evidentemente que había escuchado bien, solo que no le gustó oírlo de su boca, que a la vista estaba, parecía más hinchada por el impetú de su beso -. Rachel, escúchame. Ha sido un impulso, quería besarte y...

- ¡Pues yo no lo deseaba! - si bien que podía haberse esperado esa respuesta de la joven, no había estado preparado para que le lastimara el orgullo, un pelín -. No todas las mujeres que le rodean están suplicando por un beso suyo.

- Ya me he dado cuenta - masculló entre dientes. La mejilla le continuaba ardiendo y, encima, tenía un nudo en su pecho -. Si crees - la siguió tuteando pese a que ella quería mantener la distancia -, que me arrepiento de haberlo hecho, te equivocas. Porque lo volvería hacer, mi pequeña diablilla.

- ¡No soy su peque...! - rabiosa, más de lo que había querido sentir -. ¡No quiero verlo más en mi vida, milord! Me confirma una vez más que es un calavera y un petulante libertino, que le gusta a someter a cualquier mujer para satisfacer sus bajunos instintos.

Se giró para irse de allí a zancadas sin importarle que había terminado muy pronto su misión de disuadirlo. Estaba que la perseguían una horda de demonios. No se quedó para despedirse, ni para acompañarlo a la salida. Ni siquiera le dijo dónde se encontraba el marqués al mayordomo que se lo topó una vez haber entrado en la casa. Dejó a cierto caballero solo en los establos, aún atónito por la explosión de carácter de la chica.

-¡Jesús! - se pasó una mano por los cabellos en un intento de reordenar las ideas o mejor dicho de encontrar una solución para la ecuación enigmática que tenía delante -. No creo que fuera para tanto. ¿Por qué molestarse por un beso? ¿Tanto le repugno?

Oírse a sí mismo de esa forma, estaba claro que se había tomado en serio sus palabras. ¡Él, que se consideraba un amante atento y generoso! Esbozó una mueca que le tiró la mejilla dolida. Le había dado una buena bofetada. Pero había sido sincero, no se arrepentía y lo volvería a hacer, aunque significara despertar la furia de la damisela. Quizás, había sido demasiado pronto. Posiblemente, no debería haberla besado como cuán jovenzuelo impulsivo que ansiaba saborear por primera vez a la chica que le volvía loco. Porque lo estaba enloqueciendo, aunque ella no era consciente de ello. Mejor así, no le iba a dar más poder. No obstante, si pensaba que iba a retroceder en su plan. Estaba totalmente errada.

Rachel no encontró consuelo ni siquiera en lecho al tirarse encima. Se odió comportarse como una cobarde por su primer beso con Werrington. Salvo que no había sido el primero que había recibido de él. Angustiada porque se hubiera dejado llevar de nuevo, hundió el rostro en la almohada. Ni con ello pudo evitar que la añoranza volviera a ella como un dique al romperse por la presión tormentosa del agua. Como la humillación que siguió tras su primer beso.

Era normal que no se acordara de ello, ni que hubiera significado nada para él. Si para aquel momento, ella había estado en el lugar incorrecto, ni la hora justa. Había sido el retorcido azar que había querido ir a despejarse en la intimidad de la oscuridad que daba debajo de la terraza de una de las montones de fiestas que se celebraban y de la cual había decidido asistir en el último momento para soñar un poco más. Creyó desfallecer cuando alguien de la oscuridad la atrajo y la abrazó. Se asustó, pero al sentir su susurro y sus palabras de calma, creyó de verdad que iba a desmayarse. ¡Él la estaba abrazando! Ni en sus imaginaciones más alocadas creyó que se hiciera realidad. Realmente lo estaba viviendo. No pensó, ni por un instante, que su abrazo inesperado como cálido era para otra destinataria.

¡Cuán ilusa fue!

Debió haberlo apartado para que el golpe no fuera aún mayor, pero su inexperiencia o su ebriedad de sentirlo junto con ella fueron más fuertes que la prudencia. Mas creyó que había sido correspondida. Sí, había reparado en ella y, por fin, podía cumplirse uno de sus sueños. Más se tornó en pesadilla cuando lo escuchó decir anhelante otro nombre de sus labios al terminar de besarla.

La viuda de Vere.

Se fue de allí, aturdida sin volverse a sus reclamos. Corrió para refugiarse y no volverlo a ver más. Sin embargo, lo vio a menudo para su maltrecho corazón. Más tarde, supo que dicha relación había terminado, pero no fue lo suficiente para curar su corazón y su orgullo heridos al darse cuenta de que el marqués Werrington nunca se había fijado en ella. Ni por más que hubiera sido una chica interesante que le llamara su atención, no le habría sido leal.

Porque era un libertino.

Reconocía que había sido demasiado vanidosa, había creído que al ser debutante y estar en el mismo salón de baile que él, se fijaría en su persona cuando se fijaba en todas, excepto a ella. Desde ese instante, se juró no ser tan ilusa y soñadora.

Ya no hubo más de ese amor tan tonto.

Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora