Capítulo 27 (muy breve)

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El carruaje del ducado aminoró la marcha cuando llegó a su destino, bajando así el único ocupante que había hecho ese trayecto.

No le gustó haber tardado más de lo que había previsto porque quiso haberlo hecho cuando ella se fue. Pero, recordando los últimos acontecimientos, no fue culpa suya. Incluso, le podía traer dolor de cabeza al recordarlo ya que lady Houdson había jurado que se había cometido una grave injuria a su hija. ¿Cómo si eso fuera posible cuando ella fue a su habitación? Afortunadamente, no se llegó la sangre al río y se fueron la madre e hija a la tarde ya que no fue creíble su acusación. Tuvieron que agradecer que los duques no las echaran a patadas. Era lo mínimo que se habrían merecido por su feo atrevimiento.

- Hijo, ¿es una simple coincidencia también la marcha de los Shelford?

No pudo mentirle a su madre cuando lo había mirado con evidente preocupación. No pudo mentirle porque él necesitaba decirle lo que sentía por la señorita Shelford.

- No fue mi intención hacerle daño, aunque es evidente que no me ha creído.

Lady Werrington cabeceó y, para su sorpresa, no le gritó. Ni le regañó. Puso una mano sobre la suya, le dijo con tiento:

- Dale tiempo y se dará cuenta de la verdad.

- ¿Y quedarme con los brazos cruzados sin hacer nada?

Una sonrisa que nacía de la experiencia se dibujó en los labios de la dama, que conocía tanto a su primogénito como al resto de sus hijos.

- Uno puede estar ciego del dolor. Si ella no está preparada para verlo, solo darle paciencia y tiempo para que vea que no la has traicionado.

- ¡No lo entiendes, madre! A ella, le había herido antes por un sinvergüenza que no tuvo en cuenta sus sentimientos. Si yo la dejo... Pensará que he jugado con ellos, con su corazón.

- Entonces, tómalo como una prueba más del destino. Sé paciente que si ella te quiere, sabrá que le habías dicho la verdad.

- ¿Cómo puedes tener tanta confianza? No se te olvida cómo he sido en el pasado.

Farfulló cuando su madre le alborotó los cabellos como lo había hecho cuando era un niño chico.

- Porque el amor es un acto de fe. Sino, pregúntale a tu padre y de la paciencia que tuve precisamente con él.

Adam la miró con curiosidad.

- ¿Padre fue un granuja?

- Mejor haz que no te he dicho nada - se rio, se lo había dicho todo -. No sabes lo que me alegra que por fin has encontrado a tu dama.

- ¿Qué me estoy perdiendo? - apareció el susudicho de la conversación -. Ahora, no os calléis porque he aparecido.

- Ay, Julian. ¿No lo sabías?

Intercambió una mirada cómplice con su hijo.

- Te pondrá al tanto mamá. Iré a dar un paseo para despejarme - le dio un beso en la mejilla y una palmada a su padre -. Nos vemos después.

- ¿No me lo vas a decir, querida? - se hizo la remolona, provocando que el duque la sentara sobre su regazo y la abrazara.

- Alguien le ha robado el corazón a nuestro hijo. ¿Qué te parece?

La miró largamente, calibrando si le había dicho la verdad o le había tomado el pelo. Precisamente, le recogió un mechón de sus cabellos, acariciando su nuca.

- Me parece maravilloso. ¿Quién es la ladrona de nuestro hijo?

Se lo dijo como si de un secreto se tratara.

Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora