Capítulo 21 (un trocito)

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El no haber podido conciliar el sueño, cuyo motivo no iba a decir, le trastocó la mañana. Un marqués debería dar el ejemplo y no ser la vergüenza de sus padres, amistades e invitados, sobre todo de cierta dama que era la culpable, apuntando maneras por la mañana. Mas creyó que un buen desayuno lo arreglaría todo y estaría despejado, erró por completo.

- ¿Cómo dice? - pestañeó, dejando el tenedor encima del plato -. ¿Ha tenido la irresponsabilidad de dejarla coger una montura cuando la tierra aún no se ha secado del diluvio de ayer?

El mayordomo de la familia no se inmutó. Solo atinó a decir.

- Fue muy obstinada.

Adam se acarició la frente que estaba arrugada y echó un vistazo a la mesa que estaba totalmente desierta a esa hora de la mañana.

- Puede serlo - él, en primera persona, lo sabía -. Me imagino que todavía no ha regresado y por eso me lo está diciendo.

- Supone bien, milord.

Maldijo entre dientes y se puso en pie sin pensárselo dos veces. Ni sorprendió al hombre que ya estaba acostumbrado a las acciones impulsivas de los Werrington. Adam Werrington nunca había sido paciente.

- La próxima vez que la señorita Shelford haga una tontería como la de cabalgar, le doy permiso para que la ate en una silla.

- Pero, milord, no es muy caballeroso de mi parte si lo hiciera.

Adam levantó la mano.

- Es una orden. Esta mujer me va a dar más quebraderos de cabeza. No puede estar remoloneando como todo el mundo hace - se fue, dirigiéndose hacia los establos -. Si preguntan por mí, diles que sigo durmiendo.

- ¿A su familia, también?

- Sí, a ellos, especialmente.

No se entretuvo más y, con paso firme, se marchó a los establos, donde había ya actividad. No mandó a ningún mozo de que le ensillara un caballo, él mismo se encargó sin importarle lo que podía estar pareciendo en ese momento.

Un hombre mortalmente preocupado porque su mujer había tenido la absurda idea de cabalgar cuando estaba la tierra húmeda.

Estaba la posibilidad de que el caballo se resbalara y se cayera, la jinete también en el acto. El corazón se le paralizó y un sudor le cubrió la frente. Aceleró sus movimientos e iba a sacar la montura cuando la susodicha de sus preocupaciones, se presentó como una diosa que bajara de los cielos. Impetuosa y despreocupada.

- ¡Adam!

Normal que se sorprendiera porque estaba mudo.

- ¿Vas a cabalgar también?

Se quedaba tan tranquila, aunque notó cierta tensión que estaba emanando de él.

- ¿Cómo has podido tener la poca precaución de coger un caballo y cabalgar cuando la tierra está todavía húmeda?

Rachel se mordió el carrillo y se acercó lentamente al caballero que echaba humo.

- No podía quedarme más tiempo en la cama.

- Podías haberme llamado - sugirió sin vergüenza alguna.

- ¡Adam! - le sonrojaron las mejillas -. Haré que no te he escuchado. Necesitaba salir y cabalgar, respirar el aire limpio.

- Poniendo en riesgo tu cuello.

- No ha pasado nada grave y estoy de vuelta, sana y salva.

- Ya lo veo -  el rubor se intensificó aún más, siendo una bola roja brillante, ante la mirada intensa que le dirigió -. Aun así, te quedas quieta la próxima vez.

- No lo haré.

Los dos se pusieron muy tercos.

- Sí, lo harás. Yo mismo me encargaré, mi encantadora dama.

- ¿Te parezco encantadora, incluso irritándote?

Ella no sabía el efecto que tenía. Gruñó para sus adentros y asintió como un niño que se resistía a decir la verdad cuando esta era un grito, alto y claro. A Rachel le pareció tierno el gesto. Así que no se controló, se acercó y le dio un beso en la mejilla. Él no tardó en ponerle la otra mejilla, provocando otro beso.

- ¿Me has perdonado?

- Me lo estoy pensando.

Rachel cabeceó y le sonrió. Ahora le tocó a él estar sorprendido cuando lo abrazó. No supo usar los brazos durante unos segundos.

Estaba claro que desconocía el efecto que le provocaba en él.

A su cuerpo.

Menos que no lo vio sonrojado. No tardó en responderle al abrazo, rodeándole la calidez que le transmitía.

- No debes preocuparte, sé cuidarme de mí misma.

- Lo tengo en cuenta - tendría que armarse de paciencia si era lo que le iba a esperarle cuando fuera su esposa.

- Pero si, para la próxima vez, - le gustó escucharlo -  decido de dar un paseo en caballo, te diré si te apetece acompañarme.

Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora