Otro trocito (adelanto)

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Hubo un salto en su corazón después de hacerle saber que si se entregaba a él, le podía hacer daño.

No hubo más palabras, solo sus respiraciones agitadas. Se miraron con el peso de sus latidos, latentes, de ellos mismos los impulsaban a latir con desespero. Por esa cercanía que no se acababa de terminar. De ese deseo que navegaba entre ellos y los hacía retorcer sin llegar a un fin.

- No está en mis manos, el hacerte daño - su voz era un susurro grave, su mirada solemne -. Si alguna vez lo hice en el pasado, no fue consciente de mi parte.

Rachel tembló como una hoja, sintiendo que se deshacía como un castillo de arena al ser abordada por el agua cálida. Tenía que ser fuerte frente a él, frente al posible dominio que podía tener sobre ella sin el menor indicio que él lo supiera.

- No te voy a retener, Rachel. Eres libre, si quieres irte - aun así, él apoyó sus brazos a lado de la puerta, siendo su jaula.

- ¿Quieres decir que no me molestarás más si yo lo decido así?

Fue cuando hizo una mueca y se apartó, sintiendo cómo sería si se alejaba nuevamente de él.

Abandonada.

Inspiró hondo, y antes, de echarse en cara su impulsividad. No se fue, sorprendiéndole.

- ¿Qué sería de ti?

- ¿De mí? Podría sobrevivir. No sería la primera vez que una dama me rechazara.

Algo le decía que esas palabras eran una defensa, una armadura para que no lo alcanzara y Rachel quería alcanzarlo. Atravesarlo como lo había hecho con ella. De nuevo, inspiró hondo, sintiendo el espesor de su sangre recorriendo por su cuerpo.

- Dime, ¿qué harías si me quedo?

Una sonrisa voló sobre sus labios, titubeante y en un intento de ser el perfecto seductor.

- ¿Qué tienes pensado, Rachel? ¿Volverme un demente? Porque lo estás consiguiendo y ahora sería yo que te pediría que parases.

No paró hasta terminar con esa distancia que los separaba. Se puso de puntillas, sujetándose a sus hombros, y lo miró, notando su respiración contenida al sentirla cerca.

No era el único afectado. Pero el saberlo, no le disgustó.

La fascinó.

- Hay una forma de saberlo - le dijo en un arrebato de valentía.

- ¿Cuál es esa manera?

Preguntó sabiendo la respuesta. No hacía falta expresarlo a viva voz porque era lo que estaban deseando. No perdieron más el tiempo y sus labios se rozaron.



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