Capítulo 25

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Aviso: a ver cómo empiezo y acabo 🙈

El caos se desató en su cabeza que no hubo ningún pensamientos coherente, sino un pitido latente en sus oídos al presenciar que Rachel estaba detrás de la puerta y lo había mirado escéptica, malinterpretando la escena que tenía delante de ella. Luego dio paso al dolor.
Al desgarrador dolor producto de la traición.

- ¿Rachel?

La mirada que le devolvió era acusatoria, lo había condenado. No se lo pensó dos veces y fue tras ella, dejando claro a la otra señorita, si es que pudiera tidarla de esa forma, que su único interés había sido ella, la señorita Rachel Shelford. Lo que no tenía claro era que pudiera serlo de ella, no después de lo que había presenciado.

Agradeció que no se abriera ninguna puerta porque ya bastante había hecho para crear otro escándalo a su espalda, persiguiendo el ligero paso de la joven que apretó y no dudó de cerrarle la puerta delante de sus narices cuando la alcanzó. Golpeó la superficie, llamándola, exigiendo que le abriera la puerta.

- Ábreme, por favor. No es lo que imaginas.

Se odió al decir esa frase tan manida, tan dicha, tan superficial... Hizo una mueca, clara, y disgustado consigo mismo. Pero qué otra cosa podía decir, no había hecho nada que la dañara. Ni por Dios, habría querido a otra mujer que no fuera a ella.

- Escúchame, Rachel. Sé que estás ahí - lo sentía en cada parte de su cuerpo, impotente y desgarrado por no tenerla, por haberla alejado de él-. Si no quieres abrirme la puerta, lo entiendo. Pero eso no quita que me iré de aquí tan fácilmente. Me quedaré hasta que me escuches. No sabía lo que estaba haciendo la señorita Houdson en mi habitación. Te lo juro. No la había llamado, ni quería un encuentro con ella - se le cortó el aire, sabiendo que le había hecho daño, da igual que fuera inocente y la idea de pensarlo le asqueaba -. Le había pedido que se marchara justo cuando habías llegado. No quiero que pienses que te he engañado porque la mera idea de hacerlo me repugna, aunque con mi pasado, puedas pensar lo contrario de lo que te estoy diciendo.

El silencio siguió a sus palabras. El silencio oscuro del pasillo desierto. No le abrió  como había esperado. Pasó las manos abiertas sobre la lisa madera. Apoyó la frente y le suplicó que le creyera, solo una cuarta parte de lo que le había dicho.

- Créeme, por favor. No soy el mismo que era antes. Me has hecho cambiar y ser diferente, en saber lo que quiero en esta vida y, por nada del mundo, me haría cambiar de opinión respecto a ti. Porque eres tú lo que quiero.

Querría derribar la puerta. Mas comprometería su reputación, si lo hiciera. No podía hacerlo por querer ser un desgraciado egoísta. Su cuerpo tembló, conteniéndose en no derribarla y  perseguirla para que lo perdonara, si es que estaba dispuesta a perdonarlo. Fue consciente de que no le iba a abrir la puerta. Al menos esa noche.

- Rachel... - la llamó.

Había destrozado la poca confianza que había tenido hacia él y, a saber, si era irrevocable. No quería pensarlo. No quería aceptarlo.

- Mañana lo hablamos. Por favor, no se te ocurra irte sin hablarlo. Buenas noches, Rachel.

Deseó que al día siguiente, ella no huyera de él, poniendo tierra de por medio. Porque era lo más probable que lo hiciera. Los antecedentes se lo señalaban.

Exhaló un suspiro y se deslizó hasta el duro suelo, apoyando su espalda en la pared. No se quejó, la molestia física era la menor dolencia que sentía en ese momento.

Lo que sí estaba seguro era que iba a echar de sus propiedades a los Houdson. Se acabó el ser amable. No era demasiado tarde para hacer las cosas bien. Ojalá lo hubiera hecho antes.

No se fue de allí ni aunque las manillas del reloj se movieran inexorablemente. Dio una ligera cabezada cuando sintió un latigazo en el cuello y el frío en los huesos. Estornudó, no se había acordado que iba sin camisa. Mas alguien le había puesto una manta.

Rachel.

Todo no estaba perdido, sonrió antes de cobijarse con la manta, anhelando estar otro sitio. Al parecía ser le había creído. Se agarró a ello como si fuera su religión y se marchó a su cuarto. No creía que podía pasar la noche ahí sin montar un espectáculo.

Solo que fue un momento dado de indulgencia.

Porque a la mañana siguiente, tal como supuso, Rachel puso tierra de por medio, subestimándolo.

Él nunca se rendía.

Lo iba a escuchar, aunque no quisiera y pensara que era el peor hombre del mundo.






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