Capítulo 23 (breve)

841 175 8
                                    

En la burbuja que estaban, nada, ni nadie les hacía advertir que pudiera haber alguna amenaza inquietante que pinchase a dicha burbuja y explotara. Las familias Werrington y Shelford estaban disfrutando de ambas compañías sin imaginarse que la relación de sus hijos habían dado sus frutos. Si lo llegara a saber lady Shelford, habría estado llorando a mares por conocer que su hija había asentado la cabeza al fin (ya había echado cualquier esperanza por la borda) y nadie podía culparla, porque Rachel Shelford se había resistido a la idea del casamiento. No obstante, aún no había campanas de boda.

- Hubiera sido mejor caballero y haberte permitido que te trajeras a tu carabina. O haberle pedido permiso a tu padre - le dijo Adam en un acto de caballerosidad británica -. Aunque muchas parejas estén paseando, no quita que tu reputación pueda estropearse por mi falta de responsabilidad y tacto.

Rachel lo miró con una ceja enarcada.

- Nos hemos escondido varias veces y no precisamente para intercambiar alguna palabra de cortesía que otra, Adam.

¿A qué venía ahora esa vena tan noble de él?

Pese a la extrañeza inicial de escucharlo, no evitó parecerle tierno que se preocupara por ella. El mujeriego estaba preocupado por su reputación. Si no fuera por lo solemne que se había puesto, se habría reído. Estaba mortalmente serio.

- Adam, ¿qué puede ocurrir? Esta no es la primera vez que nos escapamos de los invitados. Si alguien murmura sobre nosotros, no estaría tan angustiada. ¿Acaso te inquieta que alguien pueda relacionarte con la solterona de hierro?

Le observó hacer una mueca disgustado con el mote que se había puesto a sí misma.

- Rachel no te tildaría de esa forma, ni quiero que te des a ti misma un valor inferior por unas normas anticuadas y encorsetadas - la dejó sin habla con tan pocas palabras. Él tenía ese efecto; dijera lo que dijera, era determinante -. Antes no me habría dado cuenta de tu persona, ni habría conocido cada faceta tuya, pero ahora precisamente no te diría que eres una solterona de hierro; eres Rachel, la mujer que me lleva por el camino de la desesperación y locura.

Se habían detenido por un camino que los acercaba en uno de los laterales de la mansión, lejos de las miradas curiosas.

- ¿De verdad?

Asintió como un cachorro suplicante.

No pudo más, lo atrajo, abrazándolo. El caballero respondió apretándola como si se tratara de un oso a su bote de miel.

- Sé que he de tener paciencia contigo, especialmente porque tu corazón había sido herido por otra persona.  Prefiero no saber quién es porque no me siento católico ahora mismo, ni te podría prometer que me estaría quieto si supiera su nombre.

Oh, Adam. Si supieras que fuiste tú, se dijo con el corazón encogido y aleteando como una mariposa. Se dio cuenta de que lo había perdonado mucho antes de haber dado el salto con él. Estaba dichosa como una niña abriendo los regalos de Navidad. Él era su regalo de navidad, dulce y cálido.

- Ya no hay nada que temer, Adam.

- Solo quiero estar por y para ti, Rachel - le dijo con la voz ronca y le acarició la mejilla con su pulgar -. Con nadie más que tú.

Jadeó agarrada por la emoción. Había sido una forma de declararse, una declaración que no se imaginó que algún día, o mejor dicho, en una noche estrellada la estaría recibiendo. Años atrás, le habría dado una bofetada por su confusión. Mas ahora, la llenaba de dicha.

- Da la casualidad que me siento igual respecto a ti - le susurró con timidez.

No hablaron de casarse. Aún no, era demasiado pronto.

O no.

En otro momento, quizás.

Adam le alzó el rostro y depositó un beso en sus labios suaves, queriéndose un poco más.

Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora