Capítulo 10

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Le temblaba la mano con una carta que le había pasado su madre. Esta estaba sentada en el sofá y, por la postura serena que presumía, no le preocupó en absoluto su reacción.

- No habrás aceptado, ¿no?

La aludida solo se centró en coger su taza de té y tomar un sorbo bien... largo, poniendo su paciencia al límite.

- ¿Por qué debería hacerlo? - depositó la taza de porcelana -. Si lo has leído bien, la invitación está firmada por la propia duquesa, siendo ella que nos invita a pasar unas semanas en Devonshire. Negarle su hospitalidad, que tan amable ha sido, es un desaire de nuestra parte.

- ¡Pero si esto claramente es una invitación para ver quién se casa su primogénito! No habremos sido las únicas familias que lo han recibido - agitada empezó a doblar la nota, como si con ello pudiera deshacerse de ella y de su contenido.

- Si es así, no habría razón por la que preocuparse. No seremos los únicos presentes - parafraseó sus palabras -. Puedes fingir y excusarte en cada actividad social que se realice.

Rachel la miró con impotencia. Parecía que había perdido cuando aquello no tenía ningún sentido.

Lady Shelford tuvo que morderse el labio para no sonreír, sabía la animadversión que su hija tenía hacia los eventos y festejos sociales. Esa invitación de la duquesa había sido perfecto para descuadrar a su niña. No sabía si el marqués estaría ocupado con tanta atención femenina, pero que su excelencia los hubiera teniendo en cuenta, era una clara señal que no estaba perdido del todo.

- Hija, por favor, no hagas de esto una montaña de arena.

- No, no lo haré - más la sorprendió dirigirse a la puerta con paso firme.

- ¿A dónde vas?

- A mi habitación, aceptar este injusto castigo que me habéis impuesto.

- Oh, por favor...

No la replicó porque su hija se fue. En su boca fue floreciendo una sonrisa. No de victoria porque no quería precipitarse y aclamar el premio antes de tiempo, sino de satisfacción. Lo que no se imaginó que, en realidad, Rachel no se fue a su habitación como dijo sino que salió y le pidió al cochero que la llevara a la dirección de los Werrington. Sin importarle mucho si no llevaba acompañante o carabina.

No suavizó el paso cuando el cochero se detuvo y bajó del vehículo, dirigiéndose hacia la entrada. Tocó y esperó a que el mayordomo le abriera.

- Me gustaría hablar con lord Werrington, por favor. No con su excelencia, sino sería su hijo.

No llevó su tarjeta de visita, por lo que el hombre bien trajeado y espalda recta, le preguntó por su nombre. Era tiempo de rectificar y deshacer esa descabellada visita. Sin embargo, había sido impulsiva y aquel momento no iba a ser menos. Así que ignorando que el mayordomo pensara de ella que estaba loca, la guio hasta una estancia amplia y bien iluminada, muy hogareña en vez de ser recargada y opulenta. No se fijó en la figura que estaba de pie que se había sorprendido al verla allí.

Solo cuando la anunció, se situó en el presente y en dónde estaba. En la casa de los Werrington, con el susodicho delante de sus narices. No habló de inmediato cuando él la saludó con educación. No estaba de humor para responderle igual. Sacó la carta mal doblada y le señaló de malos modos:

- Espero que no le haya dado esta fantástica idea a su excelencia.

- Un buenas tardes hubiera estado mejor, señorita Shelford, pensaba que habíamos pactado un trato de cordialidad - dijo con una mueca -. Referente a lo que me estás acusando sin prueba alguna, no sé de lo que me estás hablando.

No fue consciente que, estando alterada, se había acercado a él.

- ¿No sabe de lo que ha hecho su madre?

Era un buen actor o realmente no tenía conocimiento de ello porque se le vio confundido y le pidió el trozo de papel. Se lo entregó con la duda pinchándola. Quizás, se había aventurado mucho en ir.  Dio un respingo cuando sus miradas se cruzaron. Tuvo que carraspear, un gesto poco femenino, para centrarse.

- ¿Y bien?

- Como le he dicho, no lo sabía. Me apena que se lo haya tomado mal. Si quiere le puedo decir a mi madre que reconsidere su invitación. Le puedo decir que no estaría cómoda el ir o que se encuentra indispuesta.

Sentirse otra vez fuera de juego en esa misma tarde, la dejó aturdida y avergonzada. No debió haber ido hasta allí.

- Entonces, usted no fue quien se lo propuso.

- Puede creer mi palabra o no, mas le he dicho la verdad. Puede perdonar a mi madre y su deseo de ver a su hijo mayor casada.

- Ya... - apartó la mirada con la sensación de vergüenza golpeándola -. He sido una ridícula.

Lo ultimo lo había dicho en voz baja, tan baja que no se había esperado que él la hubiera escuchado.

- ¿Por qué se piensa eso de sí misma? Es comprensible que pensara mal dado su poca simpatía hacia mí.

El oírselo de su boca no la hizo sentir mejor.

- No, no. Está claro que he pensado mal de usted injustamente. Creía que había tenido la idea de organizar una dichosa... En fin, le dejaré tranquilo.

Su corazón le iba a mil y era mejor marcharse de allí.

- Señorita Shelford.

La llamó y no pudo ignorarlo como habría querido, porque quería huir. Tuvo que girar sobre sus pies y mirarlo. No se percató de que se había aproximado hacia ella.

- No olvide que mi única intención que tengo todavía hacia usted es tener una amistad, aunque piense lo contrario.

Asintió y notó el pomo de la puerta debajo de la palma. Lo había agarrado en algún momento.

- Sí, eso me dijo.

- Bien, porque ya sabrá que entre los amigos se pueden decir las cosas sin miedo. Me alegro que haya venido, aunque sea para preguntarme.

Rachel se esforzó para no sonrojarse, porque sentía aún que había hecho el ridículo en presentarse.

- Adiós, milord.

El marqués no detuvo su marcha.


Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora