Capítulo 26 (muy breve)

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Seguimos...

Había actuado como una maldita cobarde y no creía que esta vez pudiera perdonárselo el marqués. No le había dado la oportunidad de escucharlo y eso habría sido un durgo golpe para su ego. Encima, les había pedido a sus padres marcharse de allí sin haberles dado una merecida explicación a su deseo desperado y ferviente por irse. Lord y lady Shelford fueron indulgentes con su hija al ver su estado agitado. No le hicieron preguntas, creyendo pensar que no había pasado nada por el cual lamentarse. Rachel, a veces, era tan rebelde como impulsiva. Podía ser perfectamente un capricho suyo. Se fueron no sin antes de despedirse de los anfitriones. Gracias a Dios que no estuvo el marqués presente, seguramente durmiendo tras pasar la noche en el pasillo.

Una bonita actuación si no fuera porque eso pensó a lo primero y que, a los días siguientes que transcurrieron tras su marcha, dejó de pensar sintiendo una brizna de culpa porque no le había dado la oportunidad de hablarlo. Porque lo había escuchado con su corazón en un puño, dolorida porque había creído que la había traicionado. La imagen de la señorita Houdson con él en su habitación había sido una puñalada que no se esperó. Aun así, la ponzoña de esa puñalada estuvo navegando por su cuerpo, lastimándola, queriendo no saber más nada de su persona, ni de sus palabras.

¿Acaso se merecía una compañera que dudara de él? ¿Los dos se merecían un futuro juntos pese a que pudiera dolerle el creer que había vuelto a las andadas? Más podía ser aquello una señal de que no podían estar juntos, que cada vez que dudara, pudiera ser que no eran compatibles y huyera como había huido.

Había sido una cobarde.

Quiso escribirle, quiso decirle que...

¿Qué quería decirle?

Cada carta que había comenzado a escribir, la había hecho bola y la había tirado. Porque posiblemente todo lo había echado a perder. Lo había perdido porque no quiso creerle, y ante la menor oportunidad, se había ido. Había sido demasiado tarde al caer que la nota no se la había escrito él. Sino la señorita Houdson, en una clara trampa para que picara el anzuelo del engaño. No se lo perdonaría jamás. Con ese pensamiento, su ánimo decayó hasta hacerles preocupar a sus padres, pensando que estaba enferma. Llamaron al médico y este no supo identificar qué enfermedad aquejaba a la joven.

- Puede ser que necesite tranquilidad.

- ¿Pero qué tiene, doctor?

Tampoco él supo decírselo.

- No presionamos al médico, querida. Sea lo que sea no será tan grave. Será un malestar pasejero. Démosle tiempo.

Quiso creerle, no quería ver a su hija en ese estado tan taciturno, melancólico desde que salieron de Devonshire. Ni siquiera daba su paseo a caballo, ni había ido a cuidar a los equinos. No quería salir de la casa.

- Está bien. Si es lo que necesita, se lo daremos - confiando que fuera el antídoto de todos sus males sin llegar a saber que la enfermedad de su hija era que sufría mal de amores.

Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora