Un trocito

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Una dama decente en su sano juicio no debería citar a un caballero verse a escondidas.

Pero Rachel no estaba en su sano juicio, y mucho menos pensaba en la decencia cuando le mandó una nota al marqués. Ahí, estaba en la penumbra de la biblioteca con las pocas velas que
iluminaban, esperándolo con el dolor de sienes y el palpitante loco de su corazón.

- ¿Qué he hecho? He alzado un pañuelo a un miura furioso - se apretó las sienes, señal de que había bebido de más, pero no lo suficiente para perder la cordura -. Tengo que irme antes de que venga. Esto no está bien y...

Se quedó muda de repente al escuchar el sonido de la puerta. Su corazón dio un vuelco al ver que tras esa puerta, aparecía Werrington. Con su traje perfecto, hecho a su medida. Más atractivo no podía estar el muy condenado, conocedor de primera mano de su belleza. No debió haberle mandado esa nota. No debió...

Cerró la puerta y no pronunció su nombre. No hizo falta. No tardó en localizarla con la mirada, haciendo que el espacio se redujera y el ambiente se espesara entre ellos.

No había marcha atrás, salvo que huyera como ha estado siempre desde que lo conoció. Tan peligroso como tentador.

- Se preguntará por qué le he dicho de venir. Verá ha sido un impulso que no debería tenerlo en cuenta.

- ¿A que estás jugando, Rachel?

Su piel se le erizó y sintió la garganta cerrarse.

- No estoy jugando.

- Antes había estado preocupada porque nos descubrieran a solas, desdeñando mi compañía. Ahora, me ha pedido que viniera sabiendo que esta situación es igual de peligrosa para usted como para mí si nos encuentran juntos. Y vuelvo a preguntarle el por qué de su citación aquí.

¿Estaba siendo condescendiente?

- Solo ha sido un impulso muy imprudente de mi parte. Puede marcharse. No está obligado a quedarse.

No era como lo había imaginado que sucediera aquello. Sin embargo, ella misma se había encargado de estropearlo. Era abrir la boca y echarlo todo a perder. Solo quería saber si había algo por el cual soñar sin tener remordimiento. Vivir despreocupada por sentirse deseada y querida.

- Bien, no se preocupe. Está siendo incómodo, así que me iré yo. Lamento haberle hecho perder el tiempo.

Quería llorar, llorar como no lo había hecho antes. No se marchó como había pensado en hacerlo. La puerta seguía estando cerrada. Alguien se lo estaba impidiendo.

- Dime la verdad, Rachel. ¿Por qué me has citado? No creo que quieras insultarte a ti misma negándote la verdad.

- ¿Tan bien me conoces que ya presupones cómo me siento? - se giró enfadada con él.

Con ella misma.

- Entonces, di que has querido jugar y te perdono.

- ¿Perdonarme? ¿Por qué sería yo la que he estado jugando? Has estado de flor a flor y nadie te ha exigido lealtad a una persona.

Sus palabras sonaron más fuertes de lo que se imaginó en su cabeza. Contuvo la respiración. Sin querer, había demostrado un poco de ella, de sus miedos, de su dolor, de esa chica que pensó que podría ser la única para él.

- Si me lo pides, seré tuyo.

- No digas promesas que no vas a cumplir, por favor. Ambos sabemos que no hay una sola mujer en tu vida - apartó la cara, tentada en creerle y saber que podía ser suyo.

Sentirse suya.

Podía ser tan delicioso, tan dulce y cálido.Notó su aliento como una acaricia en su mejilla.

- Rachel, ¿por qué negarte el placer de que te ame?

Su beso en su piel la quemó y le hizo jadear, apretar la tela de su chaleco en sus puños.

- Porque me puedes hacer daño y eso no me lo perdonaría jamás.


Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora