Capítulo 29 (breve)

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El amor hace al más estúpido o más valiente de los hombres.

Si alguien le hubiera dado un pellizco, habría creído que no era un sueño. Aún estaba atónita porque se hubiera presentado hasta allí, buscándola,  dándole una oportunidad y pedirle su mano. No estaba soñando, ¿verdad? Se llevó una mano a su mejilla caliente por el ardor del beso y se dio una ligera palmadita sin que le desapareciera la sorpresa de sus facciones. Era real.

Él lo era también. No era producto de su alocada imaginación.

- ¿No quieres organizar un baile para elegir a la candidata más adecuada y perfecta para el puesto de marquesa?

Lo vio mover la cabeza con una sonrisa en los labios. Las dudas desaparecieron como así la calidez se abrió de paso y la alcanzó.

- ¿Para qué buscarla cuando la tengo cerca de mí?

Rachel se contuvo en dar un salto y abalanzarse sobre él. Se contuvo a duras penas, y se mantuvo en una posición más refinada. Quieta y con las manos entrelazadas. Todavía era demasiado pronto para celebrar la tan ansiada victoria.

- ¿Te olvidaste de los inconvenientes que podrían haber si soy tu esposa?

- ¿Te refieres de los inconvenientes que una vez, hace tiempo, me dijiste para disuadirme de idea?

No pudo parecer menos culpable que en ese momento.

- No te convencí demasiado bien - hizo una mueca -. Quizás, debí haberme esforzado mejor y no tendríamos esta conversación.

- Bueno, si tienes pensado todavía en que cambie de opinión, podrías...

- ¡No! - atrapó un trozo de su chaqueta antes de que su futuro esposo tuviera la intención de alejarse de ella -. No lo dudes por un segundo de tu vida. Bastante avergonzada estuve aquel día para que ahora tener que volver a hacerlo. No, milord. Ya que quieres que sea tu esposa, la tendrás con sus virtudes e imperfecciones. El tiempo para retractarse se ha terminado.

Estaba conforme con ello.

Tomó la mano que aún agarraba la tela y la impulsó a aproximarla a su cuerpo. Los dos se miraron sin poder contenerse más tiempo.

- Tendré que pedirle permiso a tu padre. Es probable que me pida que te corteje debidamente durante un tiempo. No podría estar menos desacuerdo con él.

Rachel, sí que lo estaba. Hizo un mohín que no evitó para el hombre mirarla con arrobo, en concreto, a sus labios.

- ¿Habría que esperar tanto? Pensaba que eras un libertino y no te importaba las normas.

- Debes ser paciente como yo - se reprimió la risa ante la mirada severa que le dirigió -. No puedo ser siempre un libertino que pretende querer ser formal ante los padres de la dama con la que quiero casarme.

Refunfuñó y no pudo decir mucho porque sus brazos la envolvieron. Le gustaba que la abrazara. Era reconfortante y cálido. No debía tener pensamientos lujuriosos pese a que él se lo estaba poniendo difícil.

- Está bien - concedió ella al final -. Es mejor así. De todas formas, serás mi esposo y podré aprovecharme de ti como quiera cuando lo seas.

No fue consciente el efecto demoledor de sus palabras al caballero. Hasta se sonrojó como un zagal en plena pubertad. Agradeció que ella no lo mirara. No habría podido mantener su promesa, ni haber estado estoico ante ella.

- ¿Rachel?

- Sí, estaré calladita - su cabeza se apoyó en su pecho -. ¿Nos podemos quedar así un rato más antes de que vayas a hablar con mi padre?

- Sí, lo que mi dama me pida.

No hubo más que decir porque la felicidad  llenaba sus corazones.







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