Capítulo 32 (corto)

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Aunque la calma se había asentado en sus corazones, aún estos palpitaban con más intensidad por estar juntos. Era por mantener la apariencia en la casa de los futuros suegros del marqués, los padres de la novia. Mantener las adecuadas formas para que no hubiera una puntada fuera. No obstante, para ellos, solo la razón sabía de normas menos la pasión que solo hablaba de amor y cuando los prometidos fueron a sus respectivas camas, estas estaban vacías de sus dueños y llenos de pensamientos del uno por el otro.

Rachel aún no se creía de su suerte. Seguía rememorando lo ocurrido del día, preguntándose una vez más, si no había sido un sueño.

No lo había sido; había sido real.

A unas habitaciones de donde estaba ella, estaba instalado su futuro marido. Porque dentro de unos meses, una mera formalidad y un incordio por esperar, serían marido y mujer. En todas sus letras. Lo que le producía una sincera dicha jamás conocida y nerviosismo. No tenía culpa; ni tampoco era ignorante. Tenía una hermana casada y criadas bastantes chismosas. Lo que le creaba cierta expectación.

Y mucha curiosidad como lo era tan naturalmente la curiosidad femenina. Lo que le creó que no durmiera esa noche y estuviera dando vueltas por una noche que todavía no había llegado y que poblaba en su mente. Por si no fuera poco, había presumido en más de una vez de su imaginación tan... Amplia.

- Mmmmm. Él no estará pensando sobre ello - se echó las manos en la cara, notándola caliente -. ¿Por qué no debería ser una buena chica y dormirme con los angelitos?

Ni durmió en las siguientes horas, o eso creyó, cuando pasó bastante tiempo y no consiguió conciliar el sueño por cierto hombre que estaría en su cama durmiendo como... Un adorable angelito. Se levantó en un revuelo de sábanas. Si no iba a dormir, no iba a estar acostada. Podía dar una vuelta o... Visitarlo.

- No, no. Eso no estaría correcto de mi parte - bien que pensó distinto cuando estuvo en Devonshire -. No debo crear un escándalo.

Buscó las zapatillas mientras fue creando una lista, en la cual iba poniendo las razones por las que una novia debería comportarse correctamente saliendo viva en el intento. Fue enumerando una por una cuando encontró las zapatillas, se puso la bata, porque no iba a pasar frío, y fue hacia la puerta. Estaba tan concentrada en la importante tarea de ser una novia perfecta cuando sus planes se fueron al traste al segundo que abrió la puerta.

- ¿Pero qué...?

- Shhhhh.

No hubo oportunidad de serlo. Detrás de la puerta, estaba Adam. Ni corto ni perezoso titubeó. Entró, cerrando la puerta. Se quedaron los dos adentro. Rachel, aún sin créerselo, lo miró.

- No puedes estar aquí - le susurró con el corazón cabalgando por la pura emoción de verlo y sentirlo.

- Puedes echarme si quieres.

No quería; él lo sabía.

Podía haberle pedido que se marchara, pero no lo hizo. Sus miradas se prendieron como sus latidos y sus respiraciones se agitaron.

Un paso. Otro más...

Un segundo. Otro más...

Y ya no hubo más distancia entre los dos. Lo habían estado deseando desde que se conocieron; no había vuelta atrás.

Adam cobijó su mandíbula con su mano y alzó su rostro hacia el suyo. Sus labios se unieron, haciéndoles saborear la anticipación de una... Nueva promesa. Unas manos femeninas treparon por la espalda del hombre, aceptándolo.

Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora