Un trocito

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Con la puerta cerrada y la íntima oscuridad rodéandoles, no hubo más ruido en la habitación que el de sus respiraciones y el crujido de sus ropas, siendo estas abandonadas a sus pies. El preludio de lo que estaba a punto de acontecer sin que nadie lo pudiera impedir. Ni siquiera una fuerza divina, ni las propias diviniedades. El fuego estaba encendido. No hubo forma, ni predisposición por apagarlo. Sino por avivarlo y grandes lenguas llameantes alcanzaran el cielo oscuro e infinito. No se referían a las llamas de las velas, que desde hacía un largo rato, estaban más que apagadas. Silenciadas. La noche reinaba y los secretos de esta, también.

No se detuvieron ni cuando chocaron con la cama, haciéndoles ser conscientes del lugar donde se hallaban, del paso a que estaban dispuestos saltar. No dudaron en hacerlo. Aunque hubo momentos para detenerse y de relajarse, no quisieron; continuaron. Adam la acomodó encima del colchón sin ser un bruto, pero tampoco suave para quedarse quieto. Solo se quedó unos segundos mirándola, cayendo más en su embrujo. Si no estaba más enamorado, lo estaba ahora más que nunca. Besó sus labios con desesperación.

Podía agarrarse a su experiencia, mas con ella, era como si fuera su primera vez. Con las emociones a flor de piel y tembló por ello. No lo ocultó. Temblaba bajo con su toque inexperto y torpe. Sus dedos lo tocaban. Se deslizaban y lo arañaban, siendo arcilla en sus manos, provocándolo.

Estaba siendo un esclavo por adorarla y quererla como si no hubiera querido a otra mujer que no fuera ella. Así fue. Fue recorriendo cada tramo de su cuerpo, desde sus labios hinchados por sus besos hasta más abajo, calentando su piel anacarada. La acarició con su boca y manos siendo su mapa del cual quería memorizar sin prisa pero sin pausa. Ardiendo los dos. La mantuvo en tensión como si se tratara de una cuerda de la cual jugar y tensar, sin romperla, hasta que no pudo más y le suplicó. Aun así, no paró en su cometido hasta volverla loca dentro de su agonía, de su profunda necesidad, jugueteando con sus sentidos, siendo también su prisionera. Las sábanas arrugadas fueron testigo de ello.

Fueron dos iguales en la misma batalla.

Perdieron y ganaron.

Se entregaron sin condiciones alguna, danzando entre llamas.

Se amaron, siendo esta, la primera entrega de muchas que faltaban por cumplirse.



Algún momento espero retomar las escenas candentes y explícitas.
Llevo desde hace un tiempo que no me viene la inspiración para ello. Aquí se ha notado bastante. Ojalá, si la reedito, poder introducir una escena íntima de ellos.

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Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora