Capítulo 4

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El dar credibilidad a un caballero, cuya fama no era por sus logros en sabiduría, era un peligro que había que evitar a toda costa.

Sin embargo, para Rachel Shelford, no contó que Adam Werrington, marqués Werrington, fuera un hombre de mantener su palabra. En cuanto lo vio en el vestíbulo desde su posición, desde el rellano superior, tuvo que asegurarse de que estaba viendo bien y no fuera una alucinación producida por unas setas alucinógenas, que hubiera sido probable si conociera dicho dato, y si hubiera comido alguna por accidente. Ni lo uno, ni lo otro fue producto de ello. Pensó en una vía de escape. Sí, no era una cobarde, pero fingir que le hacía ilusión tal visita era un gran esfuerzo que no estaba segura de querer hacer. No pudo escapar como quiso porque en cuanto él giró sobre sus pasos y la vio en la baranda de la escalera, no ocultó su sorpresa, una fingida sorpresa, que ella creyó de un fanfarrón como era el noble que estaba a unos metros de ella.

- Lady Shelford, estaba preguntando por usted y si se encontraba en la casa. Me alegra que mi visita no haya sido en vano.

- Lamento poder contradecirle, milord, pero dado que mi familia no se encuentra y me hallo sola, no puedo recibirlo como merece, a menos que quiera arriesgar su cuello con la soga del matrimonio.

Los sirvientes, bastantes discretos, no dudarían en avisar a los dueños de tal visita inesperada y honorable, que dicho interés recaía en su hija, aunque esta intentaba por dinamitar cualquier acercamiento que pudiera tener hacia ella.

- Espero que no me niegue un té y, si tanto le preocupa mi presencia, puede decirle a su doncella que nos acompañe.

Rachel entrecerró la mirada sobre su figura.

¿Cómo podía ahora negarse si le había tirado con intención la pelota a su tejado?

No podía ser descortés. Estaba claro que tenía todas las de perder. En cuanto a sus progenitores se enteraran, iban a decorar los castillos de arena, pensando en que su hija esquiva, por fin, había visto la luz de la buena providencia salvo que esta no veía dicha luz sino un oscuro pozo y maligno.

- Como guste, excelencia - le hizo una señal con la mano para que pasara, y de paso, avisara alguien a su doncella para que la acompañara. Pensó que pudiera ser una actuación del marqués, no era una cualidad o, mejor dicho, un defecto suyo el querer llevar la razón -. Pase por aquí. En un momento, estará el té mientras podemos esperar a la llegada de mis padres.

- ¿Suelen ausentarse mucho?

Una pregunta cortés, claro estaba.

- Dependiendo de cuál fuera su intención, si visitan a un familiar o alguna compra pendiente. Póngase cómodo y que el silencio sea el tema de conversación ya que creo que no tenemos ningún punto en común, excelencia - le dijo nada más sentarse y tomando una postura menos beligerante que el de sus propias palabras.

Adam ocultó una sonrisa.

Hasta para él, era una sorpresa el querer haberla visitado en esa mañana inusual. Pero como una espina clavada en el costado, esperaba quitársela, y por qué, disfrutar del momento ya que lady Shelford era un hueso duro de roer. Él no se echaba para atrás ante cualquier desafío que encontraba.

Había proclamado que fuera su marquesa.

- Puedo hacerle una pregunta, lady Shelford.

Ya la doncella había entrado y también el juego de té, que perfectamente la joven hizo gala de su buena educación.

- ¿Azúcar? - negó con la cabeza -. ¿Leche? ¿Una rodaja de limón?

- Así está perfecto, gracias.

No se inmutó, ni hacía falta que lo hiciera cuando le entregó la taza de té, sin llegar a rozar sus dedos. Un gesto muy cuidado y estudiado, que podía dinamitar la confianza de cualquier pretendiente que tuviera dudas en el interés de la dama. Él, en cambio, disfrutaba del espectáculo que le regalaba inconscientemente, y determinar qué era lo que le atraía más de ella. A simple vista, uno podía huir al ver esa vestimenta sobria y aburrida. Un vestido anodino podía señalarle que el carácter de dicha dama lo fuera también. Sí, uno podía correr espantado si fuera amante de la moda. Pero más que horrorizarle, se preguntaba si era otro paso cuidadoso para espantar a los del sexo opuesto o, sencillamente, le gustaba vestirse así.

Aunque, claro, él disfrutaba más quitando ropa...

Pestañeó cuando notó que había perdido el rumbo de sus pensamientos y le había estado llamando su atención.

- ¿Excelencia?

- Disculpe, me he distraído - lo cual era cierto, y mostró su mejor sonrisa que, sin duda alguna, no hizo mella en ella, que estaba más recelosa de su comportamiento, ¿alguna vez había mostrado lucidez? -. ¿Qué me decía?

- Puede hacerme la pregunta que quería hacerme antes, pero le advierto que, si veo inapropiada cierta cuestión, me puedo abstener en responderla.

- Creía que no era una cobarde.

- No es cobardía lo que dictaría el no responderle, sino el hecho de que no se encuentra en mi círculo de amistades para darle esa confianza de saberlo.

La otra joven no sabía dónde se había metido, siendo olvidada por ellos. Intentó ser parte del decorado y observar, tranquilamente si pudiera ser posible.

- No se preocupe no es una pregunta íntima - Rachel no se ruborizó, sino que lo siguió mirando sin el menor efecto en ella -, aunque espero contar pronto con su confianza.

- No siga, por favor - puso los ojos en blanco -. No seremos amigos.

Dictaminó como jueza del Apocalipsis.

- Se apresura demasiado, pero como no quiero empezar una discusión, lo dejaré por estar.

- No es discutir, es saber aceptar la derrota antes de que sea más apabullante. ¿Para qué insistir en una empresa que va cuesta abajo? Hasta mi padre, que es hombre de negocios, sabe cuando retirarse y no hacer el ridículo.

Sí, sus palabras eran como puñales.

Adam cambió de postura y dejó la taza de té.

- ¿Qué puedo hacer para que me crea que mi interés hacia usted es real?

La que formaba parte del decorado no evitó jadear por pura sorpresa y, Rachel, quiso maldecir su estampa en voz alta y más cuando lo vio sonreír descaradamente como si con ello había ganado la partida. Ni siquiera había comenzado el juego. Ya no había escapatoria de que no lo supieran sus padres. Cuando se enteraran, iban a agasajar al marqués de todas las maneras posibles para que no desistiera y metiera en vereda a su terca hija.

- ¿Esa es su pregunta ?

- Sí.

- Pues ha perdido su tiempo, excelencia, cuando estoy segura de haber sido clara antes - se levantó sin tener la intención de seguir con esa charada -. Le recomiendo nuevamente que busque a otra candidata que sepa soportar sus caprichos.

- ¿Es un capricho el hacerla mi esposa?

Se ganó una mirada asesina por parte de la dama, que rápidamente tomó por una actitud más indiferente.

- Como le he dicho, encontrará a otra dama que se ajuste a su búsqueda. Si me disculpa, ya el tiempo de su visita ha terminado.

Otro jadeo de sorpresa se escuchó, ya que, a mil leguas, se notó su escasa cortesía hacia el marqués que este lejos de desistir, su decisión se hizo más fuerte.

- Está bien, sé cuando he de rendirme. Desafortunadamente, para su información, no es este caso.

Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora