Otro trocito

623 158 4
                                    

Después de la tempestad de sus pasiones, se abrazaron con el latir acompasado de sus corazones. No la abandonó como si lo hubiera hecho otro hombre en su lugar. Podía entender que hay parte de la masculinidad que tras yacer en la cama con su amante, no se quedaba para seguir prodigando mimos. Adam fue diferente. Diferente con ella, de ahí también la diferencia. Porque habría tenido su experiencia con otras mujeres, pero en su corazón solo había una dama, era la que precisamente estaba en sus brazos y no estaba dispuesto a irse.

- ¿Te arrepientes?

La pregunta fue inesperada que apenas creyó haberla escuchado bien, mas si le llegó como un susurro. Afianzó más su brazo, atrayendo su espalda a su torso.

- No, ¿y tú?

Percibió su leve movimiento de la cabeza. No se arrepentía tampoco.

- No me arrepiento. ¿Me tacharías de ser una mujer ligera por haberlo deseado también?

Adam cambió de posición, estando Rachel tendida boca arriba y él mirándola con el codo apoyado en la almohada. Le retiró unos mechones de su cara, su piel todavía estaba sonrojada, tentándolo. Mas no quiso ser un salvaje tras su primera vez.

- No pensaría tan bajo de ti ¿Porque tengas los mismos deseos que yo, te hace ser menos mujer? No, no lo eres. Es natural el deseo carnal, no es culpa tuya que te hayas criado, tú, y más damas bajo unas rígidas y anticuadas normas.

Una bonita sonrisa se dibujó en sus labios.

- Sabía que no era nada malo por hacerlo, pero gracias por aliviar mi conciencia.

- Vas a ser mi esposa ante el mundo dentro de poco tiempo, Rachel - unió una mano con una de las suyas -, aunque ya lo eres para mí.

- Tú también eres mi esposo - durante unos segundos su boca fue ocupada por la suya sin emitir ninguna palabra que el sonido de su bocas unidas -. Unos meses atrás, no me lo había creído.

- ¿Por qué no?

Se volvieron a abrazar, recostándose en la cama.

- Porque parecías un sueño inalcanzable, aunque no me gustaba soñar despierta.

- No puedo cambiar el pasado, aunque te prometo que soy tuyo desde que fijé mis ojos en ti.

Al oírselo decir, le calentó el pecho.

- Lo sé. Como también lo soy desde que me enamoré de ti.

Se contuvo en preguntarle por los detalles cuando la oyó respirar con más pausa. Se había quedado dormida, provocándole que sonriera felizmente.

- Duerme, mi ángel. A partir de esta noche, velaré por tus sueños.

Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora