Capítulo 18 (cortito)

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-  No me he dormido - saltó como un puercoespín al notar que efectivamente era él y no era un sueño el que lo había invocado -. Estaba pensando.

- ¿Con los ojos cerrados?

- ¿Por qué está aquí? - siguió erizándose, afectada más de la cuenta por su presencia -. Estaba entreteniendo a sus invitados. Si lo ven conmigo, malinterpretará la situación y se inventará lo que no es verdad.

- ¿Tanta importancia le das el que nos vean juntos?

-¿Perdón?

- No creo que por mi ausencia, empiecen a rumorear sobre nosotros.

- Yo también me he ausentado. La gente no es tonta y sabrán sumar dos más dos.

Para su sorpresa, el marqués se rio, sin darse cuenta que tuvo un efecto particular en la dama.

- ¿Crees que todos sabrían hacer la operación matemática correctamente?

Hizo un gran esfuerzo por no reírse. Primero estaba mal. Segundo, no quería reírse por más que la risa del hombre fuera tan contagiosa y atrayente.

- No voy a reírme de la falta de otros. Además, se le olvida que deja cierta dama sola y echándolo de menos. Regrese antes de que se ponga a buscarlo y nos encuentre.

- Volvemos al trato distante y cortés. Creí que habíamos echado el hacha de guerra - la sujetó del codo para que no se fuera de inmediato como era su intención al dejarle con la palabra en la boca -. ¿Qué he de hacer para que confíes en mí?

La risa había desaparecido y la tensión volvió a aparecer como humo espeso en una sala vacía. Rachel respiró hondo e intentó no temblar ante su contacto. Aunque él no se lo puso nada fácil, acercándose y retirándole un mechón de la frente. Habría sido dulce haber podido cerrar los ojos...

¡Basta!

- No quiero crearle una confusión innecesaria. Ser amigos puede conducir a conclusiones erróneas.

- ¿Cuál sería una de esas conclusiones? ¿No puedo ser amable contigo porque me apetece serlo? ¿Cuándo derribarás ese muro que erijes enfrente de mí?

- Solo si piensas que con ello, voy a permitirte ciertas licencias... estás equivocado.

- Si quisiera, no te estaría preguntándote - jadeó cuando la apretó a su cuerpo, empujándola hacia él y sintiera su mano cubrir su mandíbula dejándole que su abrasador tacto la marcase -. Lo quieres tanto como yo. Por más que lo niegues, más te odiarás en no saberlo.

- ¿El que debería saber? ¿Acaso sus besos son de oro que tengo que suplicar por ellos? Oh, además ya los he probado porque usted me besó sin mi permiso en las caballerizas de mi padre y no quiero más, gracias. ¿Qué debería saber, entonces?

Mientras el sonido de la lluvia llenaba el silencio que había en ella, su cabeza no paró de elucubrar e imaginarse mil situaciones que le aceleraron más el pulso, que ya de por sí estaba desbocado. La mirada de él era tan intensa como su cercanía, su tacto, su sujeción...

- No te lo voy a decir ahora mismo - tan pronto como se había acercado, se alejó, jugando con sus nervios -. Ya que ha expresado tu deseo, mejor regresemos.

- Se ha rendido, no me lo esperaba.

Su propia voz le sonó tan hueca. Quizás, esta vez no debería haber sido tan dura con él.

¿Qué mal habría estado un beso? ¿Un contacto de labios que no le era desconocido?

Había mentido, quería más...

- Hay que saber perder en ciertas batallas perdidas.

No supo el porqué le sentaron mal sus palabras.

- No juegue conmigo, ¿quiere?

- Para mí, no eres un juego, Rachel. Aunque no lo creas y pienses todavía lo peor de mí.


Siénteme (breve)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora