Capítulo 28 (breve)

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Sus pasos cambiaron de rumbo menos su decisión de encontrarla. Podría estar errado al seguir un impulso que no había nacido de la razón. ¿Pero acaso el corazón era razonable? No lo era y más cuando temía que el amor por su amada se le podía escapar de sus dedos y no le perdonaría jamás. Ese impulso loco y torpe le dirigía hacia otro lugar, donde albergaba la esperanza de encontrarla. Aminoró la velocidad conforme se acercaba a los establos, siendo consciente de que podía jugárselo todo en una carta.

Los mozos le dejaron paso, sorprendidos por su aparición que no había sido anunciada, ni avisada. Ni siquiera las aguas del mar Rojo le podían impedir que la buscara o de verla, porque justo nada más entrar la tenía enfrente como una aparición de sus deseos. Majestuosa e indiferente a su alrededor salvo por el cuidado de sus caballos. Respiró hondo, sintiendo que la tierra temblaba bajo sus pies. El miedo de que lo rechazara hizo acto de presencia como una bala directa a su coraje. Cabeceó quitándose los temores. Había llegado hasta ella, no iba a dar marcha atrás. No podía arrepentirse de algo que aún no había hecho.

- Señorita Shelford.

Su voz sonó en medio del habitual ruido de las caballerizas. Aun así, su voz llegó hasta ella porque observó que la mano de la dama quedaba pausada por encima del morro del animal equino, deteniendo la caricia. Se le acercó, notando sus latidos en cada pisada que se le aproximaba. No podía estar más hermosa que en ese momento cuando sus ojos se reencontraron. Contuvo la respiración, creyendo que podía ver el odio descarnado en sus pupilas, mas no vio rencor en ellos. Ni decepción. Sorprendido, no más que ella, se quedó mudo.

- ¿Adam? - la vio parpadear como si no creyera que estuviera a un paso de ella -. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en tu casa?

Pudiera ser que aún creía que iba a estar en Devonshire sin ella, sabiendo que le había hecho daño de alguna forma.

- Te fuiste - le dijo el caballero. No quería que fuera un reclamo, mas sonó como si lo fuera.

Ella lo aceptó, su expresión se volvió más inexpresiva, haciéndole sentir más impotente que nunca. El discurso que había ensayado una vez y otra se difuminó en su cerebro.

- Sí, lo hice.

- No puedo culparte por ello, mas he venido para demostrarte que no te mentí. Lo que viste de la señorita Houdson y de mí fue un malentendido. No le pedí que fuera a mis aposentos. Ella se presentó cuando llegaste. No sé si es demasiado tarde para que me creas.

Rachel lo miró poniendo su corazón apretado con sus manos invisibles.

- Me dolió lo que vi, no te voy a engañar - no supo si dejó de respirar -. No fue agradable de ver a los dos en la misma habitación.

- ¿Qué puedo hacer para que me creas?

Terminó de cortar las distancias, el ruedo de su vestido rozó sus botas.

- Adam, soy yo la que te debería pedir perdón. Me fui sin darte la oportunidad de escucharte - no esperó sus palabras, y menos sus lágrimas que se deslizaron sin consuelo alguno -. ¿Cómo me vas a querer cuando he desconfiado de ti?

No pudo más y la atrajo hacia su cuerpo, abrazándola. La sintió en sus brazos y volvió a respirar.Volvió a sentirse como en casa.

Ella era su refugio.

- Aunque no lo creas, mi amor por ti sigue en pie - le alzó su mentón y le limpió esas gotitas de agua de sus ojos que parecían más brillantes y grandes -. Me habría vuelto loco si no me llegaras a creer por mi pasado, por ese hombre que te hirió, porque la escena que viste no me hizo ser inocente ante tus ojos.

- Me he dado cuenta tarde - apretó la tela de chaqueta con sus dedos -. La nota y la presencia de ella en tu habitación no fueron una simple casualidad.

- ¿Qué nota? No escribí...

- Lo sé.

Se quedaron en silencio mientras sus corazón latían con fuerza. Adam bajó la cabeza y besó sus labios en un roce que acabó convirtiéndose en un desgarro más fuerte. Cobijó su mejilla con su mano y la besó a conciencia, transmitiéndole lo mucho que la había echado de menos. Se abrazaron sintiendo que era insuficiente. No era suficiente para ellos. Cuando se separó de su cuerpo, escuchó su quejido. Él no estaba mejor tampoco.

- Quiero hacer las cosas bien - apoyó su frente en la de ella sin dejar de mirarla -. Es la razón por la que he venido. Quiero que seas mi esposa, Rachel.

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