Capítulo 31

53 13 0
                                    


En los siguientes días reinó la calma, la paz y la tranquilidad. Todo estaba sereno, en perfecto equilibrio. Aunque solo fue eso, unos cuentos días, porque al llegar el sábado todo se vio desmoronado una vez más.

—Carlos ha fallecido —anunció Joel, con las lágrimas amenazando con salir de sus ojos.

No era su persona favorita en el mundo, eso estaba claro, pero Joel no le desearía la muerte a nadie. Era su familia. Habían pasado toda su vida juntos, aunque tirando de una rivalidad que nunca dejó de existir.

—Tenías razón, ni siquiera sé porque tenía esperanzas en que ocurriese un milagro que lo salvase. Me habías dejado muy claro cómo iban a ser las cosas y aún así preferí tener esperanzas porque...

—La esperanza es lo último que se pierde y es lo único que nos queda cuando no tenemos a nada a lo que aferrarnos —susurré, envolviendo su cuerpo con mis brazos para hacerle saber que no estaba solo.

Se dejó llevar por las emociones y lloró. Lloró como nunca antes. Lloró por todo lo que había estado aguantando hasta el momento. Necesitaba hacerlo, era humano, los reyes también lloraban en sus peores momentos, no era cuestión de clase. No pude hacer más que ofrecerle mi calor corporal y decirle una y otra vez que todo saldría bien, aun sabiendo que eso no sería del todo cierto. Las muertes eran dolorosas, sobre todo para quienes quedaban en vida. El dolor no se disiparía de un día para otro ni aunque quisiese, no todo era tan fácil.

—Avisé a Sofía, mi prima, mañana es el entierro y ella quiso asistir. No se llevaban bien, de hecho a muchos no les gustará la idea de verla por aquí... Pero quiera o no es parte de la familia y eso no se puede cambiar —habló, sorbiendo su nariz cuando se separó de mi, acto seguido limpió las lágrimas con poca elegancia, pasando el dorso de su mano por sus ojos. No sé, me esperaba que sacara un pañuelo de seda como hacen cuando los están grabando—. Quiero que os conozcáis, tengo la sospecha de que os llevaréis bien.

—Joel, Sofía tiene pinta de ser una mujer seria y... No creo que le caiga bien.

—¿Sería? Si, un poco, e incluso amargadla cuando quiere, pero es la mejor mujer que vas a conocer en tu vida, te lo aseguro. Solo dale una oportunidad como ella te la dará a ti.

—¿Ella sabe quien soy y lo que pasó?

—No, omití esa parte porque sabía que no te gustaría que fuera yo quien se lo contara. Y no iba a decir algo que no me correspondía a mi —sonrió de lado—. No tienes que hacerlo, ni queremos que te tenga rencor ni nada por el estilo, simplemente déjate llevar.

Me prometí hacerlo. Ese día Joel estuvo demasiado ocupado encargándose de absolutamente todo lo que conllevaba la muerte de su tío, dio el comunicado frente a los medios cerca de la noche, los hijos de este no tardaron en acudir al palacio con caras de pena y ojos de no haber soltado ni una lágrima. Eran duros, suponía que de esos que pensaban que mostrar tus lágrimas era significado de debilidad. No hubo tiempo para presentaciones muy largas, nos limitamos a saber nuestros nombres y poco más.

Sofía llegó cuando todos estábamos por irnos a la cama, ya habíamos cenado, ya había pasado el día y solo quedaba descansar para dar paso al siguiente. Pero al llegar ella todos nos olvidamos de lo que teníamos que hacer.

—¿Has venido sola?

—Él tenía que quedarse a resolver unos asuntos importantes en Dinamarca, pero mañana a primera hora estará aquí —prometió.

Se miraron durante largos instantes a la distancia, la pelinegra fue la primera en dar un paso al frente para acercarse.

—Me parece muy fuerte que me preguntes antes por él que por mi.

—Lo siento, primita —murmuró por lo bajo, envolviéndola en un cálido abrazo que hasta a mi me puso la piel de gallina—. Te quiero presentar a la mujer más importante de mi vida, después de ti claro.

Aunque lo último había sido humor, Sofía se limitó a alzar sus cejas para después mirarme.

—¿Aisha, no?

Fue mi turno de alzar las cejas, al tiempo que mi cuerpo se tensaba más de lo que ya estaba. Aisha. Aisha ni existía. Aisha ya no estaba.

—Antía —corregí en voz baja.

—Ah, si, Antía, lo siento —sonrió, pero mató a Joel con la mirada—. Ya la he cagado, ¿no?

—No, desde luego que no, es una larga historia.

—Creía que se llamaba Aisha —señaló él, aclarando su garganta para no hacerlo más incómodo—. Pero resulta que se llama Antía, cosas de la vida, puede pasarle a cualquiera.

—Menos mal que es la mujer más importante de tu vida, ¿eh? —ironizó y negó con la cabeza—. Vete a descansar, Joel, lo necesitas, el sueño te pone más atontado de lo que ya eres. Es momento de que tu chica y yo nos conozcamos bien.

Oh, oh...

Eso podía terminar muy mal. No estaba preparada para ser juzgada por una mujer como ella, que tenía la mirada intensa y todo lo que salía por su boca lo hacía con una seguridad inmensa.

Quiero decir, yo no me dejaba achantar por nadie, no tenía miedo ni nada, solo estaba señalando que la tía imponía respeto.

Joel me miró en busca de una respuesta, dejándome claro que haría lo que yo considerase más oportuno. Me limité a asentir, no me pasaría nada por quedarme a solas con ella. Se acercó para besarle la mejilla a su prima y después darme a mi un beso en los labios, luego se despidió de manera breve y subió a su habitación.

—Antía, Antía... —chasqueó su lengua y me llevó consigo hasta la sala, se acercó al estante que había allí y rebuscó en su interior hasta que dio con la botella de alcohol que estaba buscando—. Ponte cómoda —indicó al tiempo que tomaba dos vasos para llenarlos y después ofrecerme uno—. Tenemos mucho que contarnos la una a la otra, sé que entrar a la monarquía es complicado, te entiendo a la perfección, no voy a juzgarte si quieres irte corriendo.

Acceso al tronoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora