Capítulo 18

67 10 1
                                    


La tensión flotaba en el ambiente, Carlos y Joel se miraban para matarse, el que primero hiciera algo sería el ganador de esa estúpida batalla. Las personas que trabajaban en el palacio los ignoraban, sabían que no era asunto suyo.

—Eh... —aclaré mi garganta, sabiendo que me tocaba a mi hacer algo—. ¿Por qué te has levantado? Quería llevarte el desayuno a la cama.

Desvía la mirada de su tío cuando me escucha recriminarle algo, me sonríe a medias.

—Pensé que te habías ido, o que te habían echado... Me asusté al no verte a mi lado cuando abrí los ojos —Su tío bufa cuando lo ve acercarse a mi, aprovecha el momento para salir de la cocina e irse a sabe Dios donde. Joel me pasa un brazo por los hombros, apretándome contra su cuerpo, como si quisiera protegerme de todo lo que me rodeaba.

Tenía sentido. Sus palabras bien podían ser ciertas si teníamos en cuenta que no se lo había pensado al saltar de la cama tal cual, no se paró a vestirse del todo, ni a peinarse, ni a nada de nada. Su prioridad había sido yo.

—¿Te estaba molestando? —me preguntó, refiriéndose al patán que se había escaqueado.

Lo miré y pensé mi repuesta, no me convenía armar otra guerra ahora, eso lo dejaríamos para más tarde. Tendría que haber un momento indicado, siempre lo había y esa no sería la excepción.

—No, no era a mi a quien estaba molestando.

Él soltó un suspiro y echó un vistazo a su alrededor.

—Lo siento, chicas, ya sabéis cómo es. No tiene remedio —meneó la cabeza—. Lo único que os voy a pedir es que no le hagáis caso. Vuelvo a repetir que el rey soy yo, las normas las doy yo. Todo lo que no salga de mis labios tiene que entraros por un oído y saliros por el otro.

—Así será, su alteza.

—Solo Joel —pidió, haciendo una mueca. Luego volvió a mirarme—. ¿Todavía quieres desayunar en la cama?

Me carcajeé, ya no tenía casa hacerlo, pero solo por las risas dije que si. Él pareció entender mi intenciones porque también dejó escapar las risitas tontas que quedaban divinas en la situación. Me tomó de la mano y me llevó consigo de vuelta a la habitación, no sin antes pedir que nos trajeran el desayuno arriba en cuanto estuviera listo. Esta vez no había ningún guardia, yo tampoco pregunté por él, aunque tuve que morderme la lengua para no mencionar a Oliver, que no lo había visto desde anoche y según tenía entendido era de los de confianza. Aunque yo sabía que jugaba a dos bandos. Tal vez por eso no estaba, porque tenía asuntos pendientes con su otro jefe. Tenía yo que involucrarme con él, pues era quien mejor los conocía a ambos, y quién más información privada podría brindarme.

Ya iba siendo hora de encaminar la misión, tenía sospechas y mi instinto no fallaba nunca.

—¿Por qué las puertas están cerradas con llave? —no pude resistirme a preguntar cuando pasamos por enfrente de la habitación de su tío.

—¿Con llave? —alzó una ceja, con ganas de reír—. Rara vez tienen llave, más bien tienen claves más avanzadas, como las cajas fuertes. Cada habitación tiene una clave diferente, porque cada habitación tiene diferentes reliquias. Nunca sabes que puedes encontrarte, ni siquiera yo, que me he criado aquí, sabría decírtelo todo.

—Eso debe de ser difícil, supongo que como requisito para trabajar aquí hay que tener buena memoria.

—Entre otras cosas —asintió mientras abría la puerta de su habitación—. Pero no tienes que preocuparte por nada, mi habitación no tiene clave porque en cuanto cumplí la mayoría de edad decidí quitársela y si quieres entrar en alguna otra sólo tienes que pedírmelo.

—¿Por qué habría de querer? —me pongo a la defensiva casi sin querer.

Al entrar en la habitación todavía la noto caliente, el ambiente abajo era más frío que aquí arriba, al menos si comparábamos este cuarto en especial. Las sábanas de la cama seguían revueltas. El ruido de la puerta al cerrarse me devolvió a la realidad de la que parecía querer evadirme.

—Por pura curiosidad, Aisha, es comprensible.

—Ya —trago saliva, sonriendo el pulso acelerado en mi garganta—. Pero es que yo tampoco quiero incomodarte. Sé que como rey debe de resultarte fuera de lugar que otros admiren a detalle lo que tú tienes.

—Me da igual —se encoge de hombros—. Créeme cuando te digo las cosas y no hagas suposiciones ridículas. Por si todavía no te has dado cuenta, confío en ti, creo que en poco tiempo conseguiste meterte en mi piel. Supiste captar mi atención de manera que de un día a otro solo pensaba en ti, tu nombre resonaba en mi cabeza, tus ojos me miraban en mis sueños, aquel primer baile se repetía en bucle y a mi cada vez me fascinaba más tu vestido. Supongo que a esto le llaman enamorarse.

No, no, no.

No.

A esto le llaman caer en el engaño de una profesional.

Lejos de sentirme satisfecha, me siento la peor persona del mundo. El primer objetivo estaba cumplido. Él había caído.

Ma acaricia la mejilla cuando me quedo en silencio y me regala una sonrisa que no soy capaz de descifrar.

—No tienes que decirme nada.

—Joel...

—Shh —presiona su dedo índice contra mis labios para impedirme seguir hablando—. No digas nada, por favor. Todavía no estoy listo para que me rechaces.

Sus palabras hacen eco en mis oídos durante un rato, los latidos en mi pecho empezaban a dolerme, no debería de dejarme llevar tanto de manera emocional, no cuando terminaría jodida.

¿Tenía miedo al rechazo?

¿Realmente creía que iba a rechazarlo?

Por Dios, ni aunque quisiera podría, era la clave de la misión, así que más me valía no romperle el corazón por nada del mundo.

Como si Dios escuchase mis súplicas, en ese momento tocaron la puerta de la habitación y una de las chicas del servicio habló del otro lado para decirnos que se trataba del desayuno.

La salvación perfecta.

Acceso al tronoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora