Capítulo 38

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Camino hasta la puerta, envuelta en mis pensamientos, envuelta en mi culpa, envuelta en un mar de emociones que no soy capaz de detener.

La puerta no cede, estaba literalmente cerrada.

—Abre, ya he escuchado suficiente, necesito...

—Lo siento —me interrumpe—. Tampoco tenia elección.

—¿De qué hablas? —cuestiono, completamente perdida.

Sus expresiones delatan tristeza, culpabilidad. No hay que ser muy lista para saber que estaba en problemas de nuevo, que Sebastián jugaba como le daba la puta gana y que una vez más había movido sus piezas con estrategia. Sabía a lo que jugaba. Yo, sin embargo, iba improvisando cada movimiento que daba.

La puerta se abre para darle paso al jefe, que no tarda en hacerle un gesto al chico para que se retire. Vuelve a mirarme, pidiéndome disculpas otra vez, y después sale, cerrando la puerta de nuevo. Estaba atrapada. Pero bueno, entre malos nos entendemos. Solo un tipo de maldad puede ganar, así que crucemos los dedos.

Hablo como si tuviera oportunidad. Cuando era más que obvio que era su juego, estábamos en su territorio y todos aquí le obedecían. Yo era la que estaba en desventaja y no podía hacer absolutamente nada, aunque por intentarlo no perdía.

—Antía, Antía, Antía —se pasea a mi alrededor, mirándome con una sonrisa burlona en los labios—. ¿Qué voy a hacer contigo, eh? Pensaba que eras una mujer más lista, pero viniendo aquí sólo me estás demostrando lo contrario.

—Está claro que no lo pensabas, Sebastián, si lo hubieras pensado no tendrías esto ya en mente, ¿no?

—Es que eres demasiado predecible —apunta, mirándome con una de sus cejas alzadas—. O más bien ingenua, eso es lo que de verdad eres.

—Así que ahora se le llama así a las personas que buscan hacer lo correcto.

—¿Lo correcto para quien? —cuestiona—. Antía, tu problema es que buscas la felicidad de los demás antes de la tuya propia. Tienes que ser egoísta de vez en cuando, sobre todo cuando se trata de tu trabajo, puedo entender que llegues a formar un lazo de amistad con algún compañero por una misión, pero eso no será para siempre. Este trabajo es de riesgo, nunca se sabe cuándo será el último día. Por eso tienes que velar por tu seguridad y no por la de otros.

—¿Sabes qué creo? Que eres un jodido infeliz. No sé la razón, no sé qué te llevó a terminar así... Pero de verdad, la felicidad es algo muy bonito, te aconsejo que te olvides de lo demás por un rato y te permitas apreciar todo lo bonito que te rodea.

—Quizá tenemos diferentes visiones de la felicidad —propone—. Para mi la felicidad es tener el control de todos vosotros, saber que tengo el poder en mis manos. Eso si que es felicidad.

Eso es lo que diría cualquiera villano de Disney, pero claro, esta no era una película de Disney por mucho que yo ya tuviera a mi rey buscado.

—Siéntate, si has venido a hablar, eso haremos —indicó, desconfié de inmediato pero tampoco me quedaba más remedio—. ¿Estás sorda o te crees una antisistemas?

—¿Por qué no te vas a la mierda? —sugería con amargura mientras me sentaba, él me sonrió al momento de imitar mi acción.

Estábamos frente a frente. Como habíamos estado muchas veces antes, pero esta vez era diferente, ya no éramos los mismos, ahora nos conocíamos de verdad y no había que fingir.

—Estaba dispuesto a olvidarlo todo, Antía, a olvidar como fallaste, a olvidar como fuiste una incompetente... Supongo que me dejé llevar por tu encanto y por todo lo que vivimos juntos —cruzó sus brazos sobre la mesa y entornó sus ojos—. Entonces volviste a mentirme a la cara. Te pregunté por Joel y me dijiste que no pasaba nada, que no erais nada, que no había de qué preocuparse. Sin embargo, sigue besándote a diario, ¿no es así?

Me mantuve en silencio, ¿qué más iba a poder hacer? Supe nada más decírselo que iba a suponer un problema, cuando lo que buscaba era todo lo contrario.

—Supongo que ya debería de haberme dado cuenta en cuanto no quisiste regresar a Estados Unidos y por tu afán en quedarte a cuidarlo. No era responsabilidad por el trabajo, solo se trataba de ti enamorada. ¿O no? —su penetrante mirada no me inmutó—. Venga, niégamelo y seguro que me lo creeré, como de costumbre.

—¿Estás haciendo una escena de celos?

—Eso es lo que a ti te gustaría, porque de no haber roto contigo jamás te hubieras involucrado con él. Quizá escogí mal el momento de hacerlo, pero tampoco se trata de eso, fuiste tú quien corrió a sus brazos en busca de algo que ya no tenías.

Los hombres y su estúpida manía de creer que todo gira a su alrededor, de que si hacemos algo es por ellos, si tomamos una decisión en vez de otra es por ellos. Cuando realmente ellos nos importan entre cero y nada.

Y sobre todo los hombres como Sebastián, que lo querían todo, que eran ambiciosos a más no poder, que daban asco de solo mirar para ellos porque eran esa clase de hombres que no quieres en tu vida. No sé qué le vi. No sé porqué en un principio pensé que sería buena idea la de juntarme con él.

—¡Vamos, Antía! —rugió, ¿cómo podía pasar de la plena tranquilidad a los gritos de semejante manera?—. Dime que ese idiota no significa nada para ti, dime que todo lo que has hecho fue por la misión, dime que no vas a arruinar tu carrera por un hombre.

—Si te lo dijera te estaría mintiendo y ambos sabemos que yo soy una mujer sincera cuando no estoy infiltrada y me obligan a mentir —espeté—. Esta misión fue la más real de todas porque aún siendo Aisha, fui más Antía que nunca.

—No quiero matarte, Antía... Pero no puedo dejarte vivir después de todos los errores que has cometido, tú bien sabes que aquí no juzgamos, simplemente eliminamos. Hay muchos queriendo tu lugar y quien falla una vez, falla dos y falla tres. 

Nunca pensé que el final de esto sería así. Todo lo que vivimos, ¿para qué? Si voy a terminar con cuatro disparos como mi compañero y luego desharán mi cuerpo con algún ácido para que no haya pruebas. Claro que si.

Acceso al tronoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora