Joel tiene los brazos perfectos; me acerca a él lo justo. Me aprieta, pero no mucho, como si me dijese que está ahí, pero sin asfixiarme. Manteniendo la postura porque aún seguíamos en público.
Me estaba costando horrores centrarme en que esto era una misión. Con él era tan fácil dejarse llevar...
—Por cierto, estás hermosa —me dice, rozando sus labios en mi oreja para que solo yo pudiera escuchar sus suaves palabras. A él lo creía. A ver, yo sabía que me veía genial, pero que lo dijera el rey ya era otra cosa. Me había pasado todos los niveles de un solo salto.
—¿No te molesta que haya venido así?
Se separa y me mira con ambas cejas alzadas, sin comprender el punto que estaba señalando.
—¿Por qué habría de molestarme?
—Porque hay unas reglas de vestimenta en la realeza y no se puede entrar de cualquier manera al palacio.
—Ya —asiente con la cabeza, dándome la razón—. ¿Y sabes que vale más que las reglas del palacio? La palabra del rey, y como ese soy yo no tienes de que preocuparte. Ese traje te queda de maravilla.
—¿Aunque no lleve nada por dejado? —esa pregunta tenía un toquecito de picardía que él no tardó en pillar.
—Siendo así... Quizá tengamos que debatir estas reglas en privado, Aisha —me guiña un ojo.
—Hagámoslo.
Sonríe de lado y hace un gesto con la cabeza para señalarme las escaleras. Iba a caminar yo solita hacia la oscuridad, con él dándome indicaciones de cerca. Así valía la pena jugar.
—Imagino que no querrás que todos estos desconocidos te vean subir de la mano del rey —me dice en voz baja—. Ya sabes dónde está la habitación, espérame allí, voy en un momento.
Le sonrío casi con timidez y hago lo que me pide, voy directa a las escaleras, donde uno de los guardias desconfía al verme subir. No dice nada, Oliver es rápido en hacerle un gesto para indicarle que me conocía y que no había problema en que subiese. Pobrecito. Si él supiera...
Iba a aprovechar la confianza de Joel, tenía que hacerlo. Sabía que Harry estaba atento así que, si era un poco listo, tendría que acercarse ahora mismo a hablar con él para distraerlo y hacerme ganar tiempo a mí en la planta superior.
Había demasiadas habitaciones. Recordaba perfectamente cuál era la de Joel, los infiltrados teníamos que ser extremadamente buenos al recordar esas cosas porque podían ser útiles para la misión. Pero mi buena memoria no iba a ser precisa ahora. Tenía otros planes en mente.
¿Dónde estaba la habitación de la reina?
¿O la habitación de Carlos?
¿Dónde podrían guardar algo que a mí me ayudase en algo?
Tuve que tirar de mis sospechas y suposiciones, porque era imposible que en tan poco tiempo consiguiese dar con todo. Necesitaría más cercanía con Joel para tener más días por el palacio y revisar hasta el último rincón, tenía que conseguirlo de un modo o de otro y en el fondo ya sabía cuál sería esa manera. Aunque temía que fuera a deshacerse de mí una vez que nos acostásemos, ¿y si el interés se perdía después del primer polvo? No veía a Joel como uno de esos, o si, no lo sé. Quizá hace meses lo veía así, pero ahora que lo conozco más de cerca me costaba verlo como un chico de esos. Quizá solo se trataba de una faceta.
Caminé con rapidez por el amplio pasillo, la alfombra se sentía cómoda bajo mis pies. Las puertas estaban todas cerradas, absolutamente todas. No podía haber nada interesante en las primeras habitaciones, sería estúpido dejar información que podría ser usada en tu contra cerca, donde cualquiera podría verla. Si había algo tendría que ser por el medio, pues al fondo también sería muy obvio.
Una de las puertas del centro era la habitación de Joel, otra la de invitados, donde habíamos dormido juntos. ¿Pero y las otras dos?
Mordí mi labio indecisa y me dispuse a abrir la que estaba a tan solo metros de la habitación del rey. Estaba cerrada con llave. Fruncí el ceño confusa. Vaya, vaya... ¿una habitación bajo llave? ¿Que podría haber ahí dentro?
Sea lo que sea tenía que averiguarlo pronto. No hoy, no sabría como explicarle a Joel que abrí una puerta sin tener la llave, además, tenía que andarme con ojo que había guardias paseando por allí de vez en cuando.
—Señorita, esa era la habitación de la reina Isabel —me informa uno de estos al verme parada frente a la puerta.
Ni siquiera lo había escuchado llegar. Al parecer una de sus principales cualidades era ser sigilosos.
—Lo siento, yo... —sonrío avergonzada—. ¿La habitación de Joel?
Puedo llegar a ver un atisbo de sonrisa en sus labios, aunque es rápido en apretarlos para seguir manteniendo la seriedad, después me señala con el dedo índice la puerta que ya sabía que me llevaría a la habitación del rey.
—Muchas gracias y lo siento —sueno arrepentida.
—No se preocupe —se nota que me había creído la mentira—. Ni tampoco se avergüence.
No, hombre no, yo no me avergüenzo, pero está genial que tú pienses que si.
—Es que... Dios —me llevo una mano al rostro, siguiendo con mi mentira—. Es vergonzoso.
—Por supuesto que no, señorita.
—Me acabas de pillar yendo a la habitación de tu jefe, se me está cayendo la cara de vergüenza.
Esta vez sonríe, lo hace con dulzura, como si estuviera enternecido por la situación que estaba viviendo en esos momentos.
—Nadie lo sabrá, tengo los labios sellados —prometió—. No he visto nada.
Es su extraña manera de despedirse porque después de decir esas palabras se da la vuelta y veo con claridad cómo va en dirección a las escaleras para después bajarlas.
Tomo una respiración y camino directa a la otra puerta, pero antes de llegar se abre y sale Carlos con una cara de malos amigos que te dice que no te acerques a él. Que bien. Lo que me faltaba. No le agrada mi presencia, aunque el muy hipócrita pone una de sus falsas sonrisas mientras cierra la puerta y saca la llave. Mis ojos siguen sus movimientos y él lo nota de inmediato.
—Tranquila, la habitación de mi sobrino nunca está cerrada con llave, así que podrás entrar sin ninguna dificultad.
Separo los labios pero no estoy segura de con qué actitud debo de responderle a sus palabras. Por suerte me salva Joel, como de costumbre.
—¿Qué haces aquí, sunbeam? —pregunta, se ven sus intenciones de seguirme hablando pero sus ojos dan con su tío antes de que continúe.
—Ten cuidado con las perritas sin correa —dice este con la voz cargada de amargura—. Tenía las intenciones de entrar a mi habitación.
—El palacio es enorme y hay muchísimas habitaciones, es fácil confundirse —me defiende sin siquiera mirarme.
Esa confianza cegadora es la que necesitaba.
—Ten clase, Joel, y métete con alguien que valga la pena —alza sus cejas antes de echar a andar—. Ya sabes a lo que me refiero.
Joel aprieta los labios, yo también contengo las ganas de mandarlo a la mierda. No sé quién se creía ese señor pero se estaba ganando mi odio de una forma muy violenta, que se anduviera con cuidado.
Es normal que los hombres le tengan miedo a las mujeres empoderadas.
Es que somos peligrosas, sobre todo con esos que nos tienen miedo.
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Acceso al trono
Ficção AdolescenteLa sospechosa muerte de la reina Isabel II deja al mundo con muchas dudas y a su nieto Joel con poca experiencia para saltar al trono. Antía Dagger, agente infiltrada del FBI, está en Reino Unido con una misión asignada y el británico para ella sól...