Capítulo 35

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Me sudaban las manos, absolutamente nada iba bien, todo esto podía terminar muy pero que muy mal. Desde el primer año en la academia te acostumbran a las tragedias y a los finales más bien poco felices. Pero nunca le tomas importancia hasta que lo vives de cerca y descubres que todos esos temores pueden hacerse realidad en poco tiempo.

El teléfono suena. Sofía y yo compartimos una mirada de impaciencia. Tuve que contárselo absolutamente todo y, sorprendentemente, no se tomó nada a mal ni tampoco me juzgó. Había insinuado yo cosas por adelantado.

—Sebastián —suspiré al reconocer el número en la pantalla.

—Se te ha adelantado —murmuró ella, alzando sus cejas a modo de advertencia.

—No es casualidad.

Nada en él lo era.

Sobre todo cuando en nuestra última conversación nos lo habíamos dicho todo e incluso más. No tardé demasiado en sospechar que tenía bajo su poder el teléfono de mi amigo.

Dejó de sonar.

Silencio. Silencio. Silencio.

Volvió a hacerlo.

Un... dos... tres...

—Dime —respondí antes de que se escuchara el tercer toque. Lo escuché respirar, tomar una larga bocanada de aire que después expulsó al reírse.

—Antía, no me respondas como si fuera tu jefe y estuvieras a la espera de una orden.

—Que irónico, porque resulta que sí eres mi jefe.

—Más no solo eso.

—Deja el juego y dime para qué me has llamado —pido, al borde de perder la poca paciencia que me quedaba. Sofía me hace un gesto con las manos para que me calme, pero ella no estaba escuchando a este cretino, yo si.

—Se nota que tenías más ganas de hablar con otra persona, ¿no es así?

La simple mención del tema hace que me ponga alerta.

Joel baja las escaleras en ese mismo instante y Sofía es rápida en levantarse y poner su dedo índice sobre sus labios para pedirle silencio. Él no hace ni la más mínima pregunta, se limita a ir con su prima y sentarse, a la espera de que sea yo quien le diga algo al hombre que está al otro lado del teléfono.

—Dejemos los misterios a un lado, ¿te parece buena idea? Vamos a hablar como dos adultos y no como dos adolescentes a ver cuál de los dos falla primero para reírse después —me pasé una mano por el cabello, desordenándolo solo un poco más de lo que ya estaba—. ¿Por qué razón has llamado tú realmente?

—Porque tenemos aquí un teléfono al que no dejas de llamar, supongo que su dueño se lo habrá dejado olvidado.

Como si esas cosas pasaran.

Estaba muy equivocado si creía que a mi podía engañarme así a la ligera. Ni siquiera había que mirar a los ojos a una persona para describir sus mentiras, también se notaba en el tono de voz y, en este caso, en quién lo decía.

—Dispara, Sebastián, ¿dónde está David y por qué tienes tú su teléfono?

—Oh, así que es de David... Bueno, él desapareció hace un par de días, estuvo aquí después de ti, dispuesto a continuar la misión. No lo mandé a Grecia, pero temo que él desobedeciera mis órdenes y se fugara para tomar justicia por su propia mano.

Había usado el término "desaparecido".

Mis temores se acababan de confirmar.

La última vez que dijo eso de alguien de su equipo, fue para encubrir el asesinato que él mismo había protagonizado. Bueno, él nunca especificó si lo mató con sus propias manos o dio orden de hacerlo. Fuera como fuera, era un asesino.

Y esta vez por mi culpa. Si lo habían acusado de tradición, de ocultar pruebas y sabe Dios de que más, solo por encubrir mis errores, estaba claro que lo habían matado por mi culpa.

No podía sentirme más culpable.

—Él no hizo nada, Sebastián, se limitó a seguir tus órdenes en cada jodido instante. De hecho llegamos a discutir en varias ocasiones porque él sí quería seguir tu estúpido plan —espeté, sintiendo mi sangre hervía en mis venas—. ¿Por qué coño lo has hecho?

—Ya deberías de saberlo, tú mejor que nadie, Antía —planteó.

Podía asegurar que del otro lado estaba sonriendo con autosuficiencia, si lo tuviera de frente ya le habría dado más que un golpe. Odiaba que se creyera el rey del mundo por tener el poder de la gente que trabajaba para él. Todo tenía su lado oscuro, pero esto ya se estaba pasando. Alguien tenía que pararle los pies, esto no era jugar limpio. Si, merecía una penalización cada error, pero no al punto de acabar con la vida de alguien. Eso era enfermizo, solo se veía en las películas más retorcidas, que impotencia saber que en el fondo estaba más vinculado a la realidad de lo que parecía.

—Eres un puto desgraciado.

—¿Yo soy un desgraciado? No inventes cosas que no son ciertas, puedes preguntarle a cualquiera de tus compañeros y todos te responderán lo mismo —ríe, haciendo que mi cabreo se multiplicase por cuatro—. Creo que ya ha quedado todo claro. No busques respuestas que no quieres saber.

Y colgó. Dejándome el cuerpo frío y la mente en blanco.

Joel fue el primero en levantarse para venir hasta mí y abrazarme, sentí que todo se intensificaba en ese momento. Ya había perdido a alguien, no quería que él también sufriera unas fatales consecuencias.

—Lo ha matado —dije en un hilo de voz—. Sebastián ha matado a David.

—¿Él te lo ha dicho? ¿Admitió haberlo matado?

—No directamente, pero fue como si lo hiciera, dijo que estaba desaparecido y después que yo ya debería de saber la razón. Es un claro indicio de que está más que muerto y todo por mi culpa, ¿cuántas personas más tienen que irse para que me dé cuenta de que en esta historia la mala soy yo?

—Tú no eres la mala de ninguna historia, Antía —susurró, apoyando su frente con la mía y cerrando sus ojos—. No me equivocaba al decir que eras un ratito de sol, ¿si? Tú le das sentido a la historia, no puedes culparte, no puedes controlar el mal en el mundo.

No podía controlar el mal, pero podía haberlo evitado, de eso estaba muy segura.

Acceso al tronoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora