Capítulo 7

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— Carajos, aún no te baja la fiebre.

La pelirroja se encontraba en el sofá temblando y con la fiebre muy alta mientras que el castaño estaba con un trapo mojado y pasando por todo su rostro, brazos, manos y por sus piernas.

— Adam — titubeó débilmente.

— Tendré que llamar al doctor Drew.

Estaba por levantarse para ir por el teléfono, pero unas manos en su muñeca lo detuvieron.

— N-no te vayas, por favor — musitó.

— Voy a llamar al doctor, Coral, estás muy mal con la fiebre.

— N-no quiero.

El castaño suspiró levemente y desvío su mirada hasta donde se encontraba el teléfono, y justamente se encontraba en la mesita de a lado. Lo tomó en sus manos y se arrodilló a lado de la pelirroja mientras que ella no aflojaba el agarre.

Adam llamó al doctor Drew.

¿Hola?

Hola doctor Drew, soy Adam.

¿Adam? ¿Pasó algo?

Coral, doctor. Está con una fiebre alta y está temblando del frío.

Enseguida voy, hasta eso ponle un trapo mojado por todo su cuerpo.

Eso le he estado haciendo durante media hora, pero parece no pasarle.

Eso es preocupante. En unos minutos estaré en tu...

Estoy en el departamento, doctor.

De acuerdo. Adiós.

El castaño cortó la llamada y dejó el teléfono en algún lugar del gran sofá, desvío su mirada hacia la pelirroja.

— Estarás bien Coral, el doctor ya viene en camino.

Un gran suspiro dio la pelirroja antes de hablar.

— H-ha pasado tanto tiempo Adam.

Él muy confundido habló.

— ¿De qué hablas Coral? 

Rió débilmente.

— D-desde niños hemos sido tan unidos, no se qué pasó ahora.

— Se que ya no somos aquellos niños que jugábamos en cada minuto en el patio de la casa hogar, pero yo no cumplí la promesa de traerte conmigo cuando una familia nos adoptase. Ahora que nos volvimos a reencontrar trató de enmendarlo.

— N-no tuviste la culpa.

— La tengo, porque las promesas se hacen para cumplirse.

— Éramos unos niños Adam.

— Pero igualmente te olvide, mis recuerdos se volvieron escasos al pasar de los años y me olvidé por completo de ti. Cuando era niño lloraba, pero después de tantos años no podía recordar la razón del por qué lloraba todas las noches antes de dormir.

— ¿Y ahora? ¿Aún me ves como una hermana? — preguntó en susurros.

— Si.

Con una sonrisa quería tapar el dolor de su afirmación. Aún la veía como una hermana y no como alguien con un sentimiento mucho más allá de lo que ella hubiera escuchar.

No sé por cuánto tiempo podré guardar este sentimiento.

La puerta fue tocada, el castaño se levantó para abrir la puerta sabiendo perfectamente quién era.

La debilidad de un psicópata²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora