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Abrió la puerta y se sorprendió al ver a esa persona frente a él. De todos los que se pudo imaginar, ese pelinegro era el más inesperado. Su corazón latió con rapidez y los nervios recorrieron su cuerpo con una inmensa ola de emociones.

— ¿Qué haces aquí?

Habló primero con voz dulce, como siempre solía hacer.

— Creo que tenemos muchas cosas que hablar. — Mingue no esperó una invitación para pasar y se adentró al departamento que conocía de memoria. Nada había cambiado, excepto el montón de hojas regadas por toda la sala y el portátil encendido sobre la mesita de centro frente al sofá. — Estás trabajando duro.

Jimin cerró la puerta y caminó detrás de él con cautela, viendo la ancha espalda que se marcaba bajo el suéter azul marino que llevaba esa noche.

— En verdad no quiero irme de esa estación.

— Te tratan mal. — afirmó.

— En cualquier estación lo harán una vez que sepan lo que soy.

— Eres un humano, Jimin. — se dió la vuelta, enfrentándolo por fin, caminó los pasos que los separaban y acarició la mejilla del más bajo suavemente. El castaño cerró los ojos disfrutando de las caricias que tanto extrañó. — Un humano hermoso y que vale igual o mucho más que todos ellos.

— No quiero enfrentarme a un cambio. — declaró sincero. Abrió los ojos conectando con los del hombre más alto. — Ya conozco a todos esos policías y me he adaptado a esa estación. Además, Namjoon me protege.

— Yo lo haré también.

Acunó el rostro de Mingue con sus pequeñas manos y se apegó más a él.

— Tú y yo debemos mantenernos alejado lo más posible si no queremos ser suspendidos.

— Estoy dispuesto a correr el riesgo.

— Pues yo no. — soltó su rostro y dejó caer los brazos para alejarse de él. El pelinegro arrugó las cejas. — Tu eres importante para la estación, no sólo para la nuestra. A cualquiera que vayas te recibirán con los brazos abiertos. En cambio yo soy sólo un policía básico y remplazable.

El más alto asintió lentamente como si comprendiera el puto de Jimin. Y lo hacía, pero no le importaba mucho realmente.

— Entiendo, cariño. — se acercó de nuevo a él y lo tomó de la cintura para asegurarse de que no escapara de él. Rozó los labios con su dedo y lo miró de la manera en que a Jimin le gustaba. — Es por eso que me gustaría tener un buen cierre entre nosotros. Hace unos meses todo fue tan repentino que no nos dio tiempo ni de decir adiós.

Jimin sabía lo que Mingue quería. Y aceptó dárselo sin dudar. Así que no se resistió ni un poco cuando el pelinegro lo besó con fervor y se deshizo de la ropa de ambos, tampoco evitó que las grandes manos contrarias tocaran su cuerpo, lo hiciera delirar y removerse entre sus sábanas en desesperada búsqueda por sentir más de él. Ni reprimió los gemidos y llamados al nombre de su amante cuando embistió con fuerza en lo más profundo de su interior.

Había extrañado en sobremanera el cómo su miembro golpeaba directo en su punto dulse y dudaba mucho encontrar a alguien tan bueno como Mingue. Fue gratificante volver a sentir el clímax acumulándose en su vientre y su pene palpitar por la excitación del encuentro. Húmedos besos, sus piernas temblando, corazón desbocado y tiras de semen en su cuerpo dieron paso a caricias y miradas cómplices que terminaban en otras rondas del ardiente cierre a su aventura disfrazada de relación.

A la mañana siguiente, Jimin volvió a sentir el vacío en su cama. Seguía desnudo y lleno de marcas que Mingue se había asegurado de dejar en toda su piel. Habían tenido sexo toda la noche hasta quedar dormidos en los brazos del otro alrededor de las cuatro de la madrugada. Ahora eran las seis con diez de la mañana.

Estaba seguro de que aquel encuentro no fue un cierre realmente, podía jurar que Mingue visitaría su casa de vez en cuando y volverían a hacerse uno entre miradas y caricias cómplices.

Hoy era su último día en Busan antes de tener que volver hacia Jungkook. Así que le hizo caso a la idea loca que vino a su mente y se dió una ducha rápido, unos vaqueros de su talla y una camiseta lila fue su conjunto para ir a comprar un par de cafés en su cafetería favorita y luego partir a la estación de Seo-gu.

Se escurrió con pasos silenciosos hasta llegar al último piso y entró a la oficina del pelinegro. Seguía tal cual como antes, se había encargado de volver a acomodar todo como le gustaba, todo ordenado e impecable. El aromatizante a canela también estaba ahí.

Dejó el americano sobre el escritorio y luego de ver los post it, tomó uno y escribió sobre él: "Imagino que no haz dormido nada, te dejo tu café favorito para que trabajes bien".

Pensó mucho si era adecuado poner un pequeño corazón al final de la nota, pero al final decidió dejarlo así. Pegó el papel en el vaso de plástico y miró por última vez la oficina, listo para salir de ahí, se paralizó al ver cómo la puerta era abierta dejando ver a Mingue con la señorita Yul. Lo más correcto habría sido que lo corriera de ahí con un par de insultos para dar la imagen de que se odiaban y no había riesgo de otro amorío, pero el pelinegro optó por dejarle un fuerte puñetazo en el pómulo izquierdo y parte del ojo.

Jimin se tambaleó hacia atrás y de inmediato cubrió la zona adolorida con ambas manos. Su expresión de asombro y ojos llorosos demostraban que no se esperaba aquella reacción. Bajo la atenta mirada de los dos más bajos, Mingue tomó la nota entre sus dedos y la leyó para si mismo en su mente, aquella sonrisa burlona rompió el corazón del castaño, quien recibió el golpe del papel previamente arrugado y fue tomado del brazo para ser arrastrado hasta el pasillo. Estaba demasiado desconcertado como para hacer otra cosa que aguantar las lágrimas y encogerse con miedo.

— Te dije. — habló con los dientes apretados y en un impotente susurro. — Que ayer fue nuestro cierre.

El agarre en su brazo seguía ahí, aparentando cada vez más.

— Perdón, yo-

— Tendré que mantener la boca de Yul cerrada. Y lo hago por mí, no por ti. — lo soltó con brusquedad y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie estuviera en el pasillo, lo tomó de la barbilla y le obligó a verlo a los ojos. Mingue pegó sus labios en un brusco beso, Jimin se removió intentando escapar. — Así que no vuelvas a hacer esta porquería y mantente al margen de mí. Recuerda lo que dijiste anoche, yo soy importante y tú eres remplazable.

Y sin más, entró a la oficina y cerró la puerta con brusquedad. Jimin no se permitió llorar, no por amor, no por tristeza. Era impotencia. Enojo. Era un tonto.

Regresó a su departamento para borrar todo rastro de Mingue, votó cada carta, cada roza, y cada regalo que le había dado. Luego de arrancarlo de su vida, curar la pequeña herida que brotaba pequeñas gotas de sangre y poner pomada en el hilo que empezaba a ponerse morado; se hundió en lo que verdaderamente importaba, todos esos papeles que lo atrapaban.

El criminal que lo esperaba.

En la mente de Jeon | KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora