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3 de marzo del 2015.

Jeon Jungkook.

17 años.

Estaba enojado. Muy enojado.

Furioso. Odiando a todos a su alrededor incluso si era la primera vez que se cruzaban en su campo de visión, aún más si ya eran caras concurridas en el departamento de su memoria. Estaba harto de todos aquellos que formaban parte del asqueroso mundo que sus pies pisaban desde que aprendió a caminar.

Odiaba a todos, pero principalmente a su madre. Se sabía ya al pie de la letra cada palabra que su madre siempre le repetía cada vez que juraba todo cambiará. Mentiras, mentiras y más mentiras. Nunca cambiaba.

Nunca se mudaron de casa, nunca se alejaron de aquel barrio peligroso e inseguro, nunca se consiguió un empleo digno y decente. Nunca dejó de llevar hombres a casa.

Estaba harto de tener que salirse de ahí y esperar en la acera cada vez que un hombre nuevo llegaba, algunos incluso bastante concurridos (clientes frecuentes) ya lo saludaban con toda la asquerosa desvergüenza, su madre sólo reprimía risitas emocionadas, como si se tratara de la visita de un pariente o amigo cercano quienes saludaban al muchacho, y no hombres con los cuales irrespetaba el hogar de su hijo.

Jungkook intentó muchas veces irse y escapar de tan tóxico ambiente, pero su madre siempre se le colgaba del cuerpo ahogada en llanto, suplicando que no la dejara sola, que moriría si la abandonaba, lo llenaba de culpa al decirle que, si algo le pasaba en la soledad de la casa, sería él el culpable por dejarla ahí, sin protección.

Jungkook no era fuerte, no tenía músculos y su imagen de niño era inquebrantable, su rostro aún infantil era el reflejo de la inocencia pura, la máscara perfecta para esconder la más perversa crianza y ambiente en el que se ha desarrollado desde que estaba en el vientre de su madre. Sin embargo, con tal escueta silueta y frágil apariencia, ha sabido defender a su progenitora de aquellos mal nacidos que se pasan de lo acordado. Jungkook tenía que seguir preso de los gemidos y maldiciones, sonidos obscenos, ser testigo del mismo pecado incluso para aquellos que no son religiosos.

Jeon no creía en Dios, era obvio que si existía un ser tan divino y misericordioso, no hubiera permitido que un inocente niño como él, viviera en las puertas del infierno, sin poder salir, cada día más cerca de adentrarse y entregarse por completo a las llama tentadoras, a la sed de venganza y odio. Sin embargo, lo comprendía ¿Porqué querría Dios ayudarlo? ¿Salvarlo? Si había sido el pecado mismo desde que fue engendrado. Fue condenado a la miseria incluso antes de nacer.

No creería en algo que lo había abandonado incluso antes de poder ser juzgado para saber si es merecedor de Misericordia.

Preso de aquella casa, Jeon era la seguridad de su madre. Pero aquel día, se había hartado.

No aguantaría más. No se obligaría a quedarse bajo ese techo.

Caminaba por las calles de Busan, cada vez más lejos de las peligrosas calles que rodeaban su "hogar". No tenía rumbo, sólo quería alejarse de tan repetitiva y cansada rutina.

Veía de a poco a las personas "normales", cada vez dejaba más atrás aquellas personas adictas a sustancias alucinógenas, dando paso a aquellos que vivían sus días sanos y comunes. Familias, niños, parejas y adolescentes, aquellos que caminaban alegres con sus amigos, aún con el uniforme escolar. Jungkook nunca fue a la escuela, ni tenía amigos. Tras la muerte de su noona, el oso de peluche fue su único consuelo, amigo y compañero; al cumplir los quince, el peluche quedó arrumbado en lo profundo del armario que se volvió su pesadilla, se había dado cuenta de que era estúpido contarle sus problemas y deseos a un montón de relleno, que abrazar aquel peluche cada vez que necesitaba consuelo y sentirse seguro, era algo infantil e inmaduro.

En la mente de Jeon | KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora