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El tiempo en la tierra puede ser una ilusión.

Si quieres quedarte en el momento más bello, el mundo podría detenerse sólo para ti, aunque luego debas pagar el precio de la tormenta desgarrando todo a su alrededor, con un calor sofocante que te hace volver a la realidad, aquella donde el tiempo nunca se detuvo y te llevó al momento justo donde nunca quisiste llegar. 

Empujándote hasta la consumación de la historia, sin siquiera darte el derecho de la resistencia. 

Totalmente ausente en el alrededor que dejaba atrás gracias a sus pasos, se dirigía a la habitación donde el mundo se detendría de nuevo, esta vez, para perdurar la mayor pérdida, el epitome del dolor.

Le prometió que estaría hasta el último día, incluso si la promesa no fue escuchada, él la cumpliría hasta el último segundo. 

El público estaba expectante ante el acontecimiento, las cámaras estaban listas desde el mejor ángulo, los periodistas y reporteros esperaban sacar la mejor nota. Pero para él, los pájaros habían dejado de cantar y el cielo se había tornado gris.  

Todo lo que quería era que él se quedara, sin embargo, el tiempo seguía corriendo, estando a punto de acabarse, y sólo podía sentir como el suelo se abría en enormes grietas que amenazaban con llevarlo hasta las profundidades de la desesperación.

Sabía que luego de ese día, no importaba si su corazón seguía latiendo, él sabría que ya no estaría vivo. 

Intentaba aferrarse a la respiración que se volvía irregular con cada paso que lo acercaba cada vez más a la pesadilla, aquella habitación en la cual lo encontraría por última vez. Donde su mundo no solo se detendrá, si no, que se destruiría.

¿Era ese el final de su historia?

Se preguntaba cómo sería todo luego de perderlo, cualquier respuesta era dolorosa.   

Los murmullos eran abrumadores, saturando su mente ya cargada de pensamientos negativos. Las miradas lo siguieron con sigilo, y se mantuvieron sobre él incluso cuando se quedó sentando hasta el inicio, justo frente a la grande ventana de cristal que permitía ver hacia otra habitación, en la cuál sólo habitaba una camilla de contención mecánica, una mesita trasladable de acero, un monitor de frecuencia cardiaca, un porta sueros y una lámpara de luz blanca que colgaba del techo justo sobre la camilla. La pequeña sal se encontraba tan impecable que parecía una sala de operación.

Había tenido tiempo de sobra para preparase, casi cuatro años en los cuales tuvo siempre presente que llegaría el día menos deseado.

Fueron estúpidas todas las veces en las que quisieron escapar de las garras del destino, las espinas de la prisión, el peso de la condena. Cualquier intento sería en vano, morirían antes de siquiera llegar a lograrlo. Las paredes que mantenían preso y al mismo tiempo eran cómplices, se mantenían erguidas con la mayor seguridad. Todos ahí, tenían la orden de disparar a muerte ante cualquier disturbio no permitido, y ellos querían vivir juntos la libertad de su amor, no apagar la vela de sus vidas.

Todos allí parecían emocionados por presenciar el acto, como si fuera un truco de magia o cualquier otra cosa asombrosa. Él sólo podía aborrecer a cualquier persona que no comprendiera su dolor.

Los minutos de espera se hicieron eternos, y él no pudo estar más feliz con ello, deseaba de verdad que el tiempo se detuviera para todos, a excepción de ellos dos. Que fuera alguna manera posible para que por fin pudieran escapar como en los cuentos de hadas, o las películas de princesas donde viven el "Y vivieron felices para siempre", pero la realidad no era un cuento de hadas ni de princesas, era la cruda realidad. Una donde los finales felices no se acoplan al mundo real. 

En la mente de Jeon | KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora