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Viernes 27 de agosto.

Hacía mucho tiempo que Jeon no pisaba Daegu, o en general, cualquier lugar fuera de la prisión - a excepción de su día libre en Chonsong-gun -. Y tres años se sentían como una eternidad, los días en la prisión se sentían eternos pero a la vez pasaban con rapidez.

Poco a poco los imponentes edificios empezaban a rodear las calles repletas de autos en un sofocante tráfico y las banquetas estaban llenas de personas que iban de aquí para allá. Jeon extrañaba la aburrida civilización.

Los árboles empezaban a pintarse de los típicos tonos otoñales y el viento soplaba más fuerte y frío, aún era soportable como para andar con una sudadera ligera, claro que él, llevaba su uniforme de recluso, con esposas en las muñecas y grilletes en los tobillos, sentado en medio de dos policías en la furgoneta policial que los trasladaba desde Jimbo-myeon hasta Daegu.

Detrás de él, iba sentado su abogado.

Seokjin había pasado los últimos cuatro días contactando estaciones policiacas de cinco ciudades y cuatro provincias. Había sido una tarea totalmente cansada y tediosa, lidiar con los apáticos oficiales que se molestaban al darles el trabajo de buscar entre sus almacenes las carpetas de las víctimas y tener que reabrir casos que habían quedado inconclusos y olvidados.

Todos aquellos archivos fueron enviados a la Estación Metropolitana de Daegu, la de mayor peso y más cercana a la prisión de Cheongsang, la única dentro del perímetro capaz de recoger casos de otras estaciones.

Jeon recordaba todos sus actos, pasando como rápidas películas frente a sus ojos. Ya no se sentía orgulloso de ser un "Héroe". Muchas veces, estando ya encerrado, su mentalidad cambió, dándose cuenta de que no estaba haciendo un bien, pero para protegerse a si mismo, a su consciencia, se obligaba a creer lo contrario. Quedarse con la idea de que él las ayudaba.

Así aquel número pesaría menos sobre su consciencia.

Llegaron a la estación, tan grande y de colores aburridos, abarrotada de escritorios desordenados y un montón de estantes repletos de papeles. Fue escoltado hasta las celdas de retención situada en el primer piso a un costado de la oficina de base operativa. Todos lo habían mirado como la nueva maravilla del circo del terror, con ojos asombrados y aterrorizados aún bajo sus aburridas expresiones.

Seokjin se acercó para hablarle. Lucia tan cansado, la mirada apagada y hombros caídos, las ojeras bajo sus ojos dejaban en evidencia la falta de descanso, el traje color caqui estaba desaliñado y a duras penas le había dado tiempo de afeitarse los bellos de la barbilla antes de ir a primera hora hasta la prisión para acompañar a Jungkook en el traslado.

— Ya te expliqué esto antes, pero voy a repetirlo. — habló en voz alta para que los policías sentados frente a sus escritorios pudieran escucharlo. Ya era suficiente tanto secreto. Jeon lo miró, parado justo frente a él, demasiado abatido y temeroso, obviamente, resguardando todos esos angustiantes sentimientos bajo la capa inquebrantable de apatía. Sabía lo que le esperaba, pero no iba a demostrar ser un cobarde. — Estarás aquí setenta y dos horas en retención. La policía necesita revisar todos los casos detalladamente para encontrar pruebas suficiente que respalden lo que me dijiste. Luego de eso, te harán un interrogatorio y si de nuevo todo coincide, además, las pruebas son importantes y más que influyentes. Si encuentran todo veredicto, te harán el arresto oficial y empezarán los trámites para el juicio. No me haz pedido que te defienda, pero necesitan saber qué hacer contigo y que declares tus delitos ante el juez. Y yo debo acompañarte en todo el proceso.

Jungkook asintió, comprendía absolutamente todo.

Hubo silencio entre ellos dos.

A Seokjin se le seguía erizando la piel al ver a su cliente, incrédulo de sus crímenes.

En la mente de Jeon | KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora