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La noche era perfecta.

Estaba a pocas horas de cometer su heroica actuación como había hecho cuatro veces antes.

Iba de aquí para allá, memorizando los pasos que debía dar.

Se encontraba en Daegu gracias al "trabajo" que había conseguido, que por cierto, había terminado hace poco con total éxito. Los paquetes llenos con mercancía habían sido entregados a los distribuidores sin ningún inconveniente, y agradecía a lo dioses por tener ese aspecto angelical que pasaba totalmente desapercibido frente a los policías que hacían operativos en las carreteras debido a las altas redes de traficación que actualmente cubrían todo el sur del país.

Había llegado en la madrugada del día anterior, pasó el resto de la noche paseando por las calles y luego dormido en el auto hasta las dos de la tarde, cumplió con su trabajo, almorzó en un local aleatorio y volvió a recorrer las calles, esta vez en el auto una y otra vez mientras fumaba un cigarrillo tras otro. Siempre se memorizaba las calles, las más y menos concurridas, hacia donde iba la gente y con qué frecuencia se quedaban solas, el tipo de movimiento comercial y calculaba la hora en la que se quedarían finalmente solas, pero sobre todo, lo más importante, el lugar elegido.

Tal vez a las afueras de la ciudad, o donde los campos empezaban a ser más extensos y difícilmente alguien se acercaba, en alguna granja de unos ancianos done él terminaría de lo suyo antes de que ellos pudieran llegar hasta él, o simplemente en su auto. El lugar era lo más importante, pero para nada especial.

Tenía sólo esa noche en Daegu, y su objetivo eran dos.

Así que esta vez, el punto de encuentro era incluso más importante que el lugar de ejecución. Debía elegir bien para que las fechas coincidieran.

Al culminar su preparación previa, estacionó el auto en un punto ciego, que al mismo tiempo, le permitía ver hacia ese callejón donde un grupo de ocho mujeres ofrecían sus cuerpos.

Las miró con detalle, estudiando sus facciones que se contraían o relajaban dependiendo sus expresiones, el lenguaje corporal, quienes parecían cómodas y quiénes no, podía sentir la obligación y el terror en algunas mientras que otras, tenían la expresión de descaro y seducción, pavoneando sus cuerpos sin pudor. Y no es como que aquellas más descaradas con sus expresiones quieran estar ahí, rentar su cuerpo, tal vez sólo eran buenas actrices y sabían que poniendo malas caras no obtendrían nada.

Pero él, el elegiría lo obvio.

Pasaron las horas y muchas se fueron para luego regresar. Y como si el mundo confabulara a su favor, aquellas dos que había elegido, se quedaron solas.

Era el momento.

Salió del auto, siendo sutil al cerrar la puerta y apagó el cigarrillo con la suela de su zapato, claro, no sería tan estúpido como para dejar la colilla en el piso, así que aventó el desecho dentro de su auto, cayendo a los pies del asiento copiloto. A pasos despreocupados, con manos en los bolsillos y expresión inquebrantable, caminó hasta las dos jóvenes, sonriendo para ellas con amabilidad cuando captó la atención de las femeninas. Sonrisa que se vio apagada cuando un auto rojo se estacionó frente a ellas, llevándose a la pelinegra.

Maldijo en voz baja, retomando sus pasos hacia la única que quedaba, y volvió a sonreír con amabilidad.

Hacerla sentir segura, no lucir como un hijo de puta que sólo quería saciarse de lo que ella le podía ofrecer.

-Buenas noches señorita - tomó la mano de la castaña para dejar un beso en ésta, mirando después al auto que se alejaba con su otro objetivo dentro. Sonrió de nuevo ante la mirada extrañada de la mujer, claramente no acostumbrada a cordiales besos en la mano, sin notar, por supuesto, que Jeon frotaba su dedo sobre la piel luego de dejar el beso, con el único propósito de dispersar algún posible rastro de su saliva. -¿Quiere venir conmigo?

En la mente de Jeon | KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora