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Ji Changwook tenía una sonrisa agradable. Un hombre alto y apuesto, tenía apenas un año cumpliendo su condena y parecía muy entusiasmado en contarle sobre su vida al pequeño y esbelto policía frente a él.

Habían pasado casi diez años desde que cometió los terribles crímenes, y apenas hace cuatro años habían podido atraparlo.

Jimin le hacía las mismas preguntas que a los siete presos anteriores, sin embargo, Changwook se adelantaba y contaba de más, obligando a Jimin a quedarse callado y sólo escuchar.

Parecía una charla casual en lugar de un interrogatorio.

Las arrugas a los costados de sus ojos provocadas por la edad y la sonrisa que nunca borraba, lo hacían ver cómo un amigo cercano y tranquilo, alguien con quien puedes pasarla bien sin problema. Su sonrisa era genuina y sincera, no incomoda y forzada como la de Jungkook.

–– Entonces él siempre me obligaba a comerme todo lo del plato. Ya sabe oficial, era muy duro para él reunir dinero y darnos comida.

Mostraba ser comprensivo con su padre, y apoyar los motivos de su violencia. Pero sus actos criminales revelaban la verdadera cara de la moneda, todo el rencor y dolor que desquitó en los tres hombres que atacó.

–– Pero mi estómago es pequeño y no aguanta mucha comida, es por eso que me costaba mucho terminarlo. –– explicaba con sus manos y movía su cabeza como si estuviera en una exposición. –– Hasta el día de hoy me cuesta terminar lo que dan aquí en la prisión, pero ellos no me golpean por ello.

–– Esos hombres... ¿Veía a su padre en ellos?

–– Sí... –– respondió con seriedad por primera vez e hizo una pausa de no más de cinco segundos. Entonces volvió a sonreír. –– Ellos reprocharon a sus hijos lo que les daban.

Arrugó sus cejas y tronó su cuello, intentaba no hacer notorio su malestar.

–– No creo que un padre deba reprochar el pan que le das a tu hijo, sea mucho o poco. El niño no tiene la culpa de que no tengas un empleo digno, no puedes obligarlo a comer todo, o vendarle los ojos para que no vea los juguetes que a todos los niños le gustan. Verdaderamente me enfurece ver ese tipo de situaciones.

–– Y llegó al punto donde no pudo contenerse.

–– Así es, oficial. Estoy arrepentido porque esos niños están solos por mi culpa. Siento que debí haber echo eso con mi padre y solamente con él, lamentablemente él murió antes de que yo tuviera la fuerza y valor de tomar un arma.

El interrogatorio continuó hasta que los treinta minutos que la prisión de Seúl permitía por visita. Había sido rápido y lleno de información útil.



•••


Los cuartos de castigo en la Prisión de Cheongsang era una de las cosas más horripilantes que un ser humano podría sufrir. No hacía falta la tortura a base de violencia para castigar a los reclusos que violaban las reglas de la prisión.

Esas cuatro estrechas y bajas paredes con sólo un pequeño orificio en lo alto de una esquina que permitía la entrada de oxígeno e iluminación del exterior. Era el terror de todo prisionero. Piso de tierra y una puerta de acero con una más pequeña hasta abajo para pasar la única comida del día. Un puré de avena sin azúcar, unas cuantas verduras dañadas cocidas al vapor y agua, mucha agua.

Los presos que eran llevados ahí, eran obligados a ahogarse en la peste de sus propias eses y estar bajo la humedad de las descuidadas paredes, sin cobijas o asientos, sin salir a las duchas o al patio en las horas asignadas. Debían pasar en ese lugar todo el tiempo que su castigo requería.

En la mente de Jeon | KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora