Veintidos

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Debió tener más cuidado a la hora de cubrir sus golpes, pero es que ella nunca imaginó que su profesor de deportes la obligaría a quitarse la sudadera. Normalmente, él nunca le daba importancia a como sus alumnos vestían a la hora de su clase, pero esta vez la suerte abandono por completo a Eun-ji y dio como resultado a un alterado profesor. También sus compañeros observaron con horror los golpes y heridas que tenía en sus brazos. Al menos no la habían obligado a ponerse el short que también debía usar o hubiera terminado aún más alarmado al ver que también tenía lastimadas las piernas.

Ella fue llevada a la enfermería para ser atendida, mientras que el profesor reporto con el director lo que había descubierto. Él no tardo en llegar para comenzar a interrogarla. Intentó convencerle de que fue torpeza suya terminar de aquella forma, pero obviamente no se lo creyeron ¿Quién le crearía que esos horribles golpes eran causados por accidentes cotidianos?

Por esa razón disidieron llamar a la esposa de su padre y a él mismo. Consideraron que ellos podrían hablar con Eun-ji para que dijera quién la había golpeado mientras los profesores y el director investigaban en la escuela. La señora no tardó en llegar y para sorpresa de Eun-ji su padre también llegó a la escuela.

La menor no disimulo ni un poco su asombro cuando lo vio entrar y acercarse a ella, con lo que parecía preocupación en sus ojos. Le hizo preguntas que ella nunca imaginó escuchar de su boca e incluso se mostró molesto por haberse enterado de todo tan tarde. No eran reacciones exageradas, no como las que tenía cuando se trataba de su hijo legítimo, pero ahí estaba él, mostrando por primera vez en cinco años interés por su hija.

Y su esposa fingió muy bien estar preocupada por el bienestar de la joven, incluso se atrevió a jurar enfrente de su director y padre que aria todo lo posible porque dejara de padecer esa clase de abuso físico. Mientras que, fuera de la vista de todos, ella no dejó de encajar sus uñas y presionar la mano de Eun-ji.

—La joven puede retirarse a su casa –habló el director, sonriéndole con empatía a la joven estudiante–. También puede tomarse unos días de reposo, los que sean necesarios para que se mejore.

Eun-ji, su padre y su esposa salieron de la dirección. La chica era la única que se movía a paso lento, sabía lo que le estaría esperando y no quería. Lo primero fueron las preguntas, las mismas que todo el mundo le hizo cuando vieron sus golpes.

—¿Acaso te amenazaron? ¿Por eso no dijiste nada? –no obtuvo respuesta.

Eun-ji se mantenía callada y rígida en el sofá con la cabeza agachada, no movía ni un solo músculo. Frente a ella estaban su padre y su esposa, ella mantenía su mirada neutra sobre la menor y su padre no dejaba de frotarse los ojos. Se sentía cansado y frustrado de que su hija no le respondiera.

—Solo queremos ayudarte y si no dices nada…

—Ella no hablará –le interrumpió su esposa.

—Pues tiene que hacerlo si quiere que esa persona deje de hacerle daño. –Su padre se sentó en la orilla del sofá para poder acercarse más a su hija–. Sé que nuestra relación no es la mejor, pero no soy tan malo como para permitir que te hagan daño. Así que dime ¿Quién te golpeó? ¿Fue alguien de la escuela?

Eun-ji miró de soslayo a su padre y sintió como su corazón se alegraba, le gustó escuchar esas palabras. Su padre, por fin, después de muchos años había demostrado un acto de cariño hacia su hija, y aunque sus palabras sonaban casi mecánicas, no le importo. Incluso de esa forma la hizo sentir segura cuando él le prometió que si la tenían amenazada, él se encargaría de cuidarla. Casi se ponía a llorar de felicidad.

En cambio, la mujer apretaba los puños con coraje. Lo único que hacía en ese momento era reprocharle mentalmente a su esposo, el que se preocupara por la bastarda y no por su hijo. A ella le hubiera gustado que aquel día él hubiera apoyado y defendido a su hijo en lugar de abandonarlo en aquella fría y asquerosa celda de la prisión. Y todo fue peor cuando su esposo tomó la mano de Eun-ji cuando ella por fin le dijo lo que sucedido. 

—F-fue hace mucho y… No fue causado por nadie de mi escuela… –hizo una larga pausa, no sabía que más decir. Estaba tan asustada de la señora que no pensó en que mentira diría–. F-fueron… Fueron… Unas chicas de la biblioteca mayores que yo, tal vez de la universidad. Sí, voy casi diario porque ahí es muy tranquilo para estudiar, pero… Ellas comenzaron a frecuentar el lugar y a molestarme asta… Asta llegar a esto.

Miró, con pavor a su padre, temía que no se lo creyera. 

—¿Y si ellas te habían comenzado a lastimar por qué seguías llenado?

Eun-ji se encogió de hombros y apretó las mangas de su blusa.

—Pues… Yo… N-o sabía que me las encontraría tan seguido. Soy muy tonta y jamás se me ocurrió que esto pasara.

Su padre suspiró. Parecía analizar con sumo cuidado cada palabra de su hija, como si sospechara que en alguna parte pudiera haber alguna mentira. Eso hizo tragar duro a Eun-ji y mirar rápidamente a la mujer sentada a un lado de su padre. Si 
Eun-ji no lograba mentir adecuadamente, ¿qué le haría la mujer? Cortarle los brazos y piernas como el otro día.

—Malditas mocosas –susurro el señor, un susurro bastante audible que sorprendió a sus acompañantes, pues él no solía usar ese vocabulario, para él eran vulgares palabras que no debían ser pronunciadas–. Seguramente son un montón de chicas buenas para nada.

Eun-ji soltó todo el aire que sin darse cuenta estaba reteniendo. Se lo había creído.

—Con ese tipo de gente no vale la pena razonar, así que lo mejor es que dejes de ir a ese sitio, ¿entendiste? –Eun-ji asintió frenéticamente–. Aquí tienes todo lo que necesitas para la escuela, no hay necesidad de que vayas a la biblioteca.

Estaba contenta con los resultados. Todo había salido muy bien, o al menos eso esperaba. Quizás la señora le reprendería por dejarse descubrir en la escuela, pero ya no podría golpearla. Si lo siguiera haciendo sería como condenarse. Sin embargo, la mujer no pensaba parar.

* * *

Ya habían pasado cuatro días desde lo sucedido en la escuela. Todo parecía volver a la normalidad, pues toda la familia se veía mucho más tranquila. Eun-ji también pudo descansar en paz todos esos días, su padre no volvió a acercarse a ella y cuando le preguntaba cómo se sentía sonaban igual de seco que siempre, pero todo lo demás estaba bien.

Y la señora Jungnan no se paró cercas de ella, ni para hablarle o hacerle algo. Parecía demasiado bueno para ser verdad, pero Eun-ji confío en que por fin ella estaría tranquila.

El quinto día llegó, la amante del color azul no pudo evitar sonreír cuando los rayos del sol le acariciaron el rostro. Sus moretones y demás heridas habían sanado progresivamente, ya no le dolía cambiarse de ropa y se podía mover mejor, y también era día de ir a la biblioteca y, por lo tanto, ver a Hoseok.

Su padre no sospecharía nada porque no estaba en la casa y a la esposa de él no le importaba si ella salía o no, así que podía salir perfectamente y verlo, y como no había estado asistiendo a la escuela, tenía la excusa perfecta para quedarse a estudiar lo suficiente con su amigo.

Solo esperaba que él quisiera hablarle. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que ellos dos se habían visto, y el último encuentro que tuvieron no había sido el mejor. Ella técnicamente lo había ignorado, además de sus otros tantos encuentros en donde ella lo trataba distante y de forma fría debido a su bajo estado de ánimo. Seguramente él estaría ofendido y enojado, pero no se dejó desanimar. Si le explicaba lo triste que estaba esos días, él seguramente la entendería y podrían pasar un buen rato.

Se arregló lo mejor que pudo, tomó su mochila y camino con suma seguridad hacia la salida.

—Eun-ji, ¿adónde piensas salir?

AZUL || Jung Hoseok Donde viven las historias. Descúbrelo ahora