PRÓLOGO

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Una pequeña niña de cabello pelirrojo con mechones al aire recorría los campos de flores a plena luz del día. Y sin importarle la hora o el lugar, permaneció allí dando saltos y restregándose por todo el césped. Sólo fue cuando tropezó con una piedra y calló de lleno en una zona estancada de barro.

No le importó su vestido manchado o los rasguños que la caída le provocaron en sus sonrojadas mejillas. Lo que causó impotencia fue la profunda herida que recibió en la rodilla por el impacto. En cuestión de segundos, su pierna se tiñó de rojo y gotas de sangre se escurrían por su pierna.

Con dolor, se dirigió a palacio para poder arreglar el estropicio.

"No llores"

Se repitió la niña en su mente millones de veces. Apretó sus labios y aguantó las lágrimas en sus ojos para evitar que se escapasen. Con mucho dolor, subió lentamente las escaleras que conducían a su habitación.

Sabía que había en palacio muchos más guardias que otras veces debido a la llegada de invitados procedentes del resto de reinos. Aun así, logró pasar desapercibida, pero en el momento que llegó arriba, un gran dolor de espalda hizo que perdiese el equilibrio y como consecuencia, cayó al suelo.

Justo entonces, sin máximo esfuerzo para levantarse, observó los zapatos de un extraño acercándose a ella. Al levantar la mirada, comprobó que solo se trataba de un niño unos pocos años mayor que ella. Podría tener alrededor de diez años. Él llevaba una capa que le tapaba el cabello y sus ojos estaban oscurecidos por algún tipo de hechizo.

El chico se le acercó, se arrodilló ante ella y colocó una de sus manos sobre la herida. La pequeña podría haber corrido, gritado o cualquier otra acción que habría hecho con normalidad. Sin embargo, permaneció callada y admirada por los ojos del extraño.

-¿Quién eres? -preguntó la pequeña.

Él retiró la mano sin dejar de mirarla y le regaló una cálida sonrisa. Leyla quedó fascinada al comprobar que la herida estaba totalmente curada y tan solo quedaban los rastros de sangre manchados sobre su pierna.

-¡Ala! ¿Cómo has hecho eso? -volvió a preguntar fascinada.

La única respuesta del niño fue llevarse el dedo índice al labio como señal de silencio. Poco después, se alejó de la niña.

Leyla se levantó rápidamente y corrió a su habitación como si nunca se hubiese caído. Sentía la pierna como nueva, incluso más fuerte de lo normal. Acto seguido, se quitó el vestido y lo escondió debajo de la cama pensando que lo podría lavar más tarde en la noche sin que nadie se diese cuenta.

Observó con cautela su torso desnudo, y al girarse en el espejo, notó que el tatuaje que le recorría la espalda volvía a escocer. Aquella Luna y con el Sol dentro de ella la atormentaban desde que tenía uso de razón. Según su padre, una vieja bruja le hizo el tatuaje para curarla de cualquier mal cuando descubrieron que ella no poseía ningún tipo de poderes como sus hermanos.

La consideraron maldita, y el Rey pensó que sería excelente idea protegerla con ese hechizo. No obstante, siempre sentía dolores de ese tatuaje, los cuales aumentaban con el tiempo.

Era como si una parte de ella le gritase, le pidiese ayuda. Como si un alma interna estuviera dormida y quisiera despertar.

Eclipse de Sol [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora