Capítulo 4

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Crystal

Cuando volví al aula de historia entré con un nudo en la garganta que parecía no desaparecer desde la conversación con Dustin. Volví a sentarme en el mismo sitio, pues los demás compañeros ya tenían sus parejas de pupitre y seguramente si me cambiaba ahora tendría todavía más problemas si cabe. Me senté deseando que Eddie empezara a faltar a clase desde hoy, pero claramente no iba a tener tanta suerte. Ni siquiera estaba mirando cuando olí la mezcla de champú masculino y tabaco que desprendía, pero no sentí que se sentara en la silla, más bien noté que me miraba desde arriba, callado.

Todo mi ser deseaba preguntarle a gritos que qué coño miraba, pero clavé las uñas en las palmas de mis manos y volví a mirar al frente con la mandíbula apretada, directamente al asiento vacío de la profesora Stewart.

Al cabo de pocos minutos la presencia de Eddie se esfumó, ni me había dado cuenta de que se había marchado. Mirar donde estaba de pie y no ver nada me dejó una sensación amarga pese a cuánto deseaba no verle más. Cerré los ojos y pegué la frente a la mesa. Esto estaba siendo mucho más difícil de lo que esperaba y no sabía cómo iba a aguantar todo un curso así.

La hora de la comida nunca fue mi favorita, pero ahora que iba por mi cuenta era muchísimo peor. El comedor siempre estaba lleno de grupos ya forjados a fuego donde no cabía ni un integrante más, era algo a lo que había estado dándole vueltas durante el verano. Tras coger la comida miré a mi antigua mesa; allí estaban todos los miembros del club Hellfire, todos vestidos con la camiseta oficial, como si el tiempo no hubiera pasado y pudiese sentarme ahí de nuevo.

Me quedé de pie en medio del comedor embelesada en mis pensamientos nostálgicos cuando una persona me arrolló, tiró mi bandeja al suelo y casi hace lo propio conmigo.

—Cariño, ¿estás bien?

La voz de Eddie resonó en mis tímpanos y casi se me salta el corazón de rabia y sentimientos encontrados. Me di la vuelta para gritarle a Eddie, pero no estaba solo. De hecho, su pregunta no iba dirigida a mí.

Una animadora hasta arriba de puré de patatas y con dos judías pegadas en su uniforme tenía cogida la mano de Eddie como si le hubieran pegado una paliza. Ésta me miró violentamente y me señaló gritando con voz estridente e ininteligible, empezando a llorar.

—Con que cariño, ¿eh?—bufé irónicamente al mirar la escena que estaba montando la animadora, negando con la cabeza y dejando la bandeja a los pies de la recién descubierta pareja.

Eddie me miró unos instantes con los ojos muy abiertos, como si fuera un niño y lo hubiese pillado haciendo una travesura.

—¡Discúlpate!—chilló la animadora.

—¿Disculparme? Mira por donde vas, si no estuvieras pensando en la próxima coreografía no te irías comiendo al personal.

Para sorpresa de todos, mi hermano Jason apareció detrás de mí y me puso una mano en el hombro para acercarse a mí susurrando.

—¿Qué ha pasado, Crystal? ¿Por qué está Chrissy llena de puré de patatas? Y lo más importante, ¿qué cojones hace el friki con ella?

Con el gesto más claro de incredulidad que fui capaz de poner, miré a mi hermano y me encogí de hombros.

—¿Y a mí qué cojones me importa? Pregúntales a ellos, yo no quiero saber nada, todo esto me está dando vergüenza ajena. Qué asco, por Dios, hasta se me ha quitado el hambre.

Me retiré rápidamente del comedor, toda la fortaleza que había mostrado estos últimos instantes estaba volviéndose en mi contra. No podía dejar de recordar la voz de Eddie llamando a esa animadora cariño, ni la cara que había puesto al mirarme a los ojos como si yo no tuviera que haber visto ni escuchado nada de todo eso.

Salí corriendo del instituto en cuanto sonó la sirena de final de clases. Corrí y corrí hasta perderme en el bosque del pueblo. Tiré el bolso a un lado y me arrodillé en la hierba que dentro de poco se marchitaría con la llegada del otoño, como me marchité yo con la llegada del verano.

Perdí la noción del tiempo mientras estaba allí contemplando la naturaleza, tan aparentemente fuerte y sólida. En un momento eran las 17:00 y al otro ya eran casi las 21:00, demasiado tarde para poder explicar a mis padres dónde había estado.

Al tomar el camino de vuelta noté que no estaba sola; alguien me estaba siguiendo. Aceleré el paso todo lo que pude, tenía el cuerpo agarrotado y tenso y aún así casi corría hacia mi casa. La noche había caído hacía ya bastante y lo poco que podía ver eran las farolas lejanas de la calle fuera del bosque, así que seguí todo recto sin darme la vuelta ni un instante hasta que alguien me agarró del brazo y me paró en seco.

Dragones, Amor y Mazmorras | Eddie Munson [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora