Capítulo 18

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Eddie

Jonathan cayó redondo al suelo. Estuvo aturdido unos segundos y para cuando se levantó, todos los que había en el pub ya estaban mirándonos alarmados. Nancy chillaba sin parar y optó por pegarme unos puñetazos sin mucha fuerza en el pecho, a punto de llorar.

—¿Qué..? —Jonathan intentó hablar pero lo agarré del cuello de la camisa y lo atraje a mí.

—Eres un cerdo desgraciado, Byers. Hoy no te tocaba con Crystal, ¿no? —susurré cerca de su oído con una risa desganada.

Lo solté dando un empujón y cayó sentado en el sillón donde estaba antes con Nancy. Me eché encima de él notando cómo varias personas tironeaban de mis brazos para que no siguiera, pero yo ya no estaba en mis cabales.

—Ninguna mujer se merece que la traten como segundo plato, Byers. —Le solté otro puñetazo en el lado opuesto de su rostro, éste dejando tres heridas abiertas, cada una la firma de uno de mis anillos. Volvió a caer al suelo.

Jonathan empezó a sangrar bastante y el pub se descontroló. Los borrachos se tiraron encima de mí y me llevé más de un golpe en la cara y alguna patada, pero los chicos de mi banda bajaron y apartaron de mí a los que intentaban golpearme.

Se había armado una pelea grupal en ese asqueroso antro, Nancy estaba en la barra agarrada del teléfono llorando, mis compañeros se estaban pegando con los borrachos... pero yo solo podía centrar la mirada en el hijo de puta que había traicionado a la persona que yo más quería.

—Levanta, desgraciado. ¡Contéstame! —grité a Jonathan a todo pulmón, pero el chico estaba muy asustado tan solo de notar la sangre fluir en su rostro.

—¡Déjame! ¡Estás loco! Cr-crystal... Yo... ¿Qué quieres que te diga? Me he equivocado, debería..—Le solté una patada a la altura de los riñones, cortando una vez más su discurso.

—Vas a contárselo y le vas a pedir perdón de rodillas, Byers. Lo harás o lo que te ha pasado hoy no será nada comparado con lo que se te puede venir encima. —Rodeé su cuerpo sin dejar de mirarlo. Escupí en el suelo y me puse en cuclillas a su lado—. Y harás lo propio con Nancy, así con suerte no volverás a traicionar la confianza de ninguna mujer que se deja cautivar por tu estúpida cámara de fotos.

Así en la posición que nos encontrábamos, irrumpieron en el pub el sheriff de policía Jim Hopper y tres agentes acompañándolo. Sacaron las armas reglamentarias y apuntaron a todos los que estaban pegándose.

—¡Quietos! ¡Vamos, las manos donde pueda verlas y sin hacer movimientos estúpidos, ¿está claro?!

Todos se quedaron quietos en el sitio, a los borrachos los esposaron y empezaron a sacarlos fuera del lugar. A los chicos de mi banda, por suerte, solo les echaron una pequeña bronca y los obligaron a irse a casa. Cuando terminaron con los demás, Hopper se acercó a nosotros con cara de pocos amigos.

—¿Qué ha pasado aquí, Munson? Porque deduzco que Byers tiene la cara como un maldito cuadro por esos anillos de mierda que llevas, ¿me equivoco?

Hopper ya me había detenido en un par de ocasiones por vender droga, además que lo había visto de pequeño alguna que otra vez antes de que a mi padre al fin lo mandaran a la cárcel. Sabía de qué pata cojeaba y era absurdo negar lo evidente.

—No se equivoca, señor sheriff. —Sonreí de lado y Hopper me dio un capón en la coronilla, borrándome la sonrisa.

—No sé por qué estás tan contento, hoy la has cagado de verdad. De esta no puedo cubrirte, Munson. Vas a tener que irte al calabozo. Y en cuanto a ti, Jonathan —le tendió la mano para que se levantara—, no quiero preguntar por qué has acabado de esa forma, así que coge tus cosas y vete a casa echando hostias.

La forma de solucionar las cosas del sheriff no era la más profesional ni ortodoxa, pero todos en el pueblo le respetaban y podía ser flexible en su filosofía como policía.

—Esposa al melenas, Hudson, se viene con nosotros. Los demás que se vayan a casa, de los menores encárgate de que se enteren sus familias, hazme el favor.

Hudson asintió y me puso las manos a la espalda, me esposó y me sacó fuera del local para meterme dentro del coche de policía.

Sentado en el calabozo me empezaron a doler los dedos. Los tenía agarrotados y no podía mover adecuadamente mis articulaciones. Además, un borracho me había pegado un golpe tan fuerte que me había roto el labio inferior. No tenía la cara como Byers, pero tampoco estaba en mi mejor momento.

Hopper se paseó por el calabozo y se sentó en frente de mi celda, ambas manos apoyadas en sus rodillas y con rostro preocupado.

—No hemos podido localizar a tu tío, Ed. Te tendrás que quedar aquí si no viene ningún adulto a hacerse cargo.

—Me lo imaginaba, señor. —Sonreí de lado aunque me dolía un poco el labio roto.

—¿Quieres contarme qué ha pasado? No eres un chico modelo, pero te conozco lo suficiente para saber que no harías lo que has hecho por diversión, Munson.

—¿Alguna vez ha estado enamorado, señor Hopper? —Reí irónicamente, negando con la cabeza y pegando la espalda a la pared—. Dejémoslo en que han traicionado a la persona que más me importa. Imagínese el resto.

Hopper asintió y dando un par de golpes en sus rodillas, se levantó y se acercó a la celda, aún con el rostro totalmente carente de felicidad.

—No acabes como tu padre, chico. Eres mejor que él aunque llevéis el mismo apellido.

Dragones, Amor y Mazmorras | Eddie Munson [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora